¿Serán las recientes elecciones presidenciales un punto de inflexión para el país?

 

AFP/Getty Images
El Presidente electo ucraniano, Petro Poroshenko, en una rueda de prensa, 26 de mayo, Kiev.

 

El 25 de mayo, los ucranianos acudieron a las urnas para elegir a su quinto presidente. Fue una elección llena de elementos inéditos. Para empezar, fue la primera vez, desde 1991, que se eligió a un candidato en la primera vuelta, después de que obtuviera la mayoría de los votos.

Además, Petro Poroshenko es el primer presidente en la historia de Ucrania que ha ganado en todas las regiones, de este a oeste, si bien se produjeron graves disturbios en algunas partes del este del país y no se votó en Crimea. Después de la ocupación rusa de la península y la rebelión de los separatistas prorrusos en el este, el propósito de estos comicios no era escoger entre Europa y Rusia. Los principales candidatos eran miembros de la antigua oposición que deseaban una relación más estrecha con Europa, y el Partido de las Regiones de Yanukóvich perdió enseguida casi todos sus apoyos en sus bastiones tradicionales del este y el sur de Ucrania.

Los dos principales candidatos -Petro Poroshenko (54,7% de los votos) y Yulia Timoshenko(12,8%)- fueron miembros del Movimiento Naranja de 2005, y son partidarios de una Ucrania europea. Los aspirantes que quedaron en tercer y cuarto lugar -Oleg Liashko (8,4%), líder del populista Partido Radical y nueva estrella en alza, y Anatoli Hritsenko (5,5%), ministro de Defensa en el gobierno de Yuschenko entre 2005 y 2010- tuvieron una participación activa en el Maidán y también respaldan el rumbo europeo.

Mijailo Dobkin, del Partido de las Regiones, que propugnaba la cooperación de Ucrania con la Unión Aduanera de Rusia, no obtuvo más que el 3%. Sergei Tigipko, ex miembro del Partido de las Regiones y partidario de una política exterior equilibrada entre la UE y Rusia, recibió el 5,2%.  Los ucranianos también rechazaron a los partidos extremistas de los dos lados del espectro político. El líder del Sector Derecho, Dimitro Yarosh, que ha servido de excusa a la propaganda rusa sobre Ucrania,  obtuvo menos del 1% de los votos; el jefe del nacionalista Svoboda (Partido de la Libertad) y el líder de los comunistas lograron sumar algo más del 1% entre los dos.

La participación fue elevada -60%-, aunque algo menos que en elecciones presidenciales anteriores (66% en la primera vuelta de 2010). Entre otras razones, porque muchos ciudadanos en las zonas más densamente pobladas de Donetsk y Lugansk se quedaron sin poder votar debido a problemas de seguridad e intimidaciones. La mayor participación se registró en las regiones occidentales (78% en Leópolis), y la más baja, en Donetsk (15%). En Lugansk, en los dos distritos electorales en los que fue posible votar (de los 12 existentes), acudió a las urnas casi el 39% de la población. En otras regiones del este y el sur, la asistencia fue de entre el 46 y el 55%.

Estos comicios fueron también la primera vez, en los últimos 10 años, que todos los candidatos admitieron de inmediato los resultados. Por un lado, eso demuestra que las elecciones, en general, fueron libres y limpias, tal como confirmaron los observadores ucranianos e internacionales. Por otro, muchos consideran que Poroshenko es una figura política unificadora, un líder experimentado y capaz de construir amplias coaliciones. Ante el peligro de que el país siga desestabilizándose, es posible que los grandes partidos decidan cooperar con el nuevo Presidente.

Según la Constitución de Ucrania, la elección de un nuevo presidente no implica necesariamente un cambio de gobierno. Aunque Petro Poroshenko ha expresado su deseo de colaborar con el primer ministro Arseni Yatseniuk, tendrá que haber cierta remodelación ministerial. Es probable que Poroshenko designe nuevos responsables en las áreas relacionadas con el orden público y la seguridad (ministro de Defensa, jefe de los servicios de seguridad, fiscal general). También es posible que el Parlamento, a petición del Primer Ministro, cambie a algunos responsables vinculados al partido Batkivshchina (de la Patria) cuya competencia se ha puesto en tela de juicio, como el ministro del Interior.

La victoria de Poroshenko -un oligarca que lleva desde 1998 interviniendo en política y que ha colaborado con todos los presidentes de ucrania, incluido Yanukóvich- no parece indicar que vaya a haber cambios trascendentales en la clase política del país. Lo que confirma es que existe una gran demanda de paz y el fortalecimiento de la autoridad del Estado. Los ucranianos esperan que el nuevo Presidente disminuya las tensiones con Rusia, lleve la paz a las dos regiones orientales reclamadas por los separatistas, una al país y dé impulso a las anheladas reformas políticas y económicas, incluida la lucha contra la corrupción endémica en el país.

En su discurso postelectoral, Poroshenko prometió iniciar un diálogo con Putin y resolver la crisis en la región de Donbas. Perfiló una estrategia de palo y zanahoria: más medidas “antiterroristas”, diálogo político con los separatistas y amnistía para quienes renuncien a las armas, y elecciones locales para restablecer la confianza de los residentes de Donbas en las autoridades. Asimismo, Poroshenko repitió su promesa de vender sus principales posesiones lo antes posible, incluida su fábrica de chocolates (que le granjeó el apodo de “El rey del chocolate”). Será la primera prueba de fuego para un presidente-oligarca que va a tener que demostrar con hechos su intención de combatir la corrupción en el país. Para ello será necesario, ante todo, trazar límites claros entre el poder político y el económico. Y Poroshenko ya ha prometido convocar elecciones parlamentarias este mismo año, una exigencia que comparten dos tercios de los ciudadanos.

Muchos ucranianos confían en que la elección presidencial recién celebrada constituya un punto de inflexión en la historia de su país que permita llevar a cabo, por fin, las reformas necesarias para mejorar el gobierno político y económico y avanzar hacia Europa. El presidente Poroshenko tendrá que hacer realidad las expectativas de sus votantes y garantizar a los habitantes de la zona oriental que va a representar también sus intereses. Una tarea nada fácil.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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