Una mujer tunecina recolecta aceitunas en un pueblo cerca de la capital del país. Fethi Belaid/AFP/Getty Images
Una mujer tunecina recolecta aceitunas en un pueblo cerca de la capital del país. Fethi Belaid/AFP/Getty Images

El país precisa de una política económica capaz de impulsar el crecimiento. ¿Qué es lo que no funciona? ¿Cómo afrontar los grandes desafíos?

Los jóvenes de las zonas interiores y más pobres de Túnez tienen pocas recompensas por el papel que desempeñaron en la expulsión del dictador Ben Alí hace cinco años. En ciudades como Kasserine y la zona de minas de fosfato de Metlaoui, el desempleo ha aumentado a casi el 25% de los hombres jóvenes y el 38% de las mujeres. El crecimiento económico está estancado y la inflación está comiéndose el poder adquisitivo de los tunecinos más pobres, y por si no fuera suficiente, médicos, abogados y varios sectores de servicios eluden a la hacienda pública, mientras empeoran las circunstancias económicas de muchos ciudadanos. La extensión de las actividades de tipo mafioso es un peligro creciente en el país, en el que más de la mitad del PIB procede de una economía informal que no paga impuestos.

La seguridad se ha deteriorado en dos zonas, las próximas a la frontera suroccidental con Argelia y a la frontera suroriental con Libia. Las mercancías que pasan de contrabando han incrementado su volumen y su valor y se han diversificado: petróleo, drogas y cemento con Argelia, y todo tipo de artículos, desde armas hasta televisores de plasma, pasando por drogas fabricadas en Asia, en el caso de Libia. Los nuevos traficantes son más jóvenes que sus predecesores y mucho más brutales, y disponen de Kaláshnikovs, vehículos 4×4 y comunicaciones por satélite. No son los únicos irritados con unos dirigentes políticos que se insultan un día y se dedican a increíbles declaraciones de amor al siguiente. Esta especie de comedia que interpretan el presidente, Beji Caid Essebsi, de 89 años, y el líder del partido islamista Nahda levanta las suspicacias de muchos tunecinos.

La coalición laica del primero, Nida Tunes, está dividida porque muchos miembros y diputados del partido se han negado a aceptar que el jefe del Estado apoye que su hijo Hafedh, un incompetente hombre de negocios, asuma el mando de lo que tanto les ha costado construir desde 2012. Como consecuencia, Nadha, que forma coalición con el gobierno de Nida, se ha hecho con el liderazgo en la Asamblea Nacional, en contra de lo que votaron los partidarios de Essebsi.

En un ambiente de desencanto creciente, el Gobierno encabezado desde enero de 2015 por Habib Essid parece no querer o no poder poner en práctica unas reformas absolutamente necesarias. El Primer Ministro es funcionario de carrera, un hombre carente de carisma al frente de un Ejecutivo que muchos tunecinos consideran débil y dubitativo. La política exterior y la seguridad están directamente en manos del jefe del Estado, diga lo que diga la nueva constitución, pero la política económica es competencia del gabinete.

Dos de los cuatro motores de crecimiento -turismo y minas de fosfato y fertilizantes (los otros dos son consumo e inversiones) se han estancado, y varias voces del mundo empresarial se quejan de lo que consideran falta de visión económica del Gobierno. ¿Para qué ir a la cumbre de Davos si no tienen nada que ofrecer? ¿Por qué pierden el tiempo ante una situación que puede volverse explosiva?

El sector de las exportaciones se salvó el año pasado gracias a una extraordinaria cosecha de aceite de oliva, la mejor de una generación. Pero la producción de fosfatos y fertilizantes ha bajado dos tercios desde 2010 y permanece por debajo de tres millones de toneladas, mientras la crisis social en la cuenca minera no da señales de mejorar y el Groupe Chimique Tunisien (GCT) pierde valiosos mercados para la exportación de ácido fosfórico y fertilizantes. Las causas de la crisis son muy complejas. Entre otras, la incapacidad del Estado para abordar las consecuencias de la contaminación del agua que se emplea para lavar la roca fosfórica, la incapacidad para diversificar la economía de la región y la negativa a construir nuevas infraestructuras desde hace años. La Compagnie des Phosphates de Gafsa (CPG) y el GCT están dirigidos por buenos tecnócratas que carecen de aptitudes modernas de gestión porque dependen del Ejecutivo, en particular del ministro de la Minería. A principios de siglo, el sector estaba mejor administrado que su homólogo marroquí, mucho más potente, pero hoy el Office Chérifien des Phosphates está muy por delante y ha dejado de ser una bella durmiente que perdía dinero para convertirse en un hábil actor internacional.

El sector del turismo sufrió el zarpazo de los atentados terroristas del año pasado contra el Museo del bardo en Túnez y un hotel en Sousse unos meses después. Hoy, más de la mitad de los 570 hoteles del país están cerrados, 300 agencias de viajes han seguido sus pasos y el sector de la artesanía ha sufrido un duro golpe. Los vuelos desde Europa han disminuido y Túnez ha desaparecido de numerosos folletos de operadores europeos. Invitar a periodistas franceses para celebrar la tierra del jazmín con cenas en restaurantes elegantes de los barrios residenciales de Túnez y Cartago, como hace el Ministerio, no va a hacer que vuelvan los turistas.

Lo que necesita hacer el Gobierno es reestructurar el sector y colocar los miles de millones de dinares de préstamos improductivos a hoteles en un instrumento financiero especialmente creado y unos bonos negociables. Eso permitiría a los propietarios de los establecimientos que están en bancarrota vender sus propiedades a un precio rebajado, una salida honrosa para unas personas que, en la gran marea especuladora de construcción de hoteles en los 90 y los primeros de este siglo, quisieron ganar dinero rápidamente y como fuera, no hacer inversiones serias en el sector. Además, limpiar esos préstamos de las los balances contables de los bancos ayudaría a liberar un dinero muy necesario para prestárselo a sujetos más merecedores, como los jóvenes aspirantes a empresarios o el sector agrario. Esta es una propuesta que defienden enérgicamente un respetado banquero, Habib Karaouli, presidente de La Banque d’Affaires de Tunisie, y muchos de sus colegas.

Incrementar el consumo no es posible en las circunstancias actuales; si gran parte de lo que consume el país se importa de forma ilegal, el aumento de la demanda no servirá más que para desarrollar aún más el contrabando y privar al Gobierno de unos ingresos fiscales muy valiosos. Crear nuevos puestos de trabajo en la administración ha hecho que los costes salariales en el sector pasen de ser el 38% a ser el 45% del presupuesto. El año pasado, la caída de los precios del petróleo ahorró al Tesoro tunecino 700 millones de dinares (315 millones de euros) en subsidios, pero los salarios de los funcionarios absorbieron el dinero ahorrado.

Por su parte, las inversiones se han reducido, de una media del 25% anual del PIB antes de 2010 hasta el 15%; los últimos gobiernos no han podido materializar más que la mitad de las inversiones previstas en el presupuesto. Y después del descenso de las inversiones públicas llega el de las inversiones privadas, tanto nacionales como extranjeras. Es necesario abordar determinados proyectos de infraestructuras para los que estaría bien contar con la ayuda de donantes extranjeros. Por poner sólo un ejemplo, reducir la contaminación en la zona de las minas de fosfato debería ser prioritario. Resolvería una vieja queja de los habitantes locales, les convencería de que las zonas más ricas −la capital y la costa− se toman en serio sus reclamaciones y contribuiría a diversificar la economía local. Teniendo en cuenta que cuanto más grande sea la fractura económica y social entre la costa y el interior mayores son los peligros para el futuro de Túnez, sería útil aplicar ideas audaces en este frente.

Por último, la agricultura ha sido el pariente pobre de la economía de Túnez desde la independencia. Aunque la agricultura y la industria alimentaria representan el 10% del PIB, hay que decir que ha sido un sector marginado por una clase dirigente que quería imitar a las élites europeas y no pensaba más que en dejarse ver en los modernos hoteles de las playas o, cuando tenían más recursos, en París.

El trabajo agrícola se consideraba denigrante y los campesinos que trataban de subsistir eran el populacho. Esta actitud ha estado englobada en un problema más amplio de la clase dirigente tunecina, que se considera casi francesa, sobre todo los que estudiaron en las Grandes Écoles de París. Sus miembros prefieren codearse con los europeos, y ven las regiones rurales del país como zonas atrasadas y llenas de gente con la que no quieren ni rozarse. De modo que la brecha en Túnez sigue líneas de clase pero también geográficas.

En contra de las previsiones del Banco Central de Túnez y del Banco Mundial, muchos empresarios tunecinos creen que la economía está en recesión; este año, el crecimiento será negativo, y están perdiéndose puestos de trabajo. En los tres últimos trimestres ha habido un crecimiento negativo o del 0,1%, que equivale al estancamiento. Ni el Gobierno ni Nahda, que forma parte de la coalición con Nida Tunes, han propuesto ninguna política económica digna de tal nombre, capaz de impulsar el crecimiento. Los gestos teatrales no sirven más que para alimentar la desesperación y el resentimiento de los que sólo quieren trabajar, comprarse una casa y fundar una familia. Hasta ahora, no ha habido ninguna redistribución de la riqueza tras lo que, no lo olvidemos, no fue una revolución del sistema, sino dentro de él.

Los amigos extranjeros de Túnez dedican un tiempo infinito a preguntarse cuánto y a qué velocidad ha progresado el país en el camino hacia la democracia. Dado que es el único país en el que la revolución no ha desembocado en una contrarrevolución y el caos, es una pregunta legítima. Conviene recordar que la democracia no puede arraigar mientras no se reforme la justicia, la policía no se comporte con más respeto hacia la gente y no se aborden los profundos problemas económicos. Ninguna ayuda extranjera puede sustituir a las decisiones del pueblo tunecino ni, sobre todo, de su Gobierno. Está muy bien lamentarse por las consecuencias del terrorismo (real) o la falta de generosidad de los extranjeros (discutible). Pero el destino de Túnez depende sobre todo de lo valientes y serios que sean sus ciudadanos frente a los difíciles, pero no insuperables, retos que les aguardan.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.