El ocaso del tirano paranoico de Chad. 

 

El presidente de Chad, idriss Déby, es un hombre solitario. Pertenece a la pequeña tribu zaghawa, que constituye el 1,5% de los 10 millones de habitantes del país, pero se ha visto traicionado en diversos momentos de sus 20 tumultuosos años en el poder por su ejército, por su clan e incluso por su familia. Su hijo pródigo, Brahim, al que se consideraba su heredero, murió asesinado en París en 2007, obligado a inhalar el polvo de un extintor contra incendios. Años defendiéndose de múltiples rebeliones simultáneas han hecho que el presidente –“el Príncipe de Maquiavelo perfecto”, lo llamó en una ocasión un observador del país– viva “acosado por la paranoia”. Los residentes cuentan que cuando quiere atravesar la capital de Chad, Yamena, el Gobierno cierra las carreteras durante horas para que su convoy de Hummers de cristales tintados y camiones llenos de soldados puedan pasar. Déby, de 58 años, es alto y delgado, con una actitud seria y soberbia. Pero últimamente, dicen los observadores, se ha mostrado incoherente en público, y corren rumores de que tiene mala salud, cosa que ha negado en repetidas ocasiones. Su política exterior también está aislada por una serie de disputas con la comunidad internacional.

No es el gobernante autoritario más famoso del mundo ni el más eficiente. Pero su capacidad de permanecer en el puesto y la falta de atención del planeta son extraordinarios. Incluso cuando los cientos de miles de refugiados de Darfur acampados en la frontera oriental de Chad sirvieron para que hubiera un raro estallido de atención mundial a este país pobre y desértico, consiguió evitar cualquier repercusión grave por su intervención en el conflicto interno de Sudán. En cualquier caso, es un ejemplo de lo que puede salir mal cuando se permite a un gobernante solitario que acentúe su soledad.

En 1990, cuando el Gobierno islámico militar recién formado en Sudán apoyó a Déby en su intento de derrocar al presidente chadiano Hissène Habré, pareció que el joven líder militar era una solución de compromiso. “Temían a Déby”, cuenta un veterano diplomático africano. “Pero entonces había alguna esperanza de que llevara al país a un futuro mejor”.

Sin embargo, pronto se vio que el liderazgo de Déby en tiempo de paz no era tan sólido como su talento militar. Los miembros de su familia dirigían los asuntos del estado e incluso falsificaban su firma para nombrar ministros, cuentan algunos funcionarios, y poco a poco compraron, dividieron o reprimieron a la oposición política.

Durante años, dio la impresión de que el mundo exterior no se daba mucha cuenta de estas acciones. Algunos gobiernos –en especial, el francés– lo apoyaban. “Buscaban a alguien que garantizase la estabilidad, y él sabe hacerlo”, dice un ex ministro del Gobierno sudanés. Cuando Chad empezó a exportar petróleo en 2003, occidente aceptó hacer negocios con Déby. Hoy, gran parte de los 150.000 barriles diarios que vende van a los mercados estadounidenses, y las compañías norteamericanas Chevron y exxonMobil colaboran con la malaya Petronas para extraer el crudo.

Pero 2003 fue también el año en el que estalló el conflicto de Darfur, y la brutal campaña de Jartum contra la insurgencia empujó a unos 200.000 refugiados al desierto oriental de Chad. En 2005, la división entre la Junta militar y los rebeldes darfuríes estaba desgarrando también Chad y dando impulso a los rebeldes anti-Déby en el este del país. A medida que los ataques contra él cobraron audacia, el presidente abandonó su vieja lealtad al sudanés Omar Hassan al-Bashir y empezó a apoyar abiertamente a los rebeldes de Darfur. Pronto Déby y Bashir se enzarzaron en una guerra por personas interpuestas, en la que Jartum ayudaba a los rebeldes de Chad y Yamena a los de Sudán.

Los rebeldes chadianos estaban muy desorganizados y coincidían en pocas cosas aparte de en la necesidad de derrocar a Déby. Después de un ataque sorpresa al palacio presidencial de Yamena, en febrero de 2008, las luchas internas acabaron con ellos. “No podían ponerse de acuerdo en quién debía leer el comunicado ni en quién iba a ser jefe de estado”, recuerda una fuente cercana a la rebelión.

Los ataques aumentaron la sensación de inseguridad en la capital de Chad. Sólo tres meses después, Déby envió a un grupo rebelde de Darfur fuertemente armado nada menos que a Jartum en una misión enloquecida con captura de bandera incluida; una misión que habría sido suicida si las fuerzas de seguridad de Sudán no hubieran dado una respuesta débil, que permitió a Déby presumir después, aunque no hubiera conseguido gran cosa. “Déby tenía que hacer algo así”, explica un diplomático occidental. “el ataque de Yamena había asestado un duro golpe a su prestigio, había dañado la base del régimen”.

Sudán no es la única cuestión en la que Déby ha actuado por su cuenta. en 2005, su Parlamento desafió al Banco Mundial –que financia el oleoducto, tan importante para el país– y aprobó depositar más ingresos del petróleo en manos del estado. los analistas dicen que el dinero se destinó a comprar armas, pese a que el banco acabó cumpliendo su amenaza de retirar fondos. Aun así, es casi intocable, porque su mezcla de cálculo y suerte es una poderosa defensa tanto contra sus enemigos internos como, al parecer, frente a la comunidad mundial. Sus antiguos aliados dicen que es un guerrero, y él ha desechado las acusaciones de que viola los derechos humanos. Muchos creen que su principal preocupación puede ser el largo brazo de la justicia internacional, y por eso quiere aferrarse a su aislamiento privilegiado. “Su único miedo es que lo procesen por los crímenes que ha cometido, y hay muchos ejemplos”, dice un ex funcionario chadiano. Como explica un observador internacional: “la gente cree que va a permanecer en el poder hasta que muera… o hasta que lo asesinen”.