Nuevos flujos migratorios entre Europa, América Latina y EE UU.

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América Latina, Estados Unidos y Europa siempre mantuvieron relaciones de interdependencia en lo que respecta a oleadas migratorios. Desde la colonización europea del denominado nuevo mundo, hombres, mujeres y familias se han trasladado a uno y otro lado del Atlántico en busca de un futuro mejor. Ya entrado el siglo XX, y como consecuencia del dispar crecimiento económico entre la América latina y la anglosajona, millones decidieron cruzar el Río Bravo. Por supuesto que los flujos no corren en un sentido siempre uniforme. Los países emisores pueden luego transformarse en receptores y los receptores en emisores.

Principalmente en el último cuarto del siglo pasado y los primeros años del que corre, los latinoamericanos habían, en líneas generales, elegido a Europa y Estados Unidos como destinos de oportunidades. Por motivos históricos y culturales, España, Italia y Portugal habían sido grandes receptores. A la similitud lingüística que aportaba la península ibérica se sumaba la cercanía cultural italiana. Son muchos los latinoamericanos con ascendencia latinoeuropea lo cual permitía que, de una forma u otra, no se sintieran tan lejos de casa. Al mismo tiempo el criterio jurídico del ius sanguinis permitía a los emigrados el beneficio de acceder a la ciudadanía y poder así residir y trabajar legalmente en Europa. En lo que respecta a Estados Unidos, el principal impulsor es sin dudas la cercanía geográfica. Los 3.326 kilómetros de fronteras entre la principal potencia económica mundial y México son una evidente invitación para aquellos que anhelan vivir el sueño americano en primera persona. El movimiento de individuos a uno y otro lado de la frontera alcanzó un volumen tan elevado que dejó ya de ser un asunto estrictamente migratorio, sino una de las principales cuestiones de las relaciones internacionales de la América hispana al norte del Canal de Panamá.

Pero las corrientes suelen cambiar de rumbo y eso fue justamente lo que sucedió en el último lustro. La crisis económica del mundo desarrollado desatada en 2008 abrió un nuevo ciclo. América Latina comenzó a recibir inmigrantes de aquellos países que en el pasado reciente habían sido destino de sus ciudadanos emigrados. Mientras las naciones europeas afrontaban tasas de crecimiento cercanas a 0, las latinoamericanas se expandían al 5, 6 o 7%. El boom de los precios de las materias primas impulsó las economías de la región llevándolas a una situación de pleno empleo, atrayendo así a jóvenes profesionales europeos.

Las oportunidades son una realidad, especialmente para los graduados de carreras en ciencias. En países como Brasil, México, Argentina y Perú abundan los profesionales con estudios clásicos, como abogados y contadores, pero escasean los ingenieros, los cuales son un recurso humano fundamental en la economía moderna. El europeo que llega al nuevo mundo cuenta, en su mayoría, con estudios universitarios y manejo de idiomas. Se han detectado entre los migrantes una preponderancia de especialistas en ingeniería, petróleo, informática, ciencias exactas, agroalimentación y medio ambiente. De esta forma, se da una complementariedad entre las necesidades del  mercado laboral latinoamericano y el perfil del inmigrante. Brasil es un buen ejemplo de ello, donde son distintas las industrias que se han visto obligadas a importar ingenieros y otros profesionales técnicos simplemente porque no disponen de los recursos humanos a escala local.

La tendencia migratoria puede mostrarse en números. Entre 2004 y 2012 la solicitud de residencia en Argentina de españoles e italianos se multiplicó por siete. En Chile fueron 50% más los españoles que solicitaron un visado permanente en la primera mitad de 2013 en relación al mismo período de 2012. De los 1,8 millones de españoles que residen fuera del país, casi un 60% lo hace en América Latina. Por una cuestión lingüística e histórica, los portugueses han elegido principalmente a Brasil y los países del África lusófona como principal destino. Actualmente más del 1% de la población portuguesa ha migrado en busca de oportunidades.

Por supuesto que los que se aventuran a cruzar el océano también deben afrontar dificultades. El recién llegado suele aterrizar con una visa de turista y a partir de allí debe gestionar su residencia. El trámite suele ser complejo y muchas veces funciona como primer y desagradable encuentro con la ineficiente administración pública local. La validación de títulos universitarios es de gran complejidad, debe atravesar procesos burocráticos que demoran meses, y, en ciertos casos, simplemente no pueden hacerse efectivos por falta de convenios. También existen limitaciones legales. En Chile las empresas pueden emplear un máximo de 15% de extranjeros y en Brasil éstos no están autorizados a abrir una empresa sino es asociándose con un local. En México existen limitaciones a la compra de propiedades e inversiones para los no nacionales.

La evidente dificultad del choque cultural no es una cuestión menor. Los europeos deben acostumbrarse a la corrupción, que no existe solo en los altos niveles gubernamentales sino que se presenta en la vida cotidiana. La inseguridad, el deficiente transporte público y la baja calidad de otros servicios brindados por el estado son realidades a las que deben adaptarse. Este fenómeno se potencia en las grandes urbes latinoamericanas cuya dinámica es sustancialmente diferente a la de las capitales europeas. Existe también el curioso fenómeno de la discriminación positiva. En Argentina, nación acostumbrada a recibir inmigrantes bolivianos y paraguayos de escasa preparación profesional, los europeos suelen sentirse valorados y aceptados por el mercado laboral.

Las repercusiones de la actual situación para Europa son de diversa índole. El elevado índice de desempleo en los sectores juveniles ha derivado en una fuga de cerebros. De persistir la tendencia la pirámide poblacional de la ya envejecida Europa podría ensancharse aún más en su parte superior, transformando en definitivamente inviable la presión financiera sobre el sistema de pensiones. Revertir esta tendencia en base a oportunidades de empleo genuinos es sin duda uno de los grandes desafíos de cara al futuro.

El nuevo mapa migratorio ha afectado también a América del Norte. Son numerosos los inmigrantes en Estados Unidos que decidieron regresar a su tierra natal. Si bien el menor dinamismo del mercado laboral es una de las causas, también lo son el endurecimiento de las leyes migratorios en ciertos Estados y un más estricto control fronterizo. Por citar un ejemplo, si bien históricamente solo el 12% de los mexicanos que emigraba regresaba a su país, ahora lo hace el 30%.

Más allá de la situación actual, vale la pena intentar prever escenarios futuros. Hay números que demuestran que el crecimiento de algunos países latinoamericanos, como por ejemplo Brasil y Argentina, comienza a dar signos de agotamiento. Proyecciones de expansión en torno a dos puntos porcentuales podrían tornar el mercado de trabajo menos dinámico y atractivo para extranjeros sedientos de oportunidades. Si a esta situación se le suma la tibia recuperación de Estados Unidos, podríamos esperar un rediseño del escenario a corto o mediano plazo. Es factible que la primera potencia mundial vuelva a transformarse en un vigoroso imán para los latinoamericanos.

Por supuesto que los procesos migratorios se mueven lentamente y los flujos no sufren alteraciones bruscas de la noche a la mañana, pero es importante mencionar un posible nuevo ciclo latinoamericano. Habrá que seguir de cerca estas variables para avizorar en qué lugar del globo surgirán los empleos que con tantas esperanzas buscan los jóvenes europeos.