China es una gran potencia en todos los sentidos de la palabra. Es el país más poblado del mundo. El Imperio del Centro ha capeado la Gran Recesión mejor que Occidente. Está desarrollando una Armada capaz de operar en océanos abiertos para rivalizar con Estados Unidos en el Pacífico. En 2010, el gigante asiático sobrepasó a Japón como la segunda mayor economía del planeta. Para muchos estadounidenses, sin embargo, eso no es suficiente. Políticos, comentaristas y la opinión pública creen que China ya ha reemplazado a Estados Unidos en la consecución de la supremacía de la política internacional. Esto no es sólo incorrecto —es peligrosamente incorrecto.

Según una encuesta del Pew Research Center de noviembre de 2009, un 44% de los estadounidenses creen que China es “la potencia económica líder en el mundo”, comparado con el 27% que nombra a EE UU. Las élites han alimentado esta percepción de las masas. Tras el ciclo de elecciones de mitad de mandato, que presentó un anuncio antiChina tras otro, el presidente Barack Obama advirtió: “Otros países como China no se están quedando quietos, de modo que nosotros tampoco podemos quedarnos quietos”.

Estando así la percepción pública y la retórica política, no es de extrañar que la revista Forbes nombrara recientemente al presidente chino, Hu Jintao, como el individuo más poderoso del planeta.

Es hora de aclarar unas cuantas cosas. Si se mide el poder estrictamente según el PIB al tipo de cambio del dólar, entonces Estados Unidos es aproximadamente un 250% más poderoso que China. Si se usa una combinación de medidas —como hace, por ejemplo, el proyecto 2025 del Consejo Nacional de Inteligencia de EE UU— entonces China posee un poco menos de la mitad del poder relativo de la actual superpotencia. Incluso por el lado financiero, Estados Unidos todavía domina, y, a pesar de todo el bombo que se le haya podido dar a la idea, el dólar no va a abandonar su lugar como la divisa de reserva mundial. El renminbi podría ser una alternativa en un futuro lejano, pero tras la crisis financiera de 2008, China está poco dispuesta a abrir sus mercados de capital. Incluso usando las medidas del poder blando, menos tangibles, Estados Unidos también supera todavía cómodamente al Imperio del Centro en nuevas encuestas de opinión pública realizadas en los países de la costa del Pacífico por el Chicago Council on Global Affairs. Ahora mismo Estados Unidos es ampliamente más poderoso que la República Popular China. Cualquiera que le diga lo contrario le está vendiendo algo.

¿Por qué esta generalizada esta percepción errónea? En parte, la gente está mirando a las medidas equivocadas. China tiene las mayores reservas de divisas del mundo, lo que ha conducido a que muchos saquen la conclusión de que Pekín tiene ahora la capacidad de dictar sus términos a Estados Unidos y a todos los demás. Pero eso simplemente no es así. El equilibrio del terror financiero constriñe a China además de a EE UU porque la primera necesita a los consumidores estadounidenses al menos tanto como el segundo necesita que el gigante asiático compre su deuda.

No hay duda de que China ha ido amasando más poder mientras que la fuerza estadounidense mermaba durante la última década, y Pekín está ahora haciendo valer su peso. Pero Estados Unidos todavía tiene una enorme ventaja.

Exagerar el poder chino tiene sus consecuencias. En los círculos políticos de Washington, las actitudes frente a la hegemonía estadounidense han pasado de la complacencia al pánico. Los políticos temerosos que representan a votantes asustados tienen un incentivo para arremeter contra una potencia en ascenso o convertirla en cabeza de turco —en perjuicio de todos. La histeria por el poder chino también provoca confusión e ira en el país asiático, ya que se le está pidiendo a Pekín que acepte una carga que no está todavía preparado para soportar. China, después de todo, ocupa el lugar número 89 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, justo detrás de Turkmenistán y la República Dominicana (Estados Unidos se sitúa en el cuarto). Tratar a Pekín como si fuera más poderoso de lo que es alimenta la bravuconería y la inseguridad chinas al mismo tiempo. Eso es un cóctel político casi tan peligroso el pánico.