La región deben mostrar su liderazgo en materia de sostenibilidad.


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Hace algunos meses el Papa Francisco dijo que desperdiciar comida es robar a los pobres. Esta afirmación aún resuena en mi cabeza y cuando miro alrededor, desde el ámbito doméstico hasta el industrial, en cualquier parte de Centro, Sur y Norte América, en Asia, África, Europa u Oceanía no puedo sino estar de acuerdo con el Papa.

No podemos seguir viviendo como si tuviéramos un planeta adicional. Creer esto nos tiene hoy ante una situación crítica: hemos usado algo más del 50% de los recursos que la Tierra es capaz de proveer. Si seguimos así, para el 2030 dos planetas no serán suficientes.

Pensamos que el planeta es inagotable y que los recursos se regeneran por arte de magia. Sobreexplotamos la Tierra, producimos en exceso y obligatoriamente generamos enormes cantidades de desperdicios de alimentos.

Además, el estilo de vida imperante solo fortalece las causas que han alterado los patrones climáticos y, por tanto, hace más profundos sus efectos y más difíciles las medidas que  deben adoptarse para revertirlos.

En casi todos los países, el 30% de la comida que se compra termina en la basura; es como si al salir del supermercado con 10 paquetes de alimentos, tirara tres de ellas en el bote de los desperdicios tan pronto cruzara la puerta de casa. Descartar alimentos no consumidos a la fecha de caducidad se ha convertido en un hábito inconsciente.

 

El vaivén climático

Por otro lado, de acuerdo con el informe Cambio climático 2014, Impactos, adaptación y vulnerabilidad publicado hace un par de semanas por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en Yokohama, todos los países del mundo son vulnerables a los efectos climáticos, pero sobre todo aquellas regiones como Latinoamérica, con poblaciones poco preparadas para enfrentar las amenazas actuales y futuras del cambio climático. 

Si bien el crecimiento económico latinoamericano en la última década ha servido para disminuir la pobreza y la inequidad –todavía a un ritmo lento–, factores asociados a este crecimiento como la urbanización desordenada, la industrialización, el creciente uso de la tierra para agricultura y ganadería, así como los cambios climáticos resultantes del uso indiscriminado de los recursos naturales, están provocando impactos negativos sobre los sistemas sociales y naturales.

En el capítulo de Centro y Sur América, el Reporte de IPCC hace referencia a 630 eventos climáticos extremos entre 2000 y 2010, cuyos efectos fueron 16.000 muertes y 46,6 millones de personas afectadas. Y en materia económica no puede ser más dramática la cifra; de acuerdo con el informe El Desafío Climático y de Desarrollo en América Latina y el Caribe: Opciones para un Desarrollo Resiliente Bajo en Carbono, publicado en junio de 2012 por el BID, CEPAL y WWF, se estima que para el 2050 la región sufrirá daños anuales por 100.000 millones de dólares (unos 70.000 millones de euros).

 

La salida

Sin embargo hay esperanza y no me refiero a la típica frase ni al lugar común. Reducir el desperdicio de alimentos y ser responsables con los más pobres depende de nuestra decisión individual y de regulaciones en los procesos de producción y del mercado. A ello debe añadirse mejores prácticas para el uso eficiente del agua, para frenar el abuso en el uso de agroquímicos, para detener la ampliación de la frontera agrícola a costa de la deforestación. En pocas palabras, se puede producir más con menos. Más alimentos para las poblaciones menos favorecidas, con menos destrucción de los ecosistemas.

Pero también tiene que darse un cambio en una escala con mayor repercusión. Los gobiernos del mundo y hoy, más que nunca, los latinoamericanos, deben y pueden mostrar su liderazgo en materia de sostenibilidad. La Conferencia de las Partes de la Convención de Cambio Climático en Lima este diciembre está a la vuelta de la esquina y es la oportunidad para que Latinoamérica ponga sobre la mesa sus planes y avances.

La región ya es un jugador de primera línea en la economía global y en un futuro cercano fortalecerá esta posición; de ahí que cualquier plan sobre desarrollo para las siguientes décadas deba ser decidido basado en la ciencia y sobre los principios de la sostenibilidad.  

Y no se puede hablar de desarrollo sin tratar el tema energético. Desde la fuente hasta la distribución deben ser parte de una estrategia de desarrollo inclusiva, que asegure mejores condiciones de vida para poblaciones que aún no tienen acceso a los servicios elementales para el crecimiento individual y social.  

 

Liderazgo, influencia y reputación

En este momento, Latinoamérica requiere nuevos liderazgos, que incorporen la genialidad, la innovación y la visión de largo plazo. Los jóvenes, entre otros, están asumiendo las riendas para cambiar los rumbos y modelos tradicionales. Han sido testigos de las variaciones en los patrones climáticos, de los impactos negativos y amenazas a las poblaciones más vulnerables, de la inequidad social y de la destrucción de los ecosistemas que constituyen la base fundamental para la vida en el planeta.

Estos nuevos líderes han experimentado el sentido de urgencia y la necesidad de actuar de manera decidida. Saben que hay un camino y que es necesario trazarlo o encontrarlo. Saben que el cambio se consigue en alianzas con el sector corporativo, con los gobiernos y con la sociedad civil.

Sin necesidad de hacer un sondeo absolutamente riguroso, en los medios de nuestra región se puede ver que cada vez aparecen con mayor fuerza y mejores argumentos, artículos relacionados con sostenibilidad y alternativas para enfrentar los problemas ambientales y sociales. Día a día crece el número de líderes de opinión y de personajes influyentes que emplean en sus columnas y análisis de realidad, información sobre tendencias de mercados sostenibles, índices de la huella ecológica, la pobreza y la vulnerabilidad.    

Por otro lado, organizaciones como WWF tiene un papel importante que desempeñar. En Latinoamérica, por ejemplo, es una fuerza catalizadora e inspiradora de la sociedad civil para conservar la biodiversidad, promover el desarrollo sostenible y reducir la huella humana. El deber de este tipo de organizaciones es explorar alternativas, mantener vivo el debate y desafiar las decisiones poco visionarias que tomen los gobiernos, los negocios y la industria. Su responsabilidad es empoderar a los nuevos liderazgos para que innoven y propongan soluciones creativas y de largo aliento.

El Papa Francisco tiene razón. Desperdiciamos y robamos. Desperdiciamos la riqueza y le robamos el futuro a las generaciones venideras. Y así como el Papa, hay otros líderes con una perspectiva diferente que tienen el valor de señalar los problemas de la humanidad y, sobre todo, de proponer soluciones y alternativas que encaren los grandes desafíos de nuestras sociedades para vivir en armonía con el planeta.

 

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