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El 4 de julio, TJ Joseph, profesor en una universidad cristiana del Estado indio de Kerala, regresaba de la iglesia a casa con su hermana y su madre cuando le rodeó un grupo de hombres que le cortaron la mano derecha. El crimen de Joseph era haber hecho en un examen una pregunta que consideraron difamatoria contra el profeta Mahoma. En relación con el ataque se detuvo a cinco activistas de un grupo islámico el Frente Popular de India (FPI). Incursiones posteriores de la policía en las oficinas del FPI descubrieron lo que según ellos eran bombas caseras y propaganda de Al Qaeda.

La brutalidad de la agresión conmocionó Kerala, una de las regiones más prósperas y educadas de India y una zona que, pese a su diversidad religiosa, hasta ahora ha sufrido escasamente la violencia sectaria que ha asolado el norte del país. Aunque los líderes de la comunidad musulmana local -aproximadamente la cuarta parte de su población- se apresuraron a condenar el ataque, los medios locales informaron de que partidarios del FPI se habían enfrentado con la policía tras el registro de su sede, y tras los sucesos hubo una serie de intentos de sabotaje no explicados en trenes y autobuses.

Hace ya tiempo que en Kerala se ven indicios que advierten del crecimiento del movimiento extremista. En Cachemira han resultado capturados y muertos combatientes procedentes de la región. Se dice que algunas mujeres han sufrido acoso y agresiones en la calle por no llevar velo. Al parecer, los tribunales de la sharia -a uno de los cuales se atribuye la orden de atacar a Joseph- están aumentando su influencia en la región, y el periódico Times of India dice que existen ya por lo menos 13 en funcionamiento. La expansión del fundamentalismo islámico en Kerala tiene que ver seguramente con los estrechos vínculos del Estado con el Golfo Pérsico, en el que viven aproximadamente 2 millones de inmigrantes keralistas que fueron allí en busca de trabajo y envían a casa miles de millones de dólares en remesas cada año.

A veces, las autoridades locales y los medios de comunicación indios se dejan llevar por su paranoia al respecto: el año pasado, se emprendió una investigación oficial sobre unas informaciones dudosas de que los hombres fundamentalistas estaban llevando a cabo una “yihad amorosa”, consistente en atrapar a mujeres hindúes y cristianas en matrimonios islámicos. Ahora bien, como demuestran los sucesos de este verano, el problema es genuino, y la violencia sectaria es una posibilidad real. Lo que menos necesita India es otro campo de batalla religioso.