Algunas claves sobre cómo la diplomacia puede contribuir en la lucha contra el Estado Islámico.

El número de yihadistas europeos que están luchando junto al Estado Islámico es la prueba de los graves fallos de las decisiones económicas y políticas dirigidas hacia las comunidades inmigrantes de Europa. Pero incluso aunque el problema fundamental tras los atentados de París resida en la crisis de identidad que existe entre jóvenes marginados y desilusionados, hombres y mujeres, en nuestras propias sociedades, una derrota militar convincente del Estado Islámico sigue siendo esencial por tres razones: para estabilizar Oriente Medio; para detener la marea de inmigrantes que llegan a Europa; y para eliminar una fuente de inspiración para esta juventud europea que se siente rechazada. Sin embargo, la acción militar debe encuadrarse en el contexto de una estrategia diplomática más amplia. Eso es lo que falta. Europa ha perdido en gran medida la capacidad para el pensamiento estratégico, y por tanto para la acción diplomática y militar efectiva. La política exterior ha sido reemplazada por la indignación moral (y la superioridad moral), que se interpone en el camino de una buena estrategia.

Bandera de una milicia chií vinculada a Hezbolá junto a un mural con el emblema del Estado Islámico en el pueblo de Al Alam, al noreste de la ciudad iraquí de Tikrit. Younis Al Bayati/AFP/Getty Images
Bandera de una milicia chií vinculada a Hezbolá junto a un mural con el emblema del Estado Islámico en el pueblo de Al Alam, al noreste de la ciudad iraquí de Tikrit. Younis Al Bayati/AFP/Getty Images

¿Podría contribuir la diplomacia a la lucha contra el Estado Islámico? La cuestión parte del supuesto de que no se puede negociar con terroristas, o al menos con terroristas islámicos (después de todo, los británicos negociaron con el IRA), y de que la diplomacia es, por tanto, irrelevante. Pero esto equivale a no comprender la naturaleza de la diplomacia. La negociación directa es solo una de las herramientas de las que dispone. La diplomacia se basa en las redes de información e influencia. Cualquier diplomático que no sea capaz de establecer relaciones de una manera eficaz debería buscarse otro trabajo. Estas redes se utilizan para crear coaliciones que promuevan los intereses y objetivos del país del diplomático. Es igualmente importante que estas redes de relaciones puedan utilizarse para derribar y alterar las coaliciones hostiles. Todo lo anterior se apoya en el análisis de las motivaciones y objetivos de otros actores y en el patrón subyacente de las realidades geopolíticas y económicas. En esto es en lo que la diplomacia puede contribuir a la lucha contra el Estado Islámico. En concreto, son las técnicas que permitirán a Occidente construir una estrategia diplomática efectiva, de la cual la acción militar no será más que una parte.

Dado que Daesh está presenta tanto en Siria como en Irak, cualquier estrategia que pretenda ser eficaz debe lidiar con ambos países. Pero debe también tener en cuenta las diferencias entre ellos. Tanto si le gusta a Occidente como si no, Vladímir Putin (en gran parte gracias a la propia ineptitud de Occidente) ha logrado erigirse en el hombre indispensable en Siria. Y ahora debe ser parte de cualquier solución, por dos razones. En primer lugar, solo el Presidente ruso puede empujar a Bachar al Assad (y posiblemente a Irán) a colaborar con Occidente en el diseño de una solución política post-Assad que puede permitir que todas las facciones sirias se unan en la lucha contra el Estado Islámico. Un acuerdo de este tipo deberá proteger los intereses en Siria de Rusia, Irán y los alauitas, pero también cumplir con al menos algunas de las aspiraciones de la oposición no yihadista. En segundo lugar, Moscú está dispuesto y capacitado para proporcionar el apoyo militar, incluyendo sobre el terreno, que Occidente se resiste a ofrecer. Pero que éste tenga que trabajar con Rusia en Siria, significa también que tendrá que llegar a un acuerdo con el Kremlin respecto a Ucrania. Putin lo sabe, lo que puede ser una de las razones de su implicación en Siria. A diferencia de Occidente, Putin (o al menos el ministro de Exteriores ruso, Seguéi Lavrov) piensa estratégicamente. El acuerdo será difícil de lograr, y se atragantará a muchos de quienes que han insistido en que Putin sea castigado por apoderarse de la península de Crimea. Pero sus elementos ya están bastante claros: Rusia conserva Crimea; se produce una estabilización de una Ucrania federal en la que las regiones tengan una autonomía considerable (la legislación ya está en el Parlamento ucraniano); Moscú y Occidente garantizarán la nueva Ucrania y Rusia se retirará del este del país; Rusia y Occidente acordarán garantías de seguridad para Europa del Este y la parte oriental de Rusia; y se levantarán las sanciones a Rusia. Puede que a Occidente no le guste el trato, pero es poco más que el reconocimiento de la realidad y puede ser esencial para asegurar la colaboración rusa contra el Estado Islámico.

Occidente también debe volver a tratar estratégicamente con Turquía. Este paso debe tener en cuenta los cambios que ha experimentado el país en los últimos años, especialmente el creciente autoritarismo del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, y su decisión de hacer resurgir el conflicto con los kurdos por razones electorales (está en aumento el paralelismo entre Erdogan y Putin). El nuevo compromiso también debe basarse en realidades geopolíticas. Las súplicas desesperadas de Angela Merkel a Ankara para que frene a los inmigrantes que cruzan a Europa a cambio de apoyo financiero y cínicas promesas de reabrir la entrada de Turquía en la UE (promesas que la Canciller alemana sabe que no puede mantener) solo han servido para socavar su credibilidad y la de la UE frente a Erdogan. Cualquiera que sea el resultado en Siria e Irak, es muy probable que los kurdos salgan muy reforzados, lo que posiblemente incluya la consecución de su propio Estado. Conseguir que Ankara acepte esto va a ser difícil. Occidente necesita desarrollar un análisis claro del papel de Turquía en la región y de cómo los intereses de este país pueden ser protegidos en un Oriente Medio post-Daesh.

La lucha contra el Estado Islámico en Irak debe ser estratégica y diplomática en el verdadero sentido de la palabra: la creación y la destrucción de coaliciones basadas en un análisis geopolítico profundo y acompañado de una diplomacia pública eficaz. También ofrece a la diplomacia digital la oportunidad de demostrar que significa algo más que embajadores que tienen blogs y primeros secretarios que tuitean. Daesh en Irak parece ser una coalición entre yihadistas (principalmente extranjeros), miembros de tribus suníes y exoficiales del partido Baath (dos de sus subcomandantes son ex generales del Ejército de Saddam). Esta coalición es similar a la liderada por Al Qaeda en Irak hace ocho años. El general estadounidense David Petraeus rompió esa coalición gracias a una combinación de agentes de la CIA viajando en coches por todo el oeste de Irak con maletas de dólares y promesas de que el Gobierno iraquí respetaría a la comunidad suní. Petraeus fue capaz de formar la coalición Anbar Despierta de ex aliados de Al Qaeda para erradicar la influencia de los grupos. Aunque el objetivo sigue siendo el mismo –romper la coalición liderada por el Estado Islámico para crear una nueva coalición que lo combata– los detalles tendrán que ser diferentes. Es demasiado peligroso enviar a agentes de la CIA, o a cualquier otra persona, para que se muevan por todo Irak occidental en busca de líderes tribales sunís que reclutar. El Estado Islámico es muy consciente de los peligros. Parte de la razón de las decapitaciones on line, análogas a las reuniones informativas de Heinrich Himmler sobre el Holocausto para importantes miembros del Partido Nazi y el Ejército en Poznan en 1943, ha sido sujetar a los aliados a un círculo de terror del que no pueden escapar. Y tampoco las promeses de buen comportamiento del Gobierno de Irak serán suficientes. Las promesas se quedaron sin cumplir la última vez, y no serían creíbles ahora.

La situación en Irak ofrece a la diplomacia digital la oportunidad de demostrar que ha alcanzado la mayoría de edad. Si el contacto directo con los miembros de las tribus suníes y ex miembros del partido Baath es demasiado peligroso, estos pueden ser abordados a través de redes sociales y chats. Una vez que los objetivos potenciales han sido identificados, pueden ser contactados on line antes de establecer contacto directo. Se pueden crear relaciones indirectas a través de plataformas digitales que ofrecen un intercambio de opiniones e ideas sobre el futuro de los suníes en Irak. Los objetivos siguen siendo los de la diplomacia clásica: la construcción de redes para permitir la creación o interrupción de coaliciones. La diplomacia digital ofrece herramientas nuevas, posiblemente más efectivas (y sin duda más seguras), para alcanzarlos. Pero este tipo de herramientas no lograrán nada si Occidente no tiene garantías convincentes que ofrecer a las tribus suníes sobre su futuro. Esto puede significar ir más allá de las actuales fronteras inspiradas por el acuerdo Sykes-Picot en la región. Una oferta que podría convencer a las tribus sunís para romper con el Estado Islámico sería la creación de un Estado suní a partir de las áreas suníes de Irak y Siria. Las consecuencias inmediatas serían también la formación de un Estado chií/alauita y de un Estado kurdo. Esto ofrecería la perspectiva de una mayor estabilidad en la región, pero tendría en contra la oposición de Irán, Arabia Saudí y Turquía. El régimen iraní puede darse por satisfecho si mantiene la Media Luna chií de Teherán a través de Hezbolá en el sur de Líbano y Arabia Saudí con la creación de un nuevo Estado suní para contrarrestar a Irán. Pero, ¿qué obtendría Turquía para compensar la creación de un Estado kurdo?

Si uno de los objetivos para frenar a Daesh es socavar su atractivo para los musulmanes de Europa occidental, entonces es esencial que sea derrotado militarmente por otras fuerzas musulmanas, no por Occidente. Si estas pueden incluir a tribus suníes descontentas que han roto con el Estado Islámico, tanto mejor. Como han señalado algunos comentaristas, si el Estado Islámico es derrotado militarmente, podría dejar a decenas de terroristas yihadistas sueltos por Europa Occidental. Pero serán mucho menos eficaces como restos de un Estado Islámico humillado y derrotados por sus correligionarios. No sucederá como con los muyahidines retornados de los 90, recién salidos de su victoria sobre la Unión Soviética.

Esto apunta a la importancia de que no se perciba que es Occidente (y Rusia) quien impone una solución. Para tener éxito, cualquier estrategia debe implicar a las personas que viven en la región y tener en cuenta sus opiniones, así como las de quienes se han visto obligados a huir. Esto ofrece una nueva oportunidad para que la diplomacia digital muestre su verdadero valor. En 1991, el ejercicio de Mont Fleur sobre posibles escenarios reunió a 22 surafricanos de todo el espectro político para pensar en el aspecto que tendría la Suráfrica postapartheid 10 años más tarde. El ejercicio ayudó a desarrollar un lenguaje común y supuestos comunes sobre el futuro que fueron capaces de influir en los debates políticos clave. Un ejercicio similar podría ser también valioso en Oriente Medio, pero los desafíos de seguridad y logísticos pueden ser insuperables. Las plataformas digitales para construir un escenario, sin embargo, podrían ofrecer la oportunidad de reunir a una variedad aún más amplia de actores para debatir el futuro de la región. El potencial de las herramientas on line, ya sean redes sociales, o plataformas o instrumentos más estructurados de creación de redes para fomentar la conversación en zonas de conflicto apenas se ha explorado todavía, pero podría ofrecer una forma importante de interactuar con las poblaciones de Oriente Medio y darles voz para decidir su propio futuro.

Ninguno de los elementos anteriores funcionará por sí solo. Para derrotar al Estado Islámico, el enfoque debe ser holístico y estratégico. Y este a su vez tiene que formar parte de estrategias más amplias para combatir el yihadismo en Europa Occidental y gestionar la migración masiva a la UE. Será necesaria la acción militar, incluido el apoyo militar (principalmente aéreo) de Occidente y China. Pero debe formar parte de una estrategia diplomática general con objetivos políticos claros y acordados. Y puede que estos tengan que ser radicales en términos de las fronteras actuales. La acción militar occidental masiva, a una escala escasamente aceptable para las opiniones públicas occidentales y con víctimas civiles que resultan detestables para su sensibilidad, podría asegurar la victoria sobre Daesh en Siria e Irak. Pero esto sucedería de un modo que solo serviría para lanzar a más yihadistas, sin nada que perder, por las calles de Europa.