Las mujeres han tenido un papel notorio durante las revueltas árabes, pero si ahora quieren estar dentro de la esfera pública y beneficiarse de las nuevas oportunidades que traerán las democracias, deben ser capaces de entrar en la política y asumir el liderazgo.

Ahmad Gharabli/AFP/Getty Images
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Algunas de las imágenes más llamativas de las revoluciones árabes han estado protagonizadas por mujeres -marchando por las calles, hablando desde el podio o enfrentándose a las fuerzas de seguridad-. En una región en la que éstas afrontan una exclusión extrema y la desigualdad de género está entre las más altas del mundo, este tipo de escenas son reseñables. Pero a medida que nuevos regímenes reemplacen a los envejecidos dictadores ¿qué cambios habrá para las mujeres?

No hay duda de que las protestas les han proporcionado oportunidades sin precedentes para desempeñar un rol político y participar en la vida pública. En aquellos países en los que las mujeres ya gozan de relativas capacidades, como Túnez y Egipto, éstas han asumido un papel de liderazgo en las protestas. En Túnez las profesionales y licenciadas universitarias fueron agentes clave de los levantamientos, mientras que en Egipto desempeñaron una importante función en la organización de las protestas en la Plaza Tahrir. Y lo que resulta aún más sorprendente es que incluso en sociedades enormemente conservadoras, como Yemen, han emergido líderes femeninas. Por ejemplo, fue la joven, Tawakul Karman, quien dirigió algunas de las primeras manifestaciones producidas en un campus de universidad en el país. Además, la participación de mujeres en las protestas en las calles yemeníes ha ignorado las tradiciones que las mantienen aisladas y les ha proporcionado una mayor visibilidad dentro del espacio público. Cuando el presidente Saleh sugirió que era antiislámico por parte de las mujeres manifestarse, éstas se lanzaron a miles a las calles para demostrarle que se equivocaba.

Parece que el deseo de los líderes masculinos de la oposición de movilizar al máximo número de personas para las manifestaciones se traduce en que, incluso los partidos islámicos conservadores -como Al Islah en Yemen-, no están defendiendo que las mujeres se queden en casa en esta ocasión. Sin embargo, no está claro cuánto durará este cambio de postura y si éstas serán capaces de convertir su papel público en algo más permanente. Las mujeres de la región ya tienen la experiencia de haber sido usadas en los enfrentamientos políticos para después ver cómo les hacían retroceder de nuevo hasta puestos domésticos, por ejemplo tras la lucha por la independencia en Argelia. Las activistas se muestran cautelosas ante la posibilidad de que esto pueda volver a repetirse.

Las evidencias de otros contextos de transición muestran que a menos que las mujeres ocupen un lugar en las más altas instancias en las que se toman las decisiones sobre la forma del nuevo Estado, es improbable que ese nuevo Gobierno esté a la altura de lo que ellas esperan. En Egipto parece que están siendo excluidas de la toma de decisiones a ese alto nivel. A pesar de que la reforma constitucional ofrece una oportunidad única para establecer un potente marco para los derechos de las mujeres, no hubo presencia de ninguna en el comité que redactó la nueva Constitución egipcia. Además, el documento tampoco hace ninguna mención a la igualdad. En Túnez, las señales son mucho más esperanzadoras ya que las mujeres están participando en proceso de toma de decisiones en todos los ámbitos y se está creando un espacio para ellas dentro de las instituciones políticas.

Hay que presionar para ejercer influencia en los debates sobre el papel de la religión en la vida pública

Si las activistas quieren sacar partido a las oportunidades que ofrece la democratización para representar sus intereses y dar forma a la agenda política, deben ser capaces de entrar en la política oficial y asumir roles de liderazgo. Egipto y Túnez ofrecen dos enfoques marcadamente opuestos ante esta cuestión. Lamentablemente, el Gobierno de transición egipcio parece estar a punto de desechar la -ya escasa- cuota del 13% para mujeres en el Parlamento. Esto sería un paso hacia atrás y una preocupante señal de la falta de compromiso de las nuevas autoridades con sus derechos. No obstante, éstas se están negando a ser excluidas tan fácilmente y por primera vez una mujer, Buthayna Kamel, se presenta como candidata a presidenta. En contraste, el Ejecutivo de transición de Túnez ha instigado un sistema de paridad al 50% entre hombres y mujeres en las listas electorales. Esto debería atraer a grandes cantidades de activistas a la vida política y ayudar a situar las cuestiones relacionadas con su situación en una posición más central de la agenda política. Este país -que ha liderado la región de forma invariable en cuestión de derechos de las mujeres- está ofreciendo un ejemplo de cómo promover las voces de éstas en la vida pública.

No está claro qué papel jugarán los partidos islámicos en los países de la primavera árabe, donde tienen un considerable apoyo e influirán con fuerza en la agenda política. Tampoco es sabido qué postura tomarán estos partidos en lo que se refiere a los derechos de las mujeres y cuestiones espinosas como la sharia. Por ejemplo, los Hermanos Musulmanes de Egipto -el mayor grupo de oposición del país- parecen estar adoptando una posición más liberal en la participación política femenina. Sin embargo, esta organización se ha caracterizado en el pasado por defender leyes conservadoras sobre la condición jurídica de las personas y que las mujeres sean excluidas de muchas áreas de la vida pública, y ha intentado con anterioridad evitar la prohibición de la mutilación genital femenina. A las activistas les preocupa que si los Hermanos Musulmanes se convierten en la fuerza dominante en el Parlamento puedan impulsar leyes que les perjudiquen.

En la, en comparación, liberal Túnez, a las mujeres también les preocupa que el regreso de los partidos islamistas a la política pudiera hacer retroceder sus derechos, aunque los principales partidos islámicos niegan que éste sea su propósito. Incluso en contextos mucho más restrictivos, como Yemen y Libia, las activistas han estado abogando por mejoras en sus derechos y están preocupadas por el impacto que pudieran tener las políticas islámicas.

Si las mujeres quieren defender su nuevo rol público y presionar para lograr mayores derechos tras la primavera árabe, es necesario que se movilicen. En particular, los diferentes grupos femeninos deben unirse para identificar sus intereses comunes, crear coaliciones y desarrollar campañas. Un desafío concreto sería establecer un consenso para una agenda relativa a los derechos de las mujeres que sea viable tanto entre las seculares como las islamistas. Necesitarán presionar para lograr un lugar en los espacios de toma de decisiones y ejercer influencia en los debates sobre el papel de la religión en la vida pública que se producirán a medida que estas nuevas democracias definan su identidad. Puesto que es la primera vez que trabajan en un contexto democrático, los grupos de activistas tendrán que aprender a desenvolverse en la política, lo que incluye forjar alianzas con grupos islámicos moderados que promuevan una interpretación progresista de la ley islámica.

La comunidad internacional tiene una responsabilidad en la promoción activa de los derechos de las mujeres en las nuevas democracias árabes, aunque hasta ahora solo Estados Unidos ha hecho oír su voz al respecto. Además, también puede dar su apoyo a las mujeres de estos países de manera práctica. Por ejemplo, proporcionando un refuerzo de las capacidades de las organizaciones y las líderes femeninas en ciernes, así como respaldando el desarrollo de redes nacionales y regionales de mujeres para compartir experiencias e impulsar una agenda común. Fundamentalmente, la comunidad internacional necesita reconocer dos hechos: que liberarse de una dictadura no significa necesariamente una mayor libertad para las mujeres a menos que éstas sean incluidas en el proceso de cambio, y que la democracia no tendrá verdadero sentido si éstas no pueden participar.

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