Hombres yemeníes armados leales al movimiento chií Huthi, agosto de 2014. Mohammed Huwais/AFP/Getty Images)
Hombres yemeníes armados leales al movimiento chií Huthi, agosto de 2014. Mohammed Huwais/AFP/Getty Images)

 

La transición de Yemen se ha venido abajo. El proceso político ha caído víctima de la rivalidad entre las clases dirigentes, un cambio en el equilibrio de poder en favor de los hutíes -un movimiento chií zaidí que ha invadido gran parte del país desde su bastión en el norte- y un movimiento separatista resurgente en el sur. Con el deterioro de las condiciones económicas y de seguridad, la credibilidad del Estado y la confianza en el presidente Abdo Rabu Mansur Hadi como mediador honrado entre las facciones se han debilitado.

Los hutíes, apoyados por un amplio frente político harto del estancamiento de la situación, se apoderaron de la capital, Saná, en septiembre de 2014. Aceptaron un plan para nombrar un nuevo Gobierno, el Acuerdo de Paz y Cooperación Nacional, pero violaron rápidamente su espíritu al endurecer su control de la capital y extenderse hacia el sur y el oeste, hasta los territorios suníes y la región petrolífera de Marib.

Aunque Yemen no tiene una tradición de violencia sectaria, está empezando a crearla. La toma del poder por parte de los hutíes les ha enfrentado con Islah, un partido político que engloba la rama yemení de los Hermanos Musulmanes, y con Al Qaeda en la Península Arábiga, formado en 2009 por militantes suníes de Arabia Saudí y Yemen. El avance hutí también ha provocado en el sur el temor de que la autonomía federal, prevista en el diálogo de transición que se estableció tras la salida del presidente Alí Abdullah Saleh, no logre triunfar.

Las potencias regionales y mundiales tienen un historial irregular en relación con Yemen. Arabia Saudí y el Consejo de Cooperación del Golfo fueron cruciales para reunir a las distintas facciones durante la caótica situación de 2011. Los saudíes han aportado miles de millones de dólares para reforzar el presupuesto del Estado. Ahora bien, cuando los hutíes entraron en Saná, Riad expresó sus dudas sobre la conveniencia de financiar un gobierno dominado por un grupo al que considera una marioneta de Irán. Si los saudíes desaconsejaran las inversiones y retiraran su apoyo financiero, el Estado yemení podría entrar en descomposición. Irán y Arabia Saudí, que tienen un enemigo común en Al Qaeda, deberían cooperar para no dejar que Yemen se deslice hacia otra guerra subsidiaria.

El papel del Consejo de Seguridad de la ONU también ha sido desigual. En febrero de 2014, ordenó sanciones contra cualquier grupo que se considerase que estuviera obstaculizando la transición. Después de que los hutíes tomaran Saná, la ONU sancionó a dos de sus jefes y al ex presidente Saleh, a instancias del presidente Hadi y los saudíes. La decisión fue contraproducente porque dio un impulso temporal a quienes pretendía debilitar. El partido de Saleh, Congreso General del Pueblo, se apresuró a retirar su apoyo al Gobierno y expulsó a Hadi de su dirección, y los hutíes recibieron las sanciones como un honor. No parece que ninguna de estas partes vayan a aceptar ningún compromiso a corto plazo.