El presidente de Rusia Vladimir Putin posa en el palacio Peterhof, fundado por el emperador Pedro El Grande, en San Petesburgo (Dmitry Astakhov/AFP/Getty Images).
El presidente de Rusia Vladímir Putin posa en el palacio Peterhof, fundado por el emperador Pedro El Grande, en San Petesburgo (Dmitry Astakhov/AFP/Getty Images).

¿Cuánto ha cambiado Rusia desde los Romanov?

Los Románov 1613-1918

Simon Sebag Montefiore

Crítica, Barcelona, 2016

Ruling Russia: Authoritarianism from the Revolution to Putin

William Zimmerman

Princeton University Press, EE UU, 2014

La política y literata franco-suiza Madame de Staël observó hace dos siglos que "en Rusia, el Gobierno es una autocracia mitigada por el estrangulamiento". Es un buen resumen de las conspiraciones, los magnicidios, las torturas, los excesos sexuales y alcohólicos, la riqueza extravagante, la opresiva servidumbre y la pobreza de aquella Rusia, que hacen que Juego de tronos parezca una merienda en casa del párroco. Los tres siglos de poder de los Romanov —de 1613 a 1917— se basaron en un pacto entre la nueva dinastía y la nobleza que concedía a esta última el control absoluto de sus siervos; un pacto que fue el máximo responsable del atraso en el que permanecieron la política y la economía rusas y de que, cuando llegaron las primeras reformas, a finales del XIX, ya fuera demasiado tarde.

Este extenso libro, Los Romanov, 1613-1918, un ejemplo típico de historia popular y muy diferente a los libros anteriores del autor, Stalin: The Court of the Red Tsar (La corte del zar rojo) o la biografía del estadista y amante de Catalina la Grande, Potemkin, se propone narrar las vidas y los amores de los Romanov, más que la historia de los zares de Rusia. Intrigas, conspiraciones, traiciones y triunfos, junto con un inmenso reparto de personajes, forman una historia llena de color y no siempre fácil de seguir; los episodios se suceden, los escenarios cambian y hay tantos personajes secundarios que el hilo de la historia, a veces, se pierde.

La personalidad dividida de Rusia domina la historia, con la amenaza permanente de partir el país en dos: lo asiático frente a lo europeo, el racionalismo ilustrado frente al misticismo; muy parecido a la Rusia actual. La historia se repite. Decidido a destruir el imperio sueco y mediante las mismas tácticas que Alejandro I emplearía un siglo más tarde contra Napoleón, Pedro el Grande atrajo al Ejército invasor del rey Carlos XII de Suecia hacia Ucrania y lo destruyó en Poltava en 1709. De esa forma, Rusia se convirtió en una gran potencia europea y sus dirigentes dejaron de ser bárbaros indignos de las princesas europeas. Cuando los jóvenes nobles llegaron a París en 1814, se dieron cuenta, con asombro, de que su país natal estaba muy atrasado, y de ahí surgió la fallida Revuelta Decembrista en 1825. Un siglo después, la SMERSH, la organización de contraespionaje de Stalin, advertiría de que la irrupción del Ejército Rojo en el corazón de Europa había puesto de relieve las graves deficiencias del "paraíso de los trabajadores" de la URSS.

El autor, Simon Sebag Montefiore, plasma una galería inolvidable de retratos, personajes fascinantes y odiosos al mismo tiempo, que se deslizan por suntuosos palacios, fiestas espléndidas y haciendas campestres, un país en el que la tortura y el horror compartían el escenario con Pushkin y Tolstoi, en el que eran habituales los pogromos y las locuras místicas, la mitad de cuyos dirigentes, en el espacio de tres siglos, murieron asesinados. A los primeros Romanov les encantaban las extravagancias: Pedro el Grande sorprendía a sus invitados con unas tartas de cuyo interior saltaban enanos desnudos y la emperatriz Ana vestía a los cortesanos de gallinas. Catalina la Grande, antigua princesa alemana, fue seguramente la más rusa de todos ellos. No le gustaba la violencia, salvo la de sus aventuras amorosas. Expandió el imperio más que ningún otro miembro de la dinastía, bajo un envoltorio de despotismo ilustrado. "Hay que hacer las cosas de forma que el pueblo piense que es él el que las desea".

El último zar, Nicolás II, fue, en opinión del autor, "el menos capacitado y el más intolerante" de todos los Romanov. Violentamente antisemita, dispuesto a sumir Rusia en guerras y revoluciones, devoto de su esposa, Alejandra, una mujer "de piedad obsesiva y mojigatería santurrona" y con un auténtico complejo de superioridad. Nicolás II carecía de visión global y no sabía escoger a sus consejeros, en una época en la que incluso otros gobernantes más sabios habrían tenido dificultades. Era ingenuo e incluso infantil, alejado de las realidades más básicas y completamente obstinado, salvo ante su histérica mujer. Su desastroso liderazgo provocó una tormenta que arrastró a millones de personas en 1917.

La anexión rusa de Crimea y su intervención en Siria y otros lugares han hecho que, en Occidente, muchos comparen el régimen de Putin con las épocas del mayor autoritarismo de la Unión Soviética e incluso con la conducta de los zares. El libro de William Zimmerman, Ruling Russia: Authoritarianism from Revolution to Putin, ofrece una historia política detallada de la transformación de los gobernantes en Rusia, desde la revolución bolchevique hasta 2013. El autor trata de hacer una descripción cuantitativa de la "normalidad" —o falta de ella— en Rusia, pero se rinde al comprender que existen muchas discrepancias sobre qué es una Rusia normal. En otras palabras, "qué le pasa a Rusia", como decía el título de un artículo publicado en Foreign Affairs en 2014.

Un gran inconveniente de este libro es que es terriblemente árido; muy útil para especialistas, pero que no consigue enganchar al lector corriente. Podría estar escrito de manera mucho más sencilla, explicar por qué el pueblo ruso ha aceptado con tanta frecuencia diversas clases de autoritarismo. Las fuentes son demasiado variadas, las notas demasiado numerosas, y la prosa demasiado densa, en contraste con el libro de Montefiore. El lector añora la escueta descripción que hace este último del Congreso de Viena en 1814: "Quizá el viaje organizado más decadente de la historia, un congreso con dos emperadores, cinco reyes, 209 príncipes reinantes, alrededor de 20.000 funcionarios, desde mariscales y ministros hasta administrativos y espías, y todos los vividores, charlatanes y prostitutas de Europa; en total unas 100.000 personas, que regatearon, chantajearon y fornicaron de banquete en banquete y de baile en baile para reconstruir un continente tras 20 años de guerra".

Es curioso que el cocinero que preparaba los exquisitos platos que le encantaban a la aristocracia rusa en el Hotel Astoria durante la Primera Guerra Mundial fuera nada menos que el abuelo del actual presidente de Rusia. En vísperas de aquella guerra, el embajador británico le dijo a Nicolás II que necesitaba recobrar la confianza de su pueblo, y el zar respondió: "Querrá decir más bien que mi pueblo debe recobrar mi confianza". ¿Alguien se imagina una frase así en 2016?

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

comision

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores