La canciller alemana, Angela Merkel, en una manifestación con el lema “Steh auf! Nie wieder Judenhass” (“¡Levántate! Nunca más odio contra los judíos”). John Macdougall/AFP/Getty Images
La canciller alemana, Angela Merkel, en una manifestación con el lema “Steh auf! Nie wieder Judenhass” (“¡Levántate! Nunca más odio contra los judíos”). John Macdougall/AFP/Getty Images

El país experimenta episodios en los que se reavivan prejuicios antisemitas que siguen latentes en la sociedad.

“Judío, judío, cerdo cobarde, sal y pelea solo” o “Hamás, Hamás, judíos a la cámara de gas” fueron algunas de las agresiones verbales antisemitas que pudieron escucharse en manifestaciones celebradas en Alemania durante las últimas semanas. Marchas convocadas por los más diversos colectivos contra las devastadores consecuencias de la última operación militar de Israel sobre la Franja de Gaza, y que en ciertos casos fueron  bastante más allá de la legítima crítica al Gobierno israelí.

Recientemente, el presidente del Consejo Central de los Judíos en Alemania, Dieter Graumann, llegó decir al diario británico The Guardian que el actual es “el peor momento desde la era nazi”. Unas declaraciones que provocaron que medios y personalidades relevantes de la política y la sociedad germanas denunciaran una ola de nuevo antisemitismo. Pero, ¿realmente se trata de nuevo un antisemitismo o simplemente del reavivamiento del antisemitismo de siempre que sigue latente tanto en Alemania como en otros países europeos?

El último informe sobre las tendencias antisemitas en Alemania publicado en 2012 por encargo del Bundestag (cámara baja del Parlamento alemán) arrojó uno resultados contundentes: alrededor de un 20% de la población alemana mantiene prejuicios antisemitas. La expresión práctica de esa discriminación está muy a menudo ligada a la idea de que la comunidad judía mundial conforma un grupo homogéneo que busca imponer sus intereses a través de una enorme influencia política y financiera. A esto último también se le conoce popularmente como teoría de la conspiración judía internacional.

En contra de la sensación transmitida por medios y líderes de opinión, los índices de antisemitismo se han mantenido estables durante los últimos años y hasta la fecha. “Los sondeos no muestran un aumento, pero seguramente la guerra en Gaza sí que ha provocado que el resentimiento ya existente en la sociedad alemana se haya trasladado a las calles”, opina Stefanie Schüler-Springorum, directora del Centro para la Investigación de Antisemitismo de la Universidad Técnica de Berlín. “Desde 1945, el remanente antisemita se ha extendido en dos sentidos: la fijación en Israel y la equiparación de ese Estado con toda la comunidad judía, y el llamado antisemitismo defensivo, a través del cual se relativiza el Holocausto de diversas maneras”, apunta la profesora, para quien no hay un nuevo antisemitismo, sino nuevas formas de expresión de los viejos prejuicios.

El diagnóstico de Schüler-Springorum se parece al de Anetta Kahane, presidenta de la Fundación Amadeu Antonio, organización no gubernamental que promueve la lucha contra el racismo en Alemania: “Cuando el conflicto en Oriente Medio sufre una escalada, aquí también crece la atención sobre lo que allí ocurre y se reactiva el resentimiento antisemita ya existente. Los ataques físicos y verbales crecen en esas fases para luego volver a descender. Pero ello no quiere decir que el antisemitismo latente desaparezca”.

Pese a la permanencia de esas tendencias, tanto Schüler-Springorum como Kahane consideran exageradas las palabras del presidente del Consejo Central de los Judíos. “Entiendo la sensación de amenaza que generan ese tipo de declaraciones, pero la actual realidad de Alemania no tiene nada que ver con el nazismo. Vivimos en una democracia en la que el antisemitismo es oficialmente perseguido desde hace décadas”, responde la profesora Schüler-Springorum.

El rabino Daniel Alter, encargado del Consejo Central de los Judíos de Alemania para combatir el antisemitismo y fomentar el diálogo interreligioso, tiene otra opinión. Alter, quien fue víctima de un ataque hace dos años, no considera exageradas las declaraciones que establecen una relación entre la situación actual y el nacionalsocialismo. No en vano, el rabino lleva siempre consigo una gorra con la que cubre la kipá que le identifica como judío practicante. “Hay distritos berlineses como Neukölln o Kreuzberg, con una alta concentración de población árabe y musulmana, en la que no es recomendable pasearse con una kipá o una estrella de David”, declara en una sala de la imponente Nueva Sinagoga de Berlín. Para este rabino es ya problemático que uno de cada cinco ciudadanos alemanes tenga prejuicios antisemitas, pero considera aún más grave que esas tendencias sean al menos “el doble de altas” entre la población árabe y musulmana de Alemania.

 

Iniciativa Salaam-Schalom

No obstante, no todos los judíos ni ciudadanos de Israel comparten la posición del Daniel Alter. Es el caso de Armin Langer, judío homosexual de origen húngaro llegado a Alemania para convertirse en rabino. Este joven de 23 años considera “problemáticas” y “victimistas” las declaraciones de los miembros del Consejo Central de los Judíos: el mismo Langer vive en el distrito berlinés de Neukölln, donde la inmigración es mayoritariamente de origen árabe y musulmana, y niega que sea peligroso pasearse como judío por las calles del barrio. El aspirante a rabino es uno de los promotores de la iniciativa Salaam-Schalom, conformada fundamentalmente por académicos y que pretende combatir el racismo y construir una convivencia pacífica e interreligiosa en Berlín.

Con una serie de video-entrevistas a judíos y musulmanes residentes en Neukölln, Langer y sus colegas intentan además desmontar el supuesto antisemitismo predominante en el distrito. Los integrantes de esta iniciativa también hacen hincapié en la necesidad de diferenciar entre el antisemitismo y las críticas al sionismo y a las políticas de Israel. “A veces es difícil decir si el portavoz del Consejo Central de los Judíos de Alemania habla en nombre de la comunidad judía o del Gobierno israelí”, dice Langer, quien parece medir con extremo cuidado cada una de sus palabras.

El pasado 14 de septiembre, el Consejo Central de los Judíos organizó una manifestación con el lema “Steh auf! Nie wieder Judenhass” (“¡Levántate! Nunca más odio contra los judíos”) ante la simbólica Puerta de Brandeburgo de Berlín. En el acto participaron la canciller Angela Merkel y las principales figuras de la élite política alemana. “Rechazo cualquier forma de expresión o ataque antisemita, también las recientes manifestaciones propalestinas que disfrazaron el odio contra la comunidad judía con críticas a la política del Estado de Israel”, dijo la Canciller en su discurso ante los 8.000 asistentes al acto, un número menor al esperado y deseado por los organizadores.

Los miembros de la joven iniciativa Salaam-Schalom consideran problemático el lema del acto. “Alemania no tiene un problema exclusivo de antisemitismo, sino racismo en general”, afirma Armin Langer, quien cree que el odio hacia la comunidad judía no se combate sólo con “presentarse constantemente como víctima”, como en su opinión hace el Consejo Central de los Judíos. “Asegurar que los judíos estamos pasando en Alemania el peor momento desde el Holocausto no sólo es exagerado, sino que también me hiere como miembro de la comunidad”, dice Armin Langer.

La historia moderna de Alemania ha provocado por razones obvias que los sucesivos gobiernos federales y regionales promovieran numerosas iniciativas educativas y culturales para combatir el antisemitismo tanto después de la Guerra Mundial como tras la reunificación del país. Sin embargo, las estadísticas sobre el remanente antisemita y la irresuelta discusión sobre dónde está la frontera entre las legítimas críticas al Estado de Israel y los prejuicios contra los judíos provocan que algunos políticos, expertos y ciudadanos comiencen a preguntarse si esos esfuerzos institucionales fueron (y van) en la dirección correcta.