
Libros, películas, series, grafitis, música y una bebida para conocer un país complejo y lleno de contraste, pero con una diversidad cultural y social muy ricas y vibrantes.
Si el mundo pudiese resumirse en un país, ese probablemente sería Colombia. Ya la simple geografía anuncia un lugar de contrastes. En el país andino se conjugan desde los picos gélidos del Nevado del Ruiz a fértiles valles como el Cauca, las llanuras del Meta, las playas paradisíacas del Pacífico, el abrasador desierto guajiro y el desconocido y virgen Amazonas. Sólo en Bogotá, la capital, situada a 2.600 metros de altura, uno puede vivir, en un simple día, todas las estaciones del año, desde temperaturas inferiores a los 5ºC hasta pasajes donde el sol achicharra la piel, pasando por lluvias torrenciales, todo en un espacio de unas pocas horas, sin previsión alguna. Aventurarse a dejar el paraguas en casa, aunque no se atisbe una sola nube en el horizonte, es arriesgarse a caminar mojado. Todo puede cambiar en cuestión de minutos. Colombia es, ciertamente, un país inesperado, un vibrante vivero lleno de diferencias, desde la modernidad de sus imponentes centros urbanos, donde colectivos como el feminista y LGTBI dan batalla, donde en las discotecas se baila reguetón y en el que hay una explosión de tribus urbanas, a la tradición católica e indígena, la ranchera tradicional, el vallenato, el palenque, la panela, la maloca y la chicha. Desde los heavys, raperos, punkies, gomelos (pijos) y modernos hasta los pueblos originarios del Amazonas, los cowboys llaneros, los mineros de esmeraldas, los currantes de las favelas o el campesinado rural que da de comer a un país que ama apasionadamente, pero donde también existe el odio con rabia, capaz de mostrar lo mejor y lo peor del ser humano. Tras casi seis décadas de un conflicto armado que todavía perdura y que sigue marcando profundamente a los habitantes de una Colombia combativa, que ha dejado atrás sus épocas más oscuras, pero que tiene importantes desafíos por delante.
En Colombia hay muchas colombias, incluso en espacios reducidos. Los contrastes quedan patentes dentro de las mismas ciudades del segundo país más desigual de América Latina, tras Brasil y, por ende, uno de los más desiguales del mundo. Uno puede estar caminando por un barrio acomodado, cruzar de calle, y meterse de lleno en una favela, dándose de bruces con la miseria y la marginalidad de los que parecen sobrar, como diría la canción protesta chilena. Casas arregladas con cuatro ladrillos y techo de chapa junto a lujosos condominios en un país donde la pobreza afecta al 39,3% de la población. Ese espacio refleja la película Los Reyes del Mundo, de la directora Laura Mora Ortega, estrenada el año pasado y ganadora de la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián. Cuenta las ...
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