Teherán centra la atención mundial ante los temores
de que llegue a hacerse con la bomba atómica. El verdadero escudo de
Irán frente a las presiones a
las que se ve sometido es el petróleo. Sabe que dispone de tres años
antes de que Arabia Saudí amplíe su capacidad de producción.

 

El póster de la última película de George Clooney, Syriana,
una historia de complejas intrigas en torno a un emirato petrolero ficticio,
muestra a un agente de la CIA atado y con los ojos vendados con las palabras "Todo
está conectado". El filme es un pastiche confuso, pero merece
la pena recordar esta frase, sobre todo si se tiene en cuenta la crisis en
curso sobre el programa nuclear de Irán.

Durante casi cuatro años, las iniciativas de Europa y Estados Unidos
para contener las actividades nucleares de Teherán han vacilado entre
las amenazas y la contemporización. En febrero, después de unas
intensas y muy publicitadas negociaciones diplomáticas por parte de
Reino Unido, Francia, Alemania y EE UU, se persuadió a la Junta de Gobernadores
del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) —incluyendo
Rusia y China— de llevar a Irán ante el Consejo de Seguridad de
la ONU. La medida pareció plantear la amenaza de sanciones, pero todas
las partes se apresuraron a calificar esta posibilidad de prematura. A la vez
que la diplomacia seguía su curso, el ritmo de la investigación
nuclear de Irán continuaba abriendo la posibilidad de una confrontación
crónica que podría prolongarse durante años.

¿Por qué esta indecisión para emprender acciones más
contundentes? China y Rusia han sido dos socios reticentes a presionar a Teherán.
Pekín espera firmar acuerdos a largo plazo para obtener crudo iraní valorado
en unos 100.000 millones de dólares (unos 80.000 millones de euros).
Rusia está construyendo reactores en Irán gracias a los que está ingresando
miles de millones de dólares. Pero Occidente, incluido EE UU, tiene
un incentivo aún más sólido y directo para negociar en
lugar de actuar: cualquier paso en falso en la campaña para impedir
que Irán desarrolle tecnología nuclear podría desembocar
en una explosión del coste del petróleo.

Los iraníes lo saben y tan pronto como el presidente Mahmud Ahmadineyad
asumió el mando del país en agosto, el régimen empezó a
comportarse como si una ley superior —la de la oferta y la demanda— le
protegiera por mucho que provocara a la comunidad internacional. Como dijo
en marzo sin rodeos el delegado de Irán en el OIEA, Alí Asghar
Soltanieh, Teherán estima que "Estados Unidos tiene poder para
causar daño y dolor, pero también es sensible al daño
y al dolor. De modo que si ése es el camino que Washington desea escoger,
que empiece el juego".

La aritmética básica es simple. En la actualidad, apenas hay
suficiente petróleo en el mercado para satisfacer la demanda global,
que es de unos 85 millones de barriles diarios. Casi todos los países
productores están bombeando cada gota que pueden extraer, con lo que
queda un margen de unos 1,5 millones al día. Irán exporta alrededor
de 2,7 millones de barriles diarios. Si un embargo internacional, un ataque
militar o una decisión política en Teherán sacaran el
crudo iraní del mercado, los precios podrían dispararse desde
el actual nivel cercano a 70 dólares hasta 90 dólares el barril
o incluso más. Ajustado a la inflación, esto podría igualar
o superar las crisis de 1973 y 1979. Sería sin duda muy doloroso.

Crudo por las nubes: el temor a unos desorbitados precios da ventaja a Irán.
Crudo por las nubes: el
temor a unos desorbitados precios da ventaja a Irán.
 

"No es posible imponer sanciones al sector petrolero en Irán
sin que afecten al mundo entero", dice Pierre Terzian, fundador del grupo
parisino Petrostratégies. Uno de los analistas de petróleo más
influyentes de Estados Unidos, que pidió permanecer en el anonimato,
está de acuerdo con esta aseveración: "Ahora mismo, los
iraníes están en una posición de fuerza y lo saben. La
rigidez del mercado y los altos precios les proporcionan no sólo un
escudo, sino las cartas más altas. Les permite un apalancamiento que
hace dos años no tenían". Y mientras la amenaza de una
crisis del petróleo disuade a Occidente de emprender acciones contra
Teherán, los ingresos que generan los precios actuales dan al régimen
gran cantidad de efectivo con el que obtener apoyo del extranjero. "Los
europeos, sobre todo, no tolerarán el petróleo a 100 dólares
el barril", dice Abbas Milani, director del programa de Irán en
la Universidad de Stanford (EE UU).

Es probable que esta inflexible postura de Irán no dure mucho. La oferta
y la demanda —y Arabia Saudí— se encargarán de ello.
Los elevados precios actuales alientan a los países exportadores de
crudo a incrementar la producción donde sea posible e instan a que se
ralentice el crecimiento del consumo. Entretanto, los saudíes han iniciado
un programa estratégico para impulsar su producción y también
para estrechar el control que tienen sobre el pequeño margen de capacidad
sobrante en el mercado global, que les da una enorme influencia sobre los precios.

Durante muchos años, en tiempos de crisis, los saudíes podían
abrir el grifo para estabilizar los precios mundiales. Después de los
ataques terroristas en Estados Unidos en 2001, y durante los meses previos
a la invasión de Irak en 2003, hicieron eso. Desde entonces, sin embargo,
han perdido esta capacidad. El consumo ha crecido en China, India y el sureste
asiático. La producción en Irak, que se preveía que aumentase
después de la invasión, ha disminuido debido a la inesperada
insurgencia. La agitación en Nigeria y las disputas laborales en Venezuela
interrumpieron el suministro de forma ocasional.

En 2005, Riad lanzó un programa de 50.000 millones de dólares
para reafirmar su influencia en los mercados. Para el verano de 2009, prevé incrementar
su producción de 11 millones de barriles diarios hasta 12,5 millones,
lo que debería restituir su capacidad para mantener unos tres millones
de barriles de reserva. Cuando esto ocurra, los mercados mundiales se verán
menos afectados por una caída de las exportaciones del crudo iraní,
y Teherán será mucho más vulnerable a la presión
internacional. "Esta armadura de petróleo tiene una vida de dos
o tres años", apunta Terzian.

A Teherán le corre prisa impulsar su programa nuclear antes de perder
este escudo de petróleo. La crisis comenzó el año pasado,
cuando puso fin a la congelación de sus actividades de enriquecimiento
de uranio, que había negociado con Reino Unido, Francia y Alemania. "Nos
vimos obligados a combatir la política de los europeos de perder el
tiempo", señaló Hamid Reza Asefi, portavoz del ministro
de Exteriores iraní, en marzo. Cuando se negoció ese acuerdo,
el precio estaba en 30 dólares el barril; cuando se rechazó,
fue de 50 dólares; cuando reanudaron las actividades de enriquecimiento,
alcanzó los 60 dólares.

Están en una posición
de fuerza y lo saben. La rigidez del mercado y los elevados precios proporcionan
a Irán no sólo un escudo, sino las cartas más altas

"Irán ha hecho algún tipo de cálculo, en el que
está incluido el petróleo, según el cual pueden ganar",
dice David Albright, físico y antiguo inspector de armamento que ahora
dirige el Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional (ISIS, en
sus siglas en inglés) en Washington. Pero, ¿qué significa
ganar? ¿El arma atómica es un objetivo en sí mismo? ¿O
se trata de atacar Israel, como sugieren las declaraciones intempestivas de
Ahmadineyad? ¿O el fin es asegurarse, utilizando la amenaza nuclear,
que el régimen de los ayatolás continuará?

Teherán pretende cubrirse con un escudo diplomático o nuclear,
o con ambos, antes de que la protección del petróleo se debilite.
Su ex negociador nuclear, Hasan Rohani, citó a India, Israel, Corea
del Norte y Pakistán como países que tienen armas nucleares,
o aseguran tenerlas, y por ello están protegidos. Irán quiere
engrosar esas filas, incluso si dice que no va a construir una bomba. Lo más
probable es que se convierta en un Estado con armas nucleares virtual, del
que se sabe que tiene la capacidad de producir un arsenal, aun si decide no
hacerlo, del que se cree que tiene la bomba atómica, aun si nunca realiza
pruebas con ella. "Lo ven como la condición sine
qua non
de su
supervivencia", dice Milani.

El régimen de los ayatolás en Irán, la capacidad de producción
petrolífera de Arabia Saudí, la estabilización de Irak
y la proliferación de armas nucleares en el mundo: todo está sin
duda conectado.

Teherán centra la atención mundial ante los temores
de que llegue a hacerse con la bomba atómica. El verdadero escudo de
Irán frente a las presiones a
las que se ve sometido es el petróleo. Sabe que dispone de tres años
antes de que Arabia Saudí amplíe su capacidad de producción.
Christopher Dickey

 

El póster de la última película de George Clooney, Syriana,
una historia de complejas intrigas en torno a un emirato petrolero ficticio,
muestra a un agente de la CIA atado y con los ojos vendados con las palabras "Todo
está conectado". El filme es un pastiche confuso, pero merece
la pena recordar esta frase, sobre todo si se tiene en cuenta la crisis en
curso sobre el programa nuclear de Irán.

Durante casi cuatro años, las iniciativas de Europa y Estados Unidos
para contener las actividades nucleares de Teherán han vacilado entre
las amenazas y la contemporización. En febrero, después de unas
intensas y muy publicitadas negociaciones diplomáticas por parte de
Reino Unido, Francia, Alemania y EE UU, se persuadió a la Junta de Gobernadores
del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) —incluyendo
Rusia y China— de llevar a Irán ante el Consejo de Seguridad de
la ONU. La medida pareció plantear la amenaza de sanciones, pero todas
las partes se apresuraron a calificar esta posibilidad de prematura. A la vez
que la diplomacia seguía su curso, el ritmo de la investigación
nuclear de Irán continuaba abriendo la posibilidad de una confrontación
crónica que podría prolongarse durante años.

¿Por qué esta indecisión para emprender acciones más
contundentes? China y Rusia han sido dos socios reticentes a presionar a Teherán.
Pekín espera firmar acuerdos a largo plazo para obtener crudo iraní valorado
en unos 100.000 millones de dólares (unos 80.000 millones de euros).
Rusia está construyendo reactores en Irán gracias a los que está ingresando
miles de millones de dólares. Pero Occidente, incluido EE UU, tiene
un incentivo aún más sólido y directo para negociar en
lugar de actuar: cualquier paso en falso en la campaña para impedir
que Irán desarrolle tecnología nuclear podría desembocar
en una explosión del coste del petróleo.

Los iraníes lo saben y tan pronto como el presidente Mahmud Ahmadineyad
asumió el mando del país en agosto, el régimen empezó a
comportarse como si una ley superior —la de la oferta y la demanda— le
protegiera por mucho que provocara a la comunidad internacional. Como dijo
en marzo sin rodeos el delegado de Irán en el OIEA, Alí Asghar
Soltanieh, Teherán estima que "Estados Unidos tiene poder para
causar daño y dolor, pero también es sensible al daño
y al dolor. De modo que si ése es el camino que Washington desea escoger,
que empiece el juego".

La aritmética básica es simple. En la actualidad, apenas hay
suficiente petróleo en el mercado para satisfacer la demanda global,
que es de unos 85 millones de barriles diarios. Casi todos los países
productores están bombeando cada gota que pueden extraer, con lo que
queda un margen de unos 1,5 millones al día. Irán exporta alrededor
de 2,7 millones de barriles diarios. Si un embargo internacional, un ataque
militar o una decisión política en Teherán sacaran el
crudo iraní del mercado, los precios podrían dispararse desde
el actual nivel cercano a 70 dólares hasta 90 dólares el barril
o incluso más. Ajustado a la inflación, esto podría igualar
o superar las crisis de 1973 y 1979. Sería sin duda muy doloroso.

Crudo por las nubes: el temor a unos desorbitados precios da ventaja a Irán.
Crudo por las nubes: el
temor a unos desorbitados precios da ventaja a Irán.
 

"No es posible imponer sanciones al sector petrolero en Irán
sin que afecten al mundo entero", dice Pierre Terzian, fundador del grupo
parisino Petrostratégies. Uno de los analistas de petróleo más
influyentes de Estados Unidos, que pidió permanecer en el anonimato,
está de acuerdo con esta aseveración: "Ahora mismo, los
iraníes están en una posición de fuerza y lo saben. La
rigidez del mercado y los altos precios les proporcionan no sólo un
escudo, sino las cartas más altas. Les permite un apalancamiento que
hace dos años no tenían". Y mientras la amenaza de una
crisis del petróleo disuade a Occidente de emprender acciones contra
Teherán, los ingresos que generan los precios actuales dan al régimen
gran cantidad de efectivo con el que obtener apoyo del extranjero. "Los
europeos, sobre todo, no tolerarán el petróleo a 100 dólares
el barril", dice Abbas Milani, director del programa de Irán en
la Universidad de Stanford (EE UU).

Es probable que esta inflexible postura de Irán no dure mucho. La oferta
y la demanda —y Arabia Saudí— se encargarán de ello.
Los elevados precios actuales alientan a los países exportadores de
crudo a incrementar la producción donde sea posible e instan a que se
ralentice el crecimiento del consumo. Entretanto, los saudíes han iniciado
un programa estratégico para impulsar su producción y también
para estrechar el control que tienen sobre el pequeño margen de capacidad
sobrante en el mercado global, que les da una enorme influencia sobre los precios.

Durante muchos años, en tiempos de crisis, los saudíes podían
abrir el grifo para estabilizar los precios mundiales. Después de los
ataques terroristas en Estados Unidos en 2001, y durante los meses previos
a la invasión de Irak en 2003, hicieron eso. Desde entonces, sin embargo,
han perdido esta capacidad. El consumo ha crecido en China, India y el sureste
asiático. La producción en Irak, que se preveía que aumentase
después de la invasión, ha disminuido debido a la inesperada
insurgencia. La agitación en Nigeria y las disputas laborales en Venezuela
interrumpieron el suministro de forma ocasional.

En 2005, Riad lanzó un programa de 50.000 millones de dólares
para reafirmar su influencia en los mercados. Para el verano de 2009, prevé incrementar
su producción de 11 millones de barriles diarios hasta 12,5 millones,
lo que debería restituir su capacidad para mantener unos tres millones
de barriles de reserva. Cuando esto ocurra, los mercados mundiales se verán
menos afectados por una caída de las exportaciones del crudo iraní,
y Teherán será mucho más vulnerable a la presión
internacional. "Esta armadura de petróleo tiene una vida de dos
o tres años", apunta Terzian.

A Teherán le corre prisa impulsar su programa nuclear antes de perder
este escudo de petróleo. La crisis comenzó el año pasado,
cuando puso fin a la congelación de sus actividades de enriquecimiento
de uranio, que había negociado con Reino Unido, Francia y Alemania. "Nos
vimos obligados a combatir la política de los europeos de perder el
tiempo", señaló Hamid Reza Asefi, portavoz del ministro
de Exteriores iraní, en marzo. Cuando se negoció ese acuerdo,
el precio estaba en 30 dólares el barril; cuando se rechazó,
fue de 50 dólares; cuando reanudaron las actividades de enriquecimiento,
alcanzó los 60 dólares.

Están en una posición
de fuerza y lo saben. La rigidez del mercado y los elevados precios proporcionan
a Irán no sólo un escudo, sino las cartas más altas

"Irán ha hecho algún tipo de cálculo, en el que
está incluido el petróleo, según el cual pueden ganar",
dice David Albright, físico y antiguo inspector de armamento que ahora
dirige el Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional (ISIS, en
sus siglas en inglés) en Washington. Pero, ¿qué significa
ganar? ¿El arma atómica es un objetivo en sí mismo? ¿O
se trata de atacar Israel, como sugieren las declaraciones intempestivas de
Ahmadineyad? ¿O el fin es asegurarse, utilizando la amenaza nuclear,
que el régimen de los ayatolás continuará?

Teherán pretende cubrirse con un escudo diplomático o nuclear,
o con ambos, antes de que la protección del petróleo se debilite.
Su ex negociador nuclear, Hasan Rohani, citó a India, Israel, Corea
del Norte y Pakistán como países que tienen armas nucleares,
o aseguran tenerlas, y por ello están protegidos. Irán quiere
engrosar esas filas, incluso si dice que no va a construir una bomba. Lo más
probable es que se convierta en un Estado con armas nucleares virtual, del
que se sabe que tiene la capacidad de producir un arsenal, aun si decide no
hacerlo, del que se cree que tiene la bomba atómica, aun si nunca realiza
pruebas con ella. "Lo ven como la condición sine
qua non
de su
supervivencia", dice Milani.

El régimen de los ayatolás en Irán, la capacidad de producción
petrolífera de Arabia Saudí, la estabilización de Irak
y la proliferación de armas nucleares en el mundo: todo está sin
duda conectado.

Christopher Dickey es jefe de la delegación
de
Newsweek en París y redactor especializado en Oriente Medio.