Fuegos artificiales durante una celebración previa por el 50 aniversario de la independencia del país, agosto 2015. Roslan Rahman/AFP/Getty Images
Fuegos artificiales durante una celebración previa por el 50 aniversario de la independencia del país, agosto 2015. Roslan Rahman/AFP/Getty Images

El Singapur cincelado por Lee Kuan Yew, el padre de la patria al que la población venera con devoción, es un modelo de éxito. Séptimo Estado por PIB per cápita, entre los 10 menos corruptos y con una clase media floreciente que disfruta de uno de los mejores niveles de vida del mundo. Mas ahora, 50 años después de su independencia, una nueva generación educada en las más prestigiosas universidades reclama un nuevo país. Uno en el que recuperen sus derechos y libertades, pero que no ponga en riesgo su prosperidad.

En los 60, Singapur era un lugar paupérrimo. Un pequeño rincón del Imperio Británico enclavado entre barriadas olvidadas por el que ratas y perros callejeros deambulaban entre la basura. No queda rastro en nuestros días de aquel Singapur. Sus calles son ahora una geografía de rascacielos cristalinos en las que mascar chicle está prohibido y escupir o arrojar desperdicios multado con penas que superan los 900 euros.

Lee Kuan Yew, denominado como el “autócrata bueno” por el reputado autor estadounidense Robert Kaplan en su libro Asia’s Cauldron, fue el artífice de esta transformación. Convirtió un diminuto territorio insular de poco más de 700 kilómetros cuadrados, sin recursos naturales y rodeado de enemigos étnicos e ideológicos en uno de los Estados más desarrollados del mundo. “Singapur no sería hoy lo que es si no fuera por Lee Kuan Yew y sus lugartenientes, así como la generación pionera de singapurenses”, asegura el profesor de derecho en la Singapore Management University Eugene Tan.

Cuando en 1963 la unión con la Federación Malaya se derrumbó víctima de las tensiones étnicas, los dos millones de habitantes de Singapur -un 75% de los cuales eran de origen chino, el resto principalmente malayos e indios- confiaron su futuro a Lee Kuan Yew. Éste les ofreció un camino de progreso a cambio de una obediencia ciega. “Entonces no éramos una nación, éramos una sociedad plural en busca de un Estado. Lee Kuan Ye nos guió para creer que trabajando juntos podíamos crear un Estado-nación ejemplar, sin importar nuestras imperfecciones”, expone Tan.

Ah Kong, “el abuelo” en dialecto hokkien, creó un modelo económico propio, el bautizado como “capitalismo autoritario”, que catapultó el desarrollo del país: las multinacionales recibían exenciones fiscales a cambio de formar en sus factorías a trabajadores locales, mientras los sindicatos y la prensa quedaban bajo el control del poder gubernamental. Al tiempo, estableció el inglés como idioma oficial, implantó un código de buenas prácticas para acabar con la corrupción e impulsó un política de grandes infraestructuras, servicios y proyectos artísticos que atrajo a una primera hornada de ingenieros e inversores occidentales que pronto establecieron en Singapur su campamento base para Asia.

Enclavado en uno de los extremos del estrecho de Malaca, una de las rutas comerciales más importantes del planeta, Singapur desarrolló bajo el mandato del padre Lee una política nacional encaminada a mitigar su vulnerabilidad geográfica: su gasto militar es, con diferencia, el más alto del sureste asiático, superando los 9,800 millones de dólares -supone el 18% de todo el presupuesto gubernamental-. Así, pese a ser el país más pequeño de la región, cuenta con la fuerza militar más poderosa, encabezada por su potente flota aérea. Sus Fuerzas Armadas han sido entrenadas por Israel, y es que, al igual que éste en Oriente Medio, Singapur está rodeado de potencias regionales, como China, Vietnam o Indonesia. Su imponente arsenal militar, destaca Kaplan en su obra, es la mejor arma disuasoria ante cualquier amenaza.

Paralelamente, el país mantiene una estrecha alianza militar con Estados Unidos. La base de Changi Naval, construida en 1998, alberga portaaviones y submarinos estadounidenses en aguas singapurenses. De hecho, en 2011 más de 150 buques de guerra del Ejército de EE UU visitaron el país.

  

La ‘primavera’ singapurense

En el país también está gestándose una primavera. Mas sin manifestaciones o protestas violentas. El modelo revolucionario es aquí educado y ordenado, tal y como lo diseñó Lee Kuan Yew. Aunque había dejado su puesto como primer ministro en 1990, cargo que actualmente ocupa su hijo Lee Hsien Loong, su muerte el pasado mes de marzo puso fin a una etapa en Singapur.

Mientras los ciudadanos desafiaban a la lluvia monzónica para despedirlo -se registraron colas de hasta 10 horas para presentar sus respetos ante la capilla ardiente del mandatario-, las redes sociales se llenaron de mensajes reclamando un nuevo contrato social: el progreso ya no es suficiente. Las nuevas generaciones reclaman más libertad, más opciones políticas y menos restricciones a sus libertades sociales. “Esto no es demasiado sorprendente. Con las necesidades básicas satisfechas, la atención se centra cada vez más en las preocupaciones y aspiraciones postmateriales, como la equidad y la justicia social, la identidad nacional o el control y equilibrio de nuestro sistema político”, apunta Tan.

Con un poder adquisitivo per cápita de más de 85.000 dólares anuales, el tercero del mundo según los datos del Fondo Monetario Internacional, Singapur presenta una de las tasas de desigualdad más altas del planeta, superior incluso a algunos países subdesarrollados. La ausencia de una salario mínimo favorecen los abusos laborales entre la comunidad inmigrante. Así, mientras una familia con permiso de residencia obtiene una media de 7.500 euros mensuales, los migrantes perciben poco más de 500.

Durante medio siglo, la llegada de mano de obra barata formó parte de la fórmula del éxito del modelo de Singapur. Además de ayudar a su economía, la comunidad inmigrante procedente de Bangladesh, Myanmar o Camboya contribuía a frenar el progresivo envejecimiento poblacional del país, cuya tasa de fertilidad es una de las más bajas del mundo con 1,2 hijos por mujer. Paralelamente, el Gobierno implantó una política amable para atraer el talento extranjero. De hecho, en los últimos años muchos ingenieros españoles se han instalado en Singapur escapando de la crisis económica.

A día de hoy, la política migratoria se ha convertido en una cuestión nacional. El problema, apunta Tan, es que “con demasiado frecuencia” en estos días “los singapurenses no aprecian lo suficiente los beneficios de la inmigración y tienden a centrarse en los aspectos negativos”: la endémica falta de espacio en un país con 7.636 habitantes por kilometro cuadrado. A pesar de los intentos del Ejecutivo por controlar la presión demográfica, ésta se traduce en problemas de transporte y en un encarecimiento de los costes de vida.

Como consecuencia, muchos ciudadanos han comenzado a exigir medidas contra la masificación y la colonización inmigrante. Actualmente, 1,46 millones de personas residen y trabajan en el país como no residentes. La inmigración, junto al alto coste de la vivienda o los sueldos de los altos cargos de la Administración, han concentrado las críticas contra el gobierno del Partido de Acción Popular (PAP), fundado por el propio Lee Kuan Yew. Aunque en teoría el país es una república parlamentaria multipartidista, la realidad es que el PAP lleva gobernando el país desde 1959.

En los últimos comicios, celebrados en 2011, el PAP obtuvo el peor resultado de su historia, con el 60% de los votos, mientras que el otro 40% quedó en manos del Partido de los Trabajadores (PT), el otro gran grupo de un sistema bipartidista. La próxima cita con las urnas está prevista para 2017. Para entonces, Singapur será un país diferente. “El cambio político es inevitable, la cuestión clave es cómo y cuándo tendrá lugar”, sentencia Tan. Las demandas de libertad religiosa, de expresión -actualmente Singapur ocupa el puesto 153 de 180 en el índice de Reporteros sin Fronteras- y de asociación política tendrán que haber sido ya abordadas. Así, lo prometió en 2013 en una entrevista en el diario The Washington Post el primer ministro Lee Hsien Loong: “Es una generación diferente, una sociedad diferente y la política será diferente….Tenemos que trabajar de una manera más abierta. Tenemos que aceptar más el desorden”. De su éxito en esta transición depende el legado de su padre.