Una mujer anda por un camino embarrado en un campo de desplazados internos, Sudán del Sur. Charles Lomodong/AFP/Getty Images
Una mujer anda por un camino embarrado en un campo de desplazados internos, Sudán del Sur. Charles Lomodong/AFP/Getty Images

 

El país africano comienza su segundo año de una brutal guerra civil que, por ahora, parece que va a continuar.

El pasado mes de diciembre, las disputas latentes desde hacía tiempo dentro del partido gobernante y el Ejército estallaron en una guerra entre las fuerzas leales al presidente Salva Kiir y los leales a su antiguo vicepresidente, Riek Machar. Las guarniciones militares se dividieron, a menudo con violencia, con arreglo a las diferencias étnicas. Los choques se extendieron con rapidez desde la capital y los combates destruyeron ciudades importantes y las infraestructuras del petróleo. Como tropas de Uganda y los rebeldes sudaneses luchan junto a las fuerzas gubernamentales, y Sudán, al parecer, está armando tanto al Gobierno como a la oposición, la guerra ha arrastrado a los países vecinos y amenaza con desestabilizar aún más una región ya atribulada. El Ejecutivo está hipotecando su futuro económico para costear la guerra y dejando al país al borde de la bancarrota.

Algunos cálculos indican que la guerra ya ha dejado 50.000 muertos y casi dos millones de desplazados. Las organizaciones humanitarias han logrado evitar una hambruna, por ahora, pero se encuentran con una hostilidad considerable. El fin de la estación de las lluvias, en diciembre, supondrá seguramente una intensificación de la violencia.

Los intentos de poner fin a la guerra no han prosperado. La Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), un grupo subregional del que son miembros Uganda y Sudán, ha tomado la iniciativa en los esfuerzos de mediación, pero las negociaciones han tenido escasa repercusión y no incluyen a todas las partes. Los pactos de alto el fuego se violan de manera sistemática. Y ni Estados Unidos ni China están apoyando con todo su peso el proceso de paz. Los grupos armados están fragmentándose, y muchos están ya fuera del control de Kiir y Machar, lo cual facilita conflictos secundarios que evolucionan a la sombra de la guerra civil.

¿Qué puede hacer el mundo para detener la sangría? El Consejo de Seguridad de la ONU -en particular Estados Unidos y China, que tienen sólidas relaciones con las potencias regionales- debe intervenir de forma más activa. Un embargo de armas estrechamente vigilado aumentaría la capacidad de presionar a todas las partes. La presión de Washington sobre Uganda, combinada con la presión de China sobre Sudán y la de las principales potencias regionales y mundiales sobre Kiir y Machar, podría desbloquear la situación. Habría que pensar en un mecanismo para garantizar que los ingresos del petróleo no financien el conflicto, además de la presión sobre las cadenas de suministro de la oposición. Además, los mediadores deben ampliar el diálogo con los grupos armados y los más inflexibles en todo el país.

La crisis de Sudán del Sur es una de las más graves del mundo. No obstante, a diferencia de Siria y Ucrania, en este caso hay más esperanzas de una acción internacional coordinada, porque la cuestión no divide al Consejo de Seguridad. Ahora que la región está fragmentada, ha llegado el momento de que las grandes potencias actúen con más energía.