Tras las elecciones, la UE no debe esperar mucho de las nuevas políticas alemanas.

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El reciente anuncio hecho por Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas de Alemania, de que  “tendrá que haber otro programa en Grecia” ha introducido algo de aire fresco en la lánguida campaña electoral alemana, en la que Europa no ha tenido aún ningún papel significativo. Aunque no se espera que haya ninguna gran controversia sobre el tema en las últimas semanas hasta el 22 de septiembre, la declaración de Schäuble alimenta el debate sobre la política europea del próximo gobierno. Tras el tácito reconocimiento de que la política de austeridad no ha tenido éxito, da la impresión de que está desmoronándose otro dogma alemán: el de “no más rescates”. ¿Estamos presenciando el declive de la “Europa alemana”, construida con tanto esfuerzo por Berlín durante los años de crisis?

En realidad, el concepto de Europa alemana es, más que la descripción de una nueva realidad de la UE, una expresión de inquietud por el estado del debate y el espíritu europeo en Alemania. Aunque no cabe duda de que, en los últimos años, el poder relativo de Berlín ha crecido, ese “momento hegemónico” no ha producido una remodelación de la Unión Europea de inspiración germánica. Alemania se ha visto obligada, a su pesar y con el escepticismo creciente de su población, a ceder en aspectos fundamentales de su visión de la Unión. Berlín admitió crear un fondo de rescate permanente (el Mecanismo Europeo de Estabilidad, MEE); aceptó que el Banco Central Europeo pudiera rebasar enormemente sus competencias anteriores e incluso, abandonó su oposición a que el MEE posibilitara la recapitalización directa de los bancos (aunque con estrictas condiciones). El hecho de que Alemania haya tenido que renunciar a muchos de sus más queridos principios en política europea y económica indica que su concepción de Europa está en crisis, no que de pronto haya florecido. Resulta paradójico pensar que, precisamente cuando Berlín había logrado una ventaja económica y política sin precedentes sobre sus socios de la UE, su Ordnungspolitik se ha topado con la derrota.

Por eso es poco probable que haya un cambio radical en las políticas alemanas tras las elecciones. En los aspectos fundamentales, ya se ha producido ese cambio, de manera implícita. Pero las presiones sobre Alemania y el hecho de que en Berlín son cada vez más conscientes de las graves repercusiones que tienen los problemas de la UE en el país van a desembocar en nuevas concesiones, que Schäuble es el único que se atreve a llamar por su nombre.

La cuestión del nuevo programa de rescate para Grecia no es más que un aspecto de esa posible evolución. Aunque los detalles de la reestructuración de la deuda griega sean tabú en época electoral, será imposible eludir el problema en los próximos meses. Además, el anuncio del presidente de la Comisión Europea de que se va a crear un grupo de expertos, al que se encargará el estudio de la posibilidad de crear un fondo de redención de deuda (que abarcaría todas las deudas de los países de la eurozona que superen el límite del 60% del PIB establecido en el Tratado de Maastricht), ha hecho que la idea -a la que Berlín, hasta ahora, se ha opuesto siempre- vuelva a estar sobre la mesa. Llevarla a la práctica será, sin duda, largo y difícil. Pero es interesante que el concepto proceda del Consejo Económico Superior y que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), en la oposición, lo respalde. Si se forma una gran coalición de CDU/CSU (la Unión Demócrata Cristiana y los socialcristianos bávaros) y SPD, podría reaparecer la cuestión de la reducción de la deuda y la creación de un fondo para ese fin.

Un elemento que puede poner a prueba la estrategia alemana ante la crisis es la suerte definitiva que corra la unión bancaria. Existe una gran necesidad de un sistema que permita rescatar a los bancos (o liquidarlos), sin que ello suponga una carga para los Estados (o los contribuyentes). Esta disputa, que se examinará en otoño, afecta a un elemento central de la futura unión bancaria: ¿quién tomará las decisiones sobre estos asuntos y cómo? ¿De dónde saldrán los fondos necesarios para llevar a cabo esas operaciones y quién los administrará? La reciente propuesta de la Comisión Europea de crear un instituto y un fondo especiales (55.000 millones de euros) recibió las críticas del Gobierno alemán, que se opone a transferir más competencias a Bruselas. Sin embargo, la oposición alemana -el SPD y los Verdes- sí apoya ese traspaso de competencias. Si uno de estos dos partidos entra en el Ejecutivo tras las elecciones, la política alemana sobre esta cuestión podría evolucionar.

Ahora bien, otra cosa es cómo puede contribuir Alemania a la recuperación económica europea: con un aumento del consumo interno alemán que estimule el crecimiento económico. Convencer a los alemanes de que apliquen subidas importantes de salarios o de que reduzcan el ahorro será una tarea ímproba y las consecuencias para el resto de Europa no están claras. Pero una política de estímulo del crecimiento por parte de Alemania podría adoptar otra forma: un aumento de las inversiones públicas, que el país ha olvidado por completo en las últimas décadas. Como calculó hace poco el Instituto Alemán de Investigaciones Económicas (DIW), desde 1991, el valor de las infraestructuras públicas (carreteras, puentes, ferrocarriles, escuelas, guarderías, etcétera) en el país ha disminuido un 10% en relación con el PIB. Ningún otro Estado industrializado ha invertido tan poco dinero en ese mismo periodo. Precisamente su mayor punto débil es la falta de ese tipo de inversiones, que pone en peligro su desarrollo económico a medio y largo plazo. Un amplio programa de inversiones podría tener a la larga efectos positivos en la situación germana y de toda Europa. El SPD y los Verdes defienden incrementos en los impuestos sobre la renta, para lograr unos ingresos adicionales que se emplearían en un programa multimillonario de reparación de las infraestructuras y las inversiones en investigación y ciencia.

Esperar una receta alemana milagrosa para superar la crisis sería cometer una ingenuidad. Los problemas de Europa son demasiado graves como para que los resuelva incluso una Alemania “medio hegemónica” . Ningún cambio repentino en las políticas alemanas puede garantizar mejoras inmediatas en la situación de Europa. Para evitar una realidad aún peor, el futuro gobierno federal tendrá que tomar decisiones difíciles. Desde luego, las consecuencias de sus acciones (o inacciones) serán más trascendentales de lo que podría indicar su carácter aparentemente técnico. Si bien no podemos esperar una revolución, parece que se vislumbra en el horizonte una erosión cada vez mayor de la “Europa alemana”.

 

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