El discurso del martes sobre el estado de la Unión se centró sobre todo en la política interior de EE UU. Pero si Obama quiere que su Gobierno empiece a tomarse en serio la política exterior, quizá debería echar un vistazo a estas pistas que le da FP.

MÉXICO

La cuestión de política exterior más importante para Estados Unidos no es Irán, ni Afganistán, ni China, sino el vecino México, donde han muerto casi 35.000 personas en los últimos cinco años como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico. Desde que el presidente mexicano, Felipe Calderón, empezó a tomar serias medidas contra los cárteles de la droga en 2006, el país se ha transformado, y no necesariamente para mejorar. Washington está de forma íntima involucrado en el conflicto. Por un lado, la demanda de los consumidores de droga estadounidenses es la que sostiene el narcotráfico mexicano; por otro lado y de forma aún más directa, se calcula que el 90% de las armas de fuego empleadas en el enfrentamiento proceden del norte de la frontera.

Hasta ahora, la Administración Obama se ha centrado en los problemas de seguridad en el límite con México, en ofrecer ayuda militar al país y contribuir a reducir el tráfico de armas estadounidenses hacia el sur. El pasado mes de mayo, la Casa Blanca anunció que iba a enviar 1.200 soldados más para vigilar la zona fronteriza. Obama ha visitado a su vecino, y la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, estuvo allí recientemente.

¿Por qué no habló de ello? Porque México es un pararrayos, no sólo por las drogas sino por la inmigración, un tema que los dos partidos se han esforzado en abordar en los últimos años. El presidente estadounidense, que ha dicho que quiere elaborar una ley integral y pensó en avanzar en este campo con una nueva estrategia inmediatamente después de que su Gobierno planteara la reforma sanitaria, advirtió en otoño que probablemente tardará en tener los apoyos políticos necesarios para que aprueben esa ley.

Unas banderas rojas yacen delante de fuerzas antidisturbios tras una manifestación contra las medidas de austeridad en Atenas, el 2 de diciembre de 2010. (AFP/Getty Images)
Unas banderas rojas yacen delante de fuerzas antidisturbios tras una manifestación contra las medidas de austeridad en Atenas, el 2 de diciembre de 2010. (AFP/Getty Images)

LA CRISIS DE LA DEUDA EUROPEA

Después de los rescates de Grecia e Irlanda que llevó a cabo la Unión Europea el año pasado, cada vez preocupa más la posibilidad de que otros países endeudados de la eurozona necesiten pronto sus propios fondos de rescate. Los nuevos enfermos del Viejo Continente son Portugal, Italia y España. Pese a que los tres aseguran que no van a necesitar ninguna ayuda, los inversores se muestran escépticos. Pimco, el gigante inversor en bonos, predice que Francia y Alemania tendrán que dedicar todavía más dinero para salvar el euro, a pesar de que en mayo se creó un fondo de previsión de un billón de dólares (casi mil millones de euros) para la eurozona con el fin de prevenir futuras crisis de la deuda.

Obama no podía hablar de manera directa de esto, entre otras cosas por las comparaciones desfavorables que podrían hacerse con el endeudamiento de Estados Unidos. Pero la quiebra de la zona euro causaría un enorme perjuicio a la economía estadounidense y la global. Casi la cuarta parte de las exportaciones de Washington va a parar a Europa. Además, los economistas temen que pueda crearse un efecto dominó que afecte a los bancos de EE UU y contagie a todo el sistema financiero, como ocurrió con la caída de Lehman Brothers hace dos años y medio. Y no estamos en el mundo de la posguerra; La Casa Blanca no va a acudir al rescate del Viejo Continente. En su lugar, es China la que se ha ofrecido a ayudar, por ejemplo con la compra de 6.000 millones de euros de deuda española.

Obama tenía demasiadas presiones para hablar del déficit de Estados Unidos como para mencionar a Europa. Los republicanos recién elegidos para la Cámara de Representantes han pedido grandes recortes del gasto federal, 2,5 billones de dólares en los próximos 10 años. Y, aunque no todo el mundo está de acuerdo en cómo hacerlo, los sondeos de opinión pública muestran una gran preocupación por la deuda federal.

CACHEMIRA

Aunque el discurso de Obama hubiera mencionado las relaciones con India y Pakistán (y entre los dos), era poco probable que hablase de Cachemira, la turbulenta región montañosa que es el epicentro de las tensiones entre las dos potencias nucleares. Ambos países reivindican el territorio, y Nueva Delhi cuenta con unas 350.000 tropas desplegadas allí. El debate sobre quién debe controlar qué se remonta a hace 60 años, pero éste es fundamental para los objetivos antiterroristas de Estados Unidos. Islamabad se resiste a dedicar su Ejército a la lucha contra los talibanes en las provincias del noroeste y cita la “amenaza india” en sus otras fronteras como excusa.

Pero Cachemira no es sólo un tablero en el que se desarrolla el conflicto entre ambos países. Los 5,4 millones de habitantes del territorio, casi en su totalidad musulmanes, tienen sus propias reivindicaciones. Y en los últimos meses, los jóvenes –muchos de ellos, parados y sin posibilidad de encontrar trabajo– se han lanzado a la calle a protestar, a arrojar piedras contra los soldados indios y reclamar la independencia respecto a los dos Estados. En 2008, las autoridades de India dijeron que habían muerto aproximadamente 47.000 personas en los 20 últimos años de disturbios en la región.

Hasta ahora Estados Unidos ha tratado de mantenerse al margen del debate sobre Cachemira. Washington ha hecho poca cosa y algunos analistas opinan que incluso un empeño mayor no habría servido para nada. La conflictiva región ni siquiera estaba en la cartera del difunto Richard Holbrooke, representante especial de la Administración Obama para Afganistán y Pakistán. Aun así, a la Casa Blanca le interesa que haya una resolución pacífica y duradera para la crisis de la zona, y seguramente estará alerta cuando Nueva Delhi e Islamabad se sienten a negociar, por fin, el próximo mes.

Unos funcionarios electorales cuentan los votos en Juba el 15 de enero, tras el histórico referéndum de independencia en Sudán del Sur. (AFP/Getty Images)

SUDÁN 

El 9 de enero, sucedió algo increíble en este país. Seis años después de que un acuerdo de paz negociado por Estados Unidos pusiera fin a decenios de guerra civil, el sur votó si quería independizarse del norte, una opción que fue la que escogió nada menos que el 99% de sus ciudadanos, según los resultados provisionales. Y casi tan increíble como la existencia de un Sudán del Sur nuevo e independiente es el propio hecho de que el referéndum se celebrara, y además, con puntualidad y sin violencia. En gran parte se debió a la enorme presión diplomática que la Administración Obama había ejercido sobre el Gobierno de Jartum en los últimos meses.

EE UU podría haber mencionado todo esto. Pero lo que seguramente no iba a decir era que no todas las noticias son buenas. Antes de que el sur proclame la independencia, tanto éste como del norte tendrán que llegar a acuerdos sobre mil detalles llenos de complejidad, desde el trazado de la frontera hasta las definiciones exactas de la ciudadanía. El presidente de Sudán, Omar Hassan al Bashir, es un experto en políticas arriesgadas, y es posible que aplace las negociaciones hasta el último minuto posible para obtener concesiones sobre el reparto de la riqueza del petróleo, por ejemplo. Tampoco existen garantías de que un Sur, nuevo e independiente, sea más capaz de autogobernarse como lo hizo su antiguo amo del norte. Pero lo peor es que ahora, aprovechando que todas las miradas internacionales están puestas allí, Bashir puede querer reforzar su control de Darfur, la región occidental separatista que tanto ha sufrido en años recientes.

YEMEN

Diez años después del atentado contra el portaaviones USS Cole, Yemen sigue siendo un foco de tensiones en medio de una región muy peligrosa. Este diminuto país situado frente a Somalia, a orillas del Golfo de Adén, ha pasado a ser una de las principales preocupaciones de los responsables de la lucha antiterrorista en los últimos años. Con un Gobierno débil, lleno de divisiones internas, en bancarrota económica y geográficamente maldito, el país se ha convertido a su pesar en anfitrión de Al Qaeda en la Península arábiga, con personajes tan carismáticos como el yihadista de origen estadounidense Anwar al Awlaki, idolatrado por el autor de la matanza de Fort Hood, entre otros.

Yemen ocupó también los titulares hace un año, después de que  el terrorista del día de Navidad, Umar Farouk Abdulmutallab, que se había entrenado en este país, intentase hacer estallar un avión de pasajeros con destino a Estados Unidos. Y a finales del año pasado, los cables de WikiLeaks revelaron que los estadounidenses habían llevado a cabo ataques aéreos en el territorio contra presuntos guerrilleros. Los documentos dicen, asimismo, que el Gobierno ha desviado otras ayudas militares de Washington para fines sin especificar, como mantener a raya a los rebeldes de oposición. Es un ejemplo significativo de las dificultades de tener que cooperar con unos aliados imperfectos en la guerra contra el terrorismo, un aspecto del que, como es natural, Obama se resiste a hablar.

Existe un motivo más para tener presente a Yemen en estos momentos: Guantánamo. El presidente de EE UU está recibiendo muchas presiones de sus bases más izquierdistas por no haber sido capaz de cerrar la prisión antes del plazo que él mismo se había marcado, enero de 2010, y por haber reanudado las comisiones militares. Y resulta que muchos de los presos en cuestión son yemeníes.

Billetes de dólar y yuan en un banco de Pekín el 15 de mayo de 2006. (China Photos/Getty Images)

EL DÓLAR 

El billete verde ya no es tan popular como antes. Desde hace dos años, todo el mundo, desde el Banco Mundial hasta Naciones Unidas, ha advertido que el dólar estadounidense no puede seguir siendo eternamente la divisa de reserva global. El último, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que se refirió a esta cuestión durante su encuentro con Barack Obama en Washington en enero. Y la semana pasada, durante su visita a la Casa Blanca, el mandatario chino Hu Jintao calificó el sistema con denominación en dólares como un “producto del pasado”.

Si el planeta acaba por diversificar su sistema de visitas y se aleja de esta divisa, eso supondría grandes cambios para Estados Unidos. En la  actualidad, goza de enormes ventajas cuando pide préstamos en los mercados internacionales. Sus exportaciones no se enfrentan a las mismas barreras monetarias que sufren muchos otros países, que tienen que pagar una prima para comprar dólares con los que hacer operaciones comerciales. Desde luego, queda mucho para que nos apartemos verdaderamente de él. Todavía no existe ninguna alternativa suficientemente tentadora para los inversores, y los bancos centrales manejan ya tan bien la técnica de hacer negocios con esta moneda que tardarían años en cambiar. Pero tampoco puede seguir Washington dando por sentada su diplomacia del dólar.

Para Obama (y para cualquier otro político estadounidense, independientemente de su afiliación política), la idea de una nueva divisa mundial evoca el derrotismo y la teoría del declive estadounidense. Y el mensaje del martes pretendía ser todo lo contrario. Como dice el periódico Politico, fue cuestión de“atmósfera más que de política”.

RED DE DISTRIBUCIÓN DEL NORTE

Durante la primera mitad de 2010, los convoyes de la OTAN que se dirigían a Afganistán –con todo tipo de suministros, como combustible y alimentos—sufrieron cada vez más ataques en el camino desde Karachi (Pakistán), hasta la frontera norte con el país. A finales de septiembre, Islamabad cerró la carretera en protesta por las muertes de civiles por los ataques de los aviones no tripulados estadounidenses, aunque la reabrió en octubre. Entre los combatientes y la situación política, hace tiempo que el Ejército de EE UU y sus aliados buscan otras vías para entrar en la zona.

Como consecuencia, para complementar la ruta de Pakistán, han empezado a utilizar la llamada red de distribución del norte, que transporta los suministros a Afganistán a través de Rusia y Asia Central. Lo bueno es que Moscú, y los Gobiernos de Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán han permitido el paso de los cargamentos estadounidenses. Lo malo es que este trayecto también está lleno de escollos, desde retrasos insoportables hasta sobornos y extorsión.

Los problemas de abastecimiento son otra señal más de las precarias relaciones que deben mantener EE UU y sus aliados para proseguir los combates en Kabul. Son ya conocidos los lamentos por la intransigencia paquistaní en la lucha contra los talibanes. Ahora, la Administración de Obama, muy a su pesar, tiene que llevarse bien con Estados de Asia Central como, por ejemplo, Uzbekistán, gobernado por el autócrata Islam Karímov, y Kirguizistán, donde unos sangrientos disturbios derrocaron al caudillo ex soviético Kurmanbek Bakiyev el año pasado.

Washington no tiene más remedio que sonreír y tolerar a sus aliados, no le quedan muchas más opciones. En octubre de 2010, la mitad de todos los suministros para las tropas en Afganistán estaba entrando a través de Pakistán, un 30% a través de Asia Central y el 20% restante por aire.

El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, sale de una rueda de prensa en el Frontline Club de Londres, el 17 de enero. (Carl de Souza/AFP/Getty Images)
El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, sale de una rueda de prensa en el Frontline Club de Londres, el 17 de enero.
(Carl de Souza/AFP/Getty Images)

WIKILEAKS

Se ha derramado mucha tinta sobre lo que significa WikiLeaks para los esfuerzos diplomáticos de la Administración de Obama en todo el mundo. Muchos de los cables son embarazosos; otros revelan negociaciones entre bastidores con aliados difíciles como Yemen y Pakistán que a los diplomáticos de EE UU, seguramente, les habría gustado mantener secretas. Desde luego, si la administración estadounidense llamó a los aliados para avisarles de que iba a producirse la publicación de los documentos y prevenir daños, fue por algo.

Sin embargo, el Gobierno de Obama dice –al menos en público—que WikiLeaks no ha perjudicado gravemente su capacidad de ejercer una política exterior. El secretario de Defensa, Robert Gates, lo resumió así: “¿Es embarazoso? Sí. “Es incómodo” Sí. ¿Tiene consecuencias para la política exterior de Estados Unidos? En mi opinión, muy modestas”.

Eso no ha impedido que la Administración esté tratando de preparar bien sus argumentos para demandar al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, y a Bradley Manning, el soldado del Ejército acusado de descargar y filtrar los cables diplomáticos, archivos sobre Irak y Afganistán. (En la actualidad, Manning está detenido en Estados Unidos; Assange está sujeto a arresto domiciliario en Gran Bretaña mientras aguarda una decisión sobre su posible extradición para responder a unos cargos de delitos sexuales en Suecia.)

Ahora bien, al margen del resultado de las querellas pendientes contra Assange y Manning, lo que parece claro es que la idea de WikiLeaks  -obtener secretos del Gobierno y hacerlos públicos en la red- va a echar raíces. Ya hay muchos imitadores. De modo que lo que debería preocupar a Obama no son quizá los hechos pasados que revelan los cables diplomáticos, sino el futuro de las relaciones de Estados Unidos en un mundo dedicado a WikiLeakear.

PALESTINA 

Durante la última década, en las conversaciones de paz de Oriente Medio, ha habido mucho más frío que deshielo. Hoy están en una cámara de congelación. Los intentos norteamericanos de mediar en unas negociaciones directas fracasaron hasta tal punto el otoño pasado que Washington no consiguió ni que las dos partes volvieran a la mesa. Ahora existen indicios de que la Casa Blanca se ha rendido y no cree ya que pueda contar con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, como un negociador verdaderamente deseoso de lograr la paz. Para empeorar aún más las cosas, las autoridades palestinas están indignadas por unos documentos filtrados a Al Yazira y hechos públicos hace poco, en los que se revela que los negociadores palestinos estaban dispuestos a hacer concesiones importantes y posiblemente impopulares a Israel. La falta de voluntad o de capacidad de los israelíes para llegar a un acuerdo, por un lado, y la fragmentación política y la debilidad negociadora de los palestinos, por otro, parecen obstáculos insuperables.

Por eso merece la pena llamar la atención sobre un movimiento inesperado en la región que está cobrando fuerza: el intento de Palestina de obtener un reconocimiento unilateral como Estado en Naciones Unidas. Hace unas semanas, Guyana se sumó a otros siete países latinoamericanos en su propuesta de reconocer Palestina. Rusia anunció el 18 de enero que también va a hacerlo. Aunque el presidente palestino, Mahmud Abbas, ha dicho que Palestina no va a proclamar la independencia de forma unilateral, el debate sobre una posible resolución de la ONU está abierto. No parece probable que la Casa Blanca respalde una resolución así, si es que alguna vez llega a someterse a votación. Y, aunque el Gobierno de Obama está muy dedicado al objetivo de la paz en Oriente Medio, es de suponer que no será uno de sus temas prioritarios ahora que el Presidente tiene que empezar a preparar su reelección, en una campaña electoral que estará muy centrada en temas internos.

El presidente chileno, Sebastián Piñera, y el líder chino Hu Jintao. (AFP/Getty Images)

SUDAMÉRICA

¿Cuándo fue la última vez que oímos a un presidente de Estados Unidos pronunciar las palabras “Sudamérica” en un discurso sobre el estado de la Unión? Si no se acuerdan, es porque fue hace bastante; en 1998, para ser exactos.

Desde el final de la guerra fría, durante la que Washington estaba pendiente de la influencia soviética en su patio trasero, la política sudamericana de Estados Unidos ha perdido toda su importancia. Como explicó en 2006 Moisés Naím, exdirector de Foreign Policy, “El peso de Latinoamérica en el mundo ha disminuido. No es un motor económico, una amenaza de seguridad ni una bomba demográfica. Hasta sus tragedias quedan empequeñecidas al lado

La verdad es que algunos países sí se han vuelto más prioritarios. Colombia, por ejemplo, donde EE UU ha invertido 8.000 millones de dólares en los últimos 10 años para combatir a la guerrilla narcotraficante, recibió una mención en el discurso de Obama de 2008, en el que dijo que era uno de los principales aliados del país. Ahora bien, en conjunto, Latinoamérica ha dejado de ser un foco de atención en un mundo en el que Afganistán, Irak, Pakistán, China, Irán, Europa y otros muchos países y problemas son más urgentes. Ni siquiera la retórica enardecida del presidente venezolano, Hugo Chávez, merece más que un interés rutinario de Washington.

¿Entonces qué? Podríamos destacar que, aunque EE UU haya abandonado en gran parte Sudamérica –durante tanto tiempo su patio trasero—a su suerte, China no. No es que los países latinoamericanos necesiten mucha ayuda para salir adelante hoy. Las economías de la región han prosperado de tal manera después de su crisis económica que algunos autores hablan de los próximos años como la década latinoamericana.