Una niña sostiene un cartel que dice "Mi color de piel no es un crimen" durante las protestas por el asesinato de Michael Brown en Ferguson, Missouri (Joshua Lott/AFP/Getty Images)
Una niña sostiene un cartel que dice "Mi color de piel no es un crimen" durante las protestas por el asesinato de Michael Brown en Ferguson, Missouri (Joshua Lott/AFP/Getty Images)

En el 60 aniversario del fin de la doctrina “separados pero iguales” que permitía la segregación legal en los colegios norteamericanos, 2014 pudo ser un momento de celebración; lejos de ello, el año terminó con nuevos incidentes que reabren el debate sobre el racismo en EE UU.

En un tenderete, en la calle 125 de Harlem, en Nueva York, se venden camisetas negras con un lema en blanco: “I Can’t Breathe” (No puedo respirar), las últimas palabras de Eric Garner, el afroamericano detenido por vender cigarrillos sueltos en Staten Island y asfixiado por un policía blanco durante su detención, que no recibió cargo alguno. Un caso similar al de Michael Brown, el adolescente desarmado que fue asesinado por un policía blanco en Ferguson, Misuri, y que también quedó en libertad, lo que despertó las primeras protestas raciales en noviembre del pasado año.

El puesto, de todo un poco, está a unos metros del emblemático teatro Apollo y a una calle del restaurante Sylvia’s de soulfood (“comida con alma”). Por donde pasaron algunos de los principales líderes afroamericanos para degustar su famoso pollo frito y macarrones con queso; como una metáfora de un pasado que se resigna a irse y un futuro que no termina de llegar.

Poco después de sendos veredictos en los casos de Brown y Garner, se supo -70 años después de su ejecución- que el condenado a muerte más joven de la historia de EE UU, de 14 años y negro, era inocente. Y el año se cerró, con los asesinatos de los agentes Rafael Ramos y Wenjian Liu, en Brooklyn, a manos de un ciudadano que justificó en las redes sociales que vengaría las recientes muertes de afroamericanos a manos de policías blancos.

2014 pudo ser un año de celebración para la Historia racial de EE UU, en el 50 aniversario de los Derechos Civiles y el 60 aniversario del fin de la doctrina ‘separados pero iguales’ –que permitía la segregación legar en los colegios— y con un presidente negro en la Casa Blanca. Lejos de celebraciones, el año concluyó hablando de racismo. Las cifras son rotundas.

Aunque los afroamericanos son el 12,6% de la población de EE UU, constituyen casi un millón del total de 2,3 millones de la población encarcelada en el país, según datos de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP). Negros e hispanos juntos comprendían el 58% de todos los presos en 2008, pese a que estos dos grupos solo representan un cuarto de la población.

Los datos son especialmente llamativos en el campo educativo. A los estudiantes afroamericanos se les suspende y expulsa de clase tres veces más que a sus pares blancos (16% frente a 5%), según el último informe de la Oficina de Derechos Civiles del Ministerio de Educación de EE UU. El estudio encontró discriminación racial en todas las áreas disciplinarias, ya fuera en expulsiones de clase, de la escuela o en transferencias a otros centros. También detectó que los niños negros asisten en mayor proporción a colegios con profesores con escasa experiencia y peor remunerados.

Surge una pregunta: ¿qué ha pasado y qué no, en 60 años? Regresamos al lugar de los hechos.

Farmville, 60 años después

Era el 17 de mayo de 1954 cuando el Tribunal Supremo de EE UU, en una sentencia histórica, puso fin a la doctrina conocida como “separados pero iguales”, que permitía la segregación legal en los colegios. Fue en el fallo del caso “Brown contra el Consejo de Educación de Topeka”. El 70% de los demandantes de ese caso procedían de las protestas que despertaron en un colegio para niños negros en una pueblo de Virginia tan remoto como su nombre: “Granja” (Farmville).

Allí, seis décadas después de aquel veredicto, hoy la escuela es un museo y sus antiguos alumnos lucen canas. Aseguran que algunas cosas “no han cambiado”.

Un frase en letras blancas sobre una pared negra en lo que un día fue una de las clases del Robert R. Moton reza: “Todos los hombres fueron creados iguales”. A continuación, una réplica de los tres gallineros que construyeron para meter a los niños –la escuela se pensó para 180 y eran 450— simula el lugar de la estufa de leña, “que solo calentaba a los del centro, así que los demás estábamos en clase con abrigo”, puntualiza Joy Speakes, una de las antiguas alumnas, hoy de 71 años y responsable del comité de desarrollo del Museo local, que rinde un humilde homenaje a estos estudiantes que no cuentan con un hueco en los libros de texto. Una pizarra intacta, en uno de los despachos, recuerda que el pasado no es tan lejano.

“Como el techo era tan blando, cuando llovía, el agua se colaba y teníamos que estar toda la clase con el paraguas abierto”, rememora Speakes, “nada que ver con el de niño blancos, a solo dos manzanas, con gimnasio, teatro y cafetería”, continúa. Dice que, por eso fueron a la huelga: “Porque queríamos un colegio mejor, nunca imaginamos que llegaríamos hasta donde llegamos”. “Éramos niños, creo que lo único que pensaba en ese momento es en que no me regañaran mis abuelos por no ir a clase”, asegura, con una sonrisa. “Eran tiempos de mucho miedo”, reconoce Edwilda Allen Isaac, otra de las antiguas alumnas, que entonces tenía 13 años.

La precursora de aquella huelga, en 1951, fue una niña de 16 años. Se llamaba Barbara Rose Johns. Falleció en 1991, de cáncer, sin ser reconocida por su osadía. Pero su hermana pequeña, Joan Johns, de 76 años, recuerda cómo lo vivieron: “A veces hablábamos de las diferencias entre nuestro colegio y el de niños blancos, pero hasta el día de la huelga, nunca me comentó sus planes. Yo tenía 13 años y lo único que recuerdo es que tenía mucho miedo”. Dice que ese día, Barbara envió una nota anónima a todos los profesores para que se presentaran con sus alumnos en el auditorio. Una vez allí subió al escenario y los convenció para protestar por las condiciones de la escuela.

Tras la huelga, Barbara contactó a dos abogados de la NAACP y estos sumaron este caso a otros cuatro de otros colegios del país, que se presentaron como una demanda colectiva en 1954, ante el Tribunal Supremo. Ganaron. Pero en este condado lo peor estaba por llegar.

“Pese a la decisión judicial, aquí los segregacionistas se oponían a que niños negros y blancos estudiaran juntos, así que como no podían incumplir la ley, lo que hicieron fue cerrar todos los colegios públicos e ingeniárselas para financiar algunos privados para los niños blancos”, sostiene Justin G. Reid, director asociado del museo.

Los colegios públicos del condado de Prince Edward estuvieron cerrados entre 1959 y 1964 y muchos niños negros como los hermanos de Mickie Garrington, hoy de 65 años, no volvieron a estudiar. “Cuando reabrieron cinco años después, algunos ya eran demasiado mayores y estaban trabajando”, explica. Ella tenía entonces 10 años y dice que cuando sus padres se lo dijeron no lo entendía: “No puedes ir al colegio porque la gente blanca cree que no mereces ir a clase con ellos, ¡eso para una niña no tenía sentido!”, exclama.

La raza, en la América de 2014

Desde entonces, “algunas cosas han cambiado pero la segregación no ha terminado”, interrumpe el reverendo Samuel Williams, antiguo alumno del colegio, que vuelve a sacar el tema de la educación: “¿Has visto los colegios de este país, con niños negros e hispanos de 12 curso que leen y escriben como si estuviesen en séptimo?”, cuestiona, tajante.

En la práctica la segregación tampoco parece haber desaparecido: el 43% de los estudiantes latinos y el 38% de los afroamericanos asisten a “escuelas intensamente segregadas”, donde las minorías representan entre el 90% y 100% de los estudiantes, según el estudio del Proyecto de Derechos Humanos de la Universidad de California (2012). Este informe alerta de que incluso, un 15% de estudiantes negros y un 14% de estudiantes latinos asisten a lo que denomina escuelas apartheid, donde no hay niños blancos o apenas un 1%.

La siguiente pregunta es: ¿por qué, en 60 años, hay cosas que no evolucionan? “El caso Brown coincidió con claros intereses de los blancos que no tenían nada que ver con el bienestar negro: evitar una revolución dirigida y definida por afroamericanos subyugados; transformar el sur feudal e integrarlo en un monstruo capitalista reposicionado; eliminar una hipocresía flagrante y un hecho vergonzoso de la vida americana que se manejó con eficacia contra EE UU, en la ONU y otros foros internacionales durante la escalada de la guerra fría. Los blancos necesitaban el caso Brown, pero solo un poco del caso Brown”, responde provocador, el educador William C. Ayers, conocido por su activismo en los 60.

La canciller de Educación del gobierno de Nueva York, Carmen Fariña, lo considera un elemento demográfico: “Ahora se utiliza mucho la palabra segregación pero creo que lo que tenemos que hacer es asegurarnos de que no importe la escuela a la que vayas porque el sistema educativo que vas a encontrar va ser el mismo”. Y considera que, “en una ciudad tan grande como Nueva York, el hecho de que haya “muchos más niños de una clase que de otra en un colegio, no se puede evitar, pero la palabra segregar, que ahora se está utilizando demasiado… no creo que sea eso”.

El estudio de la Universidad de California de 2012 habla de falta de acción política: “La Administración de Obama, al igual que el Gobierno de Bush, no ha tomado medidas significativas para aumentar la integración de la escuela o para ayudar a estabilizar diversas escuelas según se produce un cambio racial en los mercados inmobiliario y las escuelas”. Y cuestiona que “el simple hecho de sentarse junto a un estudiante blanco no garantiza mejores resultados educativos; en cambio, los recursos que consistentemente se vinculan a los colegio predominantemente blancos y/o ricos contribuyen a fomentar una seria ventaja educativas sobre los entornos minoritarios segregados”.

“Tenemos un presidente negro, ¿y qué?”, continúa el reverendo Samuel Williams, con una voz quebrada por la inclemencia del calendario. “Mira cómo hablan algunas personas de este país de él”, agrega. El pasado 25 de noviembre, el dibujante de New York Times, Patrick Chappatte, resumía los recientes acontecimiento en una viñeta que titulaba “La raza en América” , en ella aparecía el presidente del Gobierno norteamericano, Barack Obama, de corbata y zapatos relucientes, en su despacho en la Casa Blanca, viendo la televisión: se emitían los disturbios de Ferguson, en directo.

La última pregunta es: ¿si Johns, Speaks, Garrington, Williams y todos los antiguos alumnos del colegio segregado Robert R. Moton de Farmville que, sin proponérselo, cambiaron la historia de su país, fueran blancos hoy sería héroes?