Hemos visto las estadísticas aterradoras, los disturbios y las colas para conseguir alimentos en todas partes. ¿Ha entrado el mundo en una especie de trampa malthusiana permanente? ¿O existe alguna forma de salir de la crisis alimentaria mundial? Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, dice que la situación es muy mala, pero que es posible resolverla.

 

Foreign Policy: Parece como si la atención a la crisis alimentaria global no hubiera alcanzado masa crítica hasta los últimos meses y semanas. ¿Por qué?

Daniel Berehulak/Getty Images

Josette Sheeran: Estamos ante un tsunami silencioso que está afectando a casi todos los países en vías de desarrollo.

Josette Sheeran: El Programa Mundial de Alimentos actúa como el canario en las minas de carbón. Como nos ocupamos del abastecimiento de comida para las poblaciones más vulnerables del mundo, nos dimos cuenta antes. Algunas instituciones, como el Instituto Internacional de Investigación sobre Política Alimentaria, llevan ya tiempo advirtiendo de que la dinámica de los suministros mundiales de alimentos estaba empezando a ser muy precaria. Pero creo que fue en junio, cuando los precios iniciaron una agresiva espiral de aumentos, cuando el planeta, por fin, empezó a prestar atención. Y los disturbios por comida que han estallado en 34 países han ayudado a crear una conciencia política. La agricultura no ha sido una máxima prioridad para los principales gobernantes del planeta, y estos hechos están haciendo que los líderes le dediquen toda la atención que necesita. Pero ha hecho falta que ocurrieran sucesos muy llamativos.

FP: ¿Cree que ha tenido las respuestas que deseaba de los responsables políticos, o todavía no existe una conciencia clara de la gravedad del problema?

JS: La gente comprende que estamos ante una crisis de tipo humanitario que va en aumento, pero no estoy segura de que se dé cuenta del todo de la energía y las inversiones que necesitamos para solucionar el problema de los suministros. Estamos empezando a ver que es preciso combinar estas soluciones con respuestas a las necesidades de emergencia. Lo fundamental es que los dirigentes políticos han asumido la cuestión. Tiene que ser una cosa por la que se interesen los ministros de Hacienda, y no sólo los de Agricultura y Bienestar Social. La crisis alimentaria influirá en las economías, el crecimiento, el alivio de la pobreza y las futuras generaciones de los países afectados. Y necesitamos soluciones a corto y a largo plazo.

FP: ¿Puede predecir qué países van a sufrir una escasez grave y dónde habrá que concentrar la ayuda, o es imposible de saber?

JS: Llevamos a cabo una amplia vigilancia de los alimentos y las cosechas en colaboración con la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU, y además examinamos todas las proyecciones de Estados Unidos, Europa y otros lugares. La producción global de alimentos ha disminuido durante un par de años, aunque no mucho. Pero en un año concreto, incluso en las mejores circunstancias, no puede aumentar más que en cantidades de una sola cifra, por más que las cosechas y el tiempo sean favorables. Así que no contamos con que haya una gran explosión en el suministro. Confiamos en que permanezca igual o incluso veamos cierto incremento. El problema es que, en los países en vías de desarrollo, los agricultores no están plantando como solían porque no tienen dinero para pagar los insumos. Eso podría complicar la crisis y necesita que la comunidad mundial se implique.

FP: ¿Dónde ve las mayores posibilidades de grandes disturbios, sufrimiento o hambruna?

JS: Los indicadores clave que estudiamos son los países que dependen de las importaciones, porque vemos una enorme presión sobre su capacidad de obtener suficientes alimentos para satisfacer sus necesidades. Los que sufren una tensión añadida, como un conflicto o una situación climatológica grave -como los países del África occidental y subsahariana, Afganistán, Bangladesh y otros- nos parecen especialmente vulnerables al desastre en unos momentos en los que tratan de hacer frente al aumento desorbitado del precio de los alimentos.

FP: Su organización ha anunciado un déficit de 755 millones de dólares (unos 496 millones de euros) debido a ese aumento del precio de los alimentos. ¿De dónde va a salir el dinero?

JS: Tenemos un presupuesto base de 2.900 millones de dólares, todo él procedente de donaciones voluntarias, por lo que tenemos que lograr recaudar ese dinero. Ahora, esos 2.900 millones de dólares necesitan 755 millones [más] sólo para poder llevar a cabo nuestro programa actual de trabajo, que comprende Darfur, el norte de Uganda, Afganistán, los refugiados iraquíes…. Por eso hemos hecho un llamamiento de emergencia extraordinario. Llevo cuatro meses viajando y trabajando con los gobiernos para intentar responder a esa llamada. He testificado en dos ocasiones ante el Parlamento Europeo; el lunes voy a hacerlo ante el Parlamento Británico; he acudido al Congreso estadounidense en numerosas ocasiones; me estoy reuniendo con la Administración Bush; a mediados de mayo iré a Japón y luego a los países del Golfo. Es un llamamiento mundial, que creemos que exige una asignación de recursos extraordinaria, especial, como haría el mundo en el caso de un tsunami o un terremoto. Estamos ante un tsunami silencioso que está afectando a casi todos los países en vías de desarrollo.

FP: Esta situación parece ser tan mala como podía imaginarse, o peor. ¿Hay algún motivo para el optimismo?

JS: Soy optimista porque el mundo sabe cómo vencer el ciclo de hambre y sabe cómo producir suficientes alimentos para la población. Gran parte del hambre mundial -tal vez la mitad- es un problema de infraestructuras y distribución. Vemos que en los países en vías de desarrollo se pierde hasta la mitad de los alimentos porque no hay forma de llevarlos a los mercados. Vemos que algunos casi no existen, por lo que no hay forma de que el comprador y el vendedor tengan contacto. Todas esas cosas se pueden resolver. No hace falta ningún gran descubrimiento científico ni un equipo de premios Nobel para averiguar cómo producir suficientes alimentos para el planeta. Tenemos que centrar nuestra atención en una revolución verde en África que permita romper ese ciclo. En cierto modo, la subida de los precios de los alimentos puede animar a más gente a seguir dedicándose a la agricultura porque es una buena inversión. Pero habrá un desfase entre lo que confío que sea una sólida respuesta a la demanda  global y lo que sé que van a ser tres o cuatro años muy difíciles.

FP: Y después, ¿qué?

JS: [El economista de la Universidad de Columbia, EE UU] Jeffrey Sachs señala que Malaui, por ejemplo, aumentó en gran medida su producción en un solo año, gracias a las inversiones. Costó muchos millones de dólares, pero los beneficios superaron de modo inmediato esas cantidades. Las inversiones en agricultura, como ha destacado el Banco Mundial, producen mayores beneficios para el crecimiento económico que cualquier otra inversión. Los campesinos con los que me reuno están dispuestos a recibir un poco de ayuda para producir más, tanto en América Latina como en África y Asia. Tenemos en el planeta muchas decenas de millones de agricultores que, con un poco de impulso, un poco más de tecnología y el acceso a la información de la que disponen normalmente sus homólogos norteamericanos, europeos y japoneses, entre otros, pueden aumentar sus producciones. Hoy, en África, la producción media es la décima parte de las de otras partes del mundo. Hay mucho margen para crecer.

Josette Sheeran es directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas.