España podría actuar de puente entre las dos regiones.

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Las negociaciones para la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la Unión Europea y Estados Unidos prometen ser largas, a pesar de que, por primera vez, parece haber una seria voluntad de acuerdo. La fotografía es ésta: la UE y EE UU representan aproximadamente la mitad de la economía mundial, hoy por hoy el comercio entre las dos regiones equivale a un tercio del total del mundo, y, al margen de consideraciones ideológicas, un acuerdo entre ambos se estima que podría añadir 1,5 puntos de crecimiento a cada una de las partes, además de incentivar el comercio y la inversión mutuos. En paralelo, y como ha señalado -entre otros- el ministro de Asuntos Exteriores español, García-Margallo, se han retomado las conversaciones entre la UE y Mercosur para alcanzar un acuerdo que seguramente resultará más modesto que el TLC, pero que, en resumidas cuentas, supondrá un avance respecto del empantanamiento actual.

Por otra parte, en las Américas, desde que se desechara el proyecto ALCA allá por 2005, EE UU y Mercosur no mantienen relaciones boyantes. Las desigualdades y desequilibrios entre Estados Unidos y América Latina son demasiado profundas, de tal magnitud, que un TLC entre las dos partes no está previsto en el horizonte cercano, aunque algunos países del bloque sur hayan firmado TLC bilaterales con Washington.

Si las voluntades cruzadas entre la Unión y Estados Unidos, así como la UE y América Latina, se plasmaran en acuerdos, surgiría una nueva geografía global en materia de comercio e inversiones. ¿Por qué? Al firmarse los dos TLC, estaríamos de facto ante un tipo de esquema triangular, siendo la UE el vértice clave en el triangulo. Y no es que nos hayamos olvidado de que nos falta una pata para alcanzar dicho esquema (un TLC entre EE UU y Mercosur), sino que, curiosamente, esta situación podría suponer que la UE tuviera un cierto papel de puerta del comercio e intermediario de inversión entre las dos Américas. En realidad, la verdadera entrada podría ser España.

Quizá sea mejor entender esto poniendo rostro a un actor concreto que se vería afectado por la nueva situación, como son las empresas multinacionales latinoamericanas, las multilatinas. Debido al crecimiento sostenido que vienen registrando en los últimos años tanto América Latina como su propio sector empresarial, el salto de las multilatinas hacia Europa podría incrementarse sustancialmente en un futuro próximo. Como expone el experto Javier Santiso, el potencial de expansión de este tipo de empresas en Europa es aún enorme (más de la mitad de ellas aún no tiene sede en el Viejo Continente) y tiene que ser aprovechado por todas las partes. En este sentido, España tiene condiciones para erigirse en hub latino que obre de cabeza de puente entre América Latina y la UE, ampliando este papel también con vistas a EE UU, un gigante económico paulatinamente latinizado y que a su vez formaría también una zona de libre comercio con la UE.

Ahí es donde se recogerían los frutos de la nueva situación. Se podrían generar cuantiosos efectos positivos de manera centrípeta: entre otras muchas cosas, desde impulsar el crecimiento de la economía española y multiplicar las cifras del comercio recíproco entre todas las regiones y países implicados, a asentar un pool de conocimientos y tecnología hacia y desde España (lo cual también podría contribuir a fomentar e internacionalizar las start-ups y PYMES españolas), fortaleciendo a este país como polo económico atractivo en Europa y receptor de inversiones producto de flujos que actúen en varias direcciones.

Esto quedaría perfectamente imbricado en el actual contexto de reequilibrio de las relaciones políticas entre España y América Latina, que viran hacia una mayor igualdad de trato recíproco y en la que se buscan los beneficios mutuos y no sólo agradar al primer mundo como antaño. Además, concuerda perfectamente en la estrategia de internacionalización de la empresa española fomentada por el gobierno de España.

Aun así, este esquema no quedará completado hasta que la libertad de comercio no se vea acompañada de una libertad del factor trabajo -personas- entre las distintas regiones, una idea que no parece estar presente a corto plazo en la agenda de los gobernantes de ambas orillas. Los desequilibrios entre libertad de capitales y del trabajo ya han demostrado sus efectos devastadores en el mundo globalizado del siglo XXI. El error reside en querer perpetuarlos.

 

 

 

 

 

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