Tal vez el aspecto más descorazonador del grito desesperado de Aaron David Miller es su silencio respecto al futuro (‘La falsa religión de Oriente Medio’, junio/julio de 2010). La situación no es estática y, si no existe proceso de paz, no será posible la solución de los dos Estados. Como han advertido dos ex primeros ministros israelíes, Ehud Barak y Ehud Olmert, si esta solución no es viable, entonces Israel será un Estado de apartheid y tendrá que enfrentarse a una creciente censura internacional y a una lucha interna por los derechos políticos de los palestinos. Cuando eso ocurra, comentó Olmert en 2007, “el Estado de Israel habrá acabado”.

Leyendo el artículo de Miller no pude evitar pensar en Gran Bretaña. Los británicos hicieron un soberbio trabajo estropeando las cosas en Palestina entre 1919 y 1947, y después decidieron que todo el asunto era “demasiado complicado” y se lavaron las manos. Es comprensible que Miller no esté satisfecho con el historial de esfuerzos de Estados Unidos para el mantenimiento de la paz y, en efecto, esté también echándose las manos a la cabeza por la coyuntura. Entiendo su reacción e incluso simpatizo con sus sentimientos, pero eso no va a mejorar las cosas. De hecho, es probable que la situación empeore, y que la historia juzgue con dureza a EE UU por su contribución a ese empeoramiento. Aconsejar al presidente Barack Obama que se mantenga al margen es irresponsable, porque Estados Unidos es un actor central en el conflicto mientras la “relación especial” continúe. Quedarse al margen ahora también garantiza un peor resultado para todas las partes afectadas.

De modo que ésta es la cuestión que me gustaría realmente que Miller abordase: si está claro que la solución de “dos Estados para dos pueblos” ya no es una opción, ¿cuál debería ser según él la política estadounidense?

  • Stephen Walt
    Profesor Robert and Renée Belfer de Relaciones Internacionales, Universidad de Harvard, EE UU

 

El artículo de Aaron David Miller es tan típicamente apasionado e intuitivo como muchas de sus otras aportaciones, y, como colega negociador y ex embajador de Egipto en Estados Unidos, comparto buena parte de su frustración. Pero, aunque no vislumbro una paz integral con el actual conjunto de actores en la región, creo en la posibilidad de una paz entre árabes e israelíes y en el compromiso de su consecución.

Lamentablemente, no vislumbro negociaciones permanentes que vayan a comenzar o a concluir con éxito en un futuro inmediato. Sin embargo, en ausencia de cualquier posibilidad real de progreso, es imperativo consolidar nuestros avances y preservar los principios básicos que rigen el proceso de paz. En esta línea, sugeriría que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptara dos resoluciones lo más rápidamente posible.

La primera resolución sería breve y directa, y enfatizaría que la paz árabe-israelí es un objetivo estratégico internacional y que las construcciones israelíes en Jerusalén Este son ilegítimas y rechazadas por la comunidad internacional.

La segunda resolución reconocería la creación de un Estado palestino en Cisjordania, incluyendo Jerusalén Este y Gaza, y como consecuencia mantendría la posibilidad de la solución de los dos Estados para las negociaciones futuras. Partir de esa base permitiría a los palestinos seguir negociando con Israel los acuerdos que podrían conducir a la materialización de la paz. Huelga decir que estas sugerencias no resolverían el conflicto, pero sí preservan los fundamentos básicos y evitan que el árabe-israelí se convierta en un conflicto irresoluble.

  • Nabil Fahmy
    Decano, Escuela de Asuntos Globales y Políticas Públicas, Universidad Americana de El Cairo, Egipto

 

Aaron David Miller responde:

Stephen Walt y Nabil Fahmy lamentan la ausencia de una sección convincente en mi artículo dedicada al “cómo podemos resolverlo”. Después de haber pasado los últimos veinte años o más buscando sin éxito esas soluciones, comprendo su frustración.

Pero ése es precisamente el motivo por el que escribí el artículo. El Washington oficial vive en una burbuja. Hacer las cosas antes de pensarlas nunca es, por supuesto, una buena idea; de hecho, así es como Estados Unidos se mete en follones. He perdido la cuenta del número de memorandos sobre los “siguientes pasos en el proceso de paz” que he escrito, incluso cuando sabía que no había siguientes pasos que funcionaran.

Está en la esencia de EE UU querer arreglar y mejorar las cosas. La no resolución del problema árabe-israelí o un mundo sin proceso de paz y sin esperanza de una solución negociada no son buenos, aunque yo diría que hemos estado en un mundo así durante al menos los últimos diez años.

El objetivo de mi artículo no era intentar crear una solución donde no la hay. He recorrido ese camino demasiadas veces. En lugar de ello, el artículo constituye una llamada de advertencia para que las personas piensen antes de actuar.

Así que, ¿qué hacer? ¿Lanzarse de todos modos a la solución contra todos los males dando por sentado que intentarlo y fracasar es mejor que no haberlo intentado? ¿O tratar de avanzar en aquello que se pueda? Identificar una cuestión, como las fronteras, donde hay menos desacuerdos y, si el enfoque elegido tiene éxito, abordar el de los asentamientos y el de la seguridad; crear instituciones palestinas; conseguir que los israelíes no sean tan estrictos en los puestos de control, y ampliar la presencia de los efectivos de la seguridad palestina en Cisjordania.

No es atractivo. Pero es mucho más inteligente que lo que sospecho podría estar a la vuelta de la esquina: otro plan estadounidense o declaración política sobre las grandes cuestiones, que aumentará las expectativas sin posibilidad real de éxito. Todos recordamos lo que ocurrió tras el fracaso de las conversaciones de Camp David en 2000: una década de caos y estancamiento. Otro fracaso por intentar abarcar demasiado podría sin duda enterrar de manera definitiva el proceso de paz.