España tiene ahora dos terrorismos dentro contra los que luchar: el
local, etarra, y, desde el 11-M, otro global, si se confirma definitivamente
la autoría del atentado vinculado a la nebulosa de Al Qaeda. Para las
víctimas, no hay diferencia alguna. Para combatirlos, sí. Pues
son fenómenos diferentes que requieren medios distintos, aunque complementarios
(si bien evitando que haya vínculos entre ambos). Aunque desde, al menos,
el 11-S se supo que anidaba en su seno, la España moderna y democrática
nunca ha tenido que afrontar los efectos de este terrorismo islamista, masivo,
indiscriminado y que (aunque no lo parezca en este caso) puede también
ser suicida, lo que ETA u otros grupos terroristas occidentales nunca han sido
y marca toda una diferencia. Combatirlo va a requerir nuevos instrumentos y
nuevas formas de cooperación nacional e internacional.

Es la primera vez que una acción terrorista extranjera
y su gestión cambia el resultado de un proceso electoral

La lucha contra el terrorismo global puede ayudar, y de hecho lo ha hecho ya,
a combatir al local, especialmente ahora que ETA se ha internacionalizado, con
sus reivindicaciones sobre, y atentados en, Francia. ETA ha dejado de ser un
problema sólo español. Y por supuesto el terrorismo islamista
es, por definición, no ya antiespañol o antieuropeo, sino antioccidental,
aunque sea de un nuevo Occidente que está por reconstruirse. Al Qaeda
no ha dejado de avisar, incluso antes de la guerra de Irak, que Roma o Londres
y otras grandes ciudades europeas están en su punto de mira. Son todas
las democracias europeas las que están en peligro, por lo que deben unirse
contra este enemigo elusivo frente al que hay que defenderse, de inmediato y
a corto plazo, y cuyas causas hay que eliminar, a medio y largo plazo. Como
frente a cualquier terrorismo, sería un error, sin embargo, perder en
esta lucha, que no puede verse ni llevarse como una guerra, nuestra esencia
de sociedades abiertas.

Lo que es absolutamente nuevo del 11-M es que una acción terrorista extranjera
y su gestión por el Gobierno haya podido cambiar el resultado de un proceso
electoral de unas elecciones generales, como las españolas. Lo global ha incidido
en lo local de una manera dramática. Indica que, lejos del nihilismo, este terrorismo
tiene calendarios y objetivos políticos muy claros, aunque ni busque ni se preste
a la posibilidad de negociación alguna sobre sus objetivos, lo cual es otra
diferencia. Claro que con su arrogancia del poder, con su manipulación informativa
para hacer creer a los españoles y al resto del mundo que sin duda alguna se
trataba de una acción de ETA -y llovía sobre mojado tras las mentiras en torno
a la guerra de Irak-, el Gobierno de Aznar y el PP se buscaron su propia derrota.
En todo caso, la política exterior y sus consecuencias, desgraciadamente por
una puerta de sangre, han regresado a las elecciones, de donde el PP había intentado
marginarla. Y es que el mundo ha cambiado. Y el cambio de mayoría debe llevar
a una rectificación de la política exterior, hacia un regreso a Europa sin renunciar
a unas relaciones estrechas y decentes con EE UU. El precedente de lo ocurrido
en este país debería servir de lección a todos. Y, en una cierta medida, puede
dejar su impacto en las elecciones de noviembre en EE UU. Lo local, así, también
puede incidir en lo global.

 

11-M: local y global. Andrés Ortega

España tiene ahora dos terrorismos dentro contra los que luchar: el
local, etarra, y, desde el 11-M, otro global, si se confirma definitivamente
la autoría del atentado vinculado a la nebulosa de Al Qaeda. Para las
víctimas, no hay diferencia alguna. Para combatirlos, sí. Pues
son fenómenos diferentes que requieren medios distintos, aunque complementarios
(si bien evitando que haya vínculos entre ambos). Aunque desde, al menos,
el 11-S se supo que anidaba en su seno, la España moderna y democrática
nunca ha tenido que afrontar los efectos de este terrorismo islamista, masivo,
indiscriminado y que (aunque no lo parezca en este caso) puede también
ser suicida, lo que ETA u otros grupos terroristas occidentales nunca han sido
y marca toda una diferencia. Combatirlo va a requerir nuevos instrumentos y
nuevas formas de cooperación nacional e internacional.

Es la primera vez que una acción terrorista extranjera
y su gestión cambia el resultado de un proceso electoral

La lucha contra el terrorismo global puede ayudar, y de hecho lo ha hecho ya,
a combatir al local, especialmente ahora que ETA se ha internacionalizado, con
sus reivindicaciones sobre, y atentados en, Francia. ETA ha dejado de ser un
problema sólo español. Y por supuesto el terrorismo islamista
es, por definición, no ya antiespañol o antieuropeo, sino antioccidental,
aunque sea de un nuevo Occidente que está por reconstruirse. Al Qaeda
no ha dejado de avisar, incluso antes de la guerra de Irak, que Roma o Londres
y otras grandes ciudades europeas están en su punto de mira. Son todas
las democracias europeas las que están en peligro, por lo que deben unirse
contra este enemigo elusivo frente al que hay que defenderse, de inmediato y
a corto plazo, y cuyas causas hay que eliminar, a medio y largo plazo. Como
frente a cualquier terrorismo, sería un error, sin embargo, perder en
esta lucha, que no puede verse ni llevarse como una guerra, nuestra esencia
de sociedades abiertas.

Lo que es absolutamente nuevo del 11-M es que una acción terrorista extranjera
y su gestión por el Gobierno haya podido cambiar el resultado de un proceso
electoral de unas elecciones generales, como las españolas. Lo global ha incidido
en lo local de una manera dramática. Indica que, lejos del nihilismo, este terrorismo
tiene calendarios y objetivos políticos muy claros, aunque ni busque ni se preste
a la posibilidad de negociación alguna sobre sus objetivos, lo cual es otra
diferencia. Claro que con su arrogancia del poder, con su manipulación informativa
para hacer creer a los españoles y al resto del mundo que sin duda alguna se
trataba de una acción de ETA -y llovía sobre mojado tras las mentiras en torno
a la guerra de Irak-, el Gobierno de Aznar y el PP se buscaron su propia derrota.
En todo caso, la política exterior y sus consecuencias, desgraciadamente por
una puerta de sangre, han regresado a las elecciones, de donde el PP había intentado
marginarla. Y es que el mundo ha cambiado. Y el cambio de mayoría debe llevar
a una rectificación de la política exterior, hacia un regreso a Europa sin renunciar
a unas relaciones estrechas y decentes con EE UU. El precedente de lo ocurrido
en este país debería servir de lección a todos. Y, en una cierta medida, puede
dejar su impacto en las elecciones de noviembre en EE UU. Lo local, así, también
puede incidir en lo global.