Este es el volumen previsto de la economía china para el año 2040. Quedan advertidos.

 

En 2040, la economía china alcanzará los 123 billones de dólares (86 billones de euros), casi tres veces el volumen de la economía del mundo entero en el año 2000. La renta per cápita de los chinos llegará a 85.000 dólares, más del doble de lo previsto para la Unión Europea, y muy por encima de las de India y Japón. En otras palabras, el habitante medio de una megaciudad china vivirá el doble de bien que el francés medio cuando China pase de ser el país pobre de 2000 al país súper rico de 2040. Aunque no superará a Estados Unidos en riqueza per cápita, mis previsiones son que, de aquí a 30 años, la parte del PIB mundial correspondiente a China (40% del total) empequeñecerá a las de Estados Unidos (14%) y la Unión Europea (5%). Así será la hegemonía económica.

Las informaciones sobre la ascensión económica de China, en su mayoría, ofrecen poca cosa más que unas cuantas generalidades vagas o amenazadoras, y suelen subestimar enormemente cuánto ha crecido y a qué velocidad (un estudio reciente del Carnegie Endowment for International Peace predice que, para 2050, la economía china será sólo un 20% mayor que la de EE UU). Incluso los datos económicos presentados por la propia China infravaloran en ciertos aspectos el volumen de su economía.

Lo mismo sucede con el declive relativo de una Europa perjudicada por el descenso de la natalidad en un periodo en el que está acabando la era de su peso económico en el mundo. También en este caso, la trayectoria va a ser más brusca y repentina de lo que sugiere la mayoría de los análisis. El bajo índice de natalidad europeo y la debilidad de su consumo significan que su aportación al PIB mundial caerá a un cuarto de su proporción actual en un plazo de 30 años. En ese momento, la economía combinada de los 15 países más antiguos de la UE será una octava parte de la de China. Ése es el futuro que nos aguarda dentro de una generación, y está acercándose más deprisa de lo que pensamos.

¿Qué es exactamente lo que hace que a China le vayan tan bien las cosas?

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Hegemonía: El economista ganador del Nobel Robert Fogel vislumbra que China controlará pronto una gran parte del PIB mundial.

El primer factor fundamental suele pasarse por alto: la enorme inversión que está haciendo el gigante asiático en educación. Unos trabajadores más formados son mucho más productivos (los datos de EE UU indican que los trabajadores con educación universitaria son tres veces más productivos que los que sólo han estudiado hasta los 14 años). En China, las matriculaciones en la enseñanza secundaria y superior están aumentando muchísimo debido a las importantes inversiones oficiales. En 1998, en las universidades chinas sólo había 3,4 millones de estudiantes. Durante los cuatro años siguientes, la matriculación en la enseñanza superior aumentó un 165%, y el número de chinos que salía a estudiar al extranjero creció un 152%. Entre 2000 y 2004, la matriculación en la universidad siguió creciendo enormemente, en torno al 50%. En mi opinión, China va a ser capaz en la próxima generación de aumentar su porcentaje de matriculados en secundaria a casi el 100%, y en la universidad al 50%, lo cual añadiría más de 6 puntos a la tasa anual de crecimiento económico del país. Esos objetivos para la enseñanza superior no son inalcanzables. Hay que recordar que, en varios países de Europa occidental, el índice de matriculación en la universidad subió del 25% al 50% en sólo las dos últimas décadas del siglo XX.

Y no son sólo los trabajadores los que ven significativamente beneficiada su productividad individual; las empresas también, según los trabajos del economista Edwin Mansfield. En un estudio del año 1971, Mansfield llegó a la conclusión de que los presidentes de las empresas que adoptaban desde muy pronto tecnologías nuevas y complejas solían ser más jóvenes y tener más educación que los de las empresas que tardaban más en innovar.

La segunda cosa que muchos no tienen suficientemente en cuenta cuando hacen proyecciones sobre la economía china es el papel del sector rural. Cuando imaginamos el futuro, solemos pensar en los rascacielos de Shanghai y las fábricas de Guangdong, pero los cambios producidos en el campo chino lo han convertido en un motor económico poco valorado. Durante el cuarto de siglo entre 1978 y 2003 hubo un gran crecimiento de la productividad laboral en los tres sectores (agricultura, servicios e industria), con una media del 6% anual. El nivel de producción por trabajador fue mucho mayor en la industria y en los servicios, y esos sectores han sido objeto de más atención. Sin embargo, la productividad está aumentando incluso para quienes continúan en áreas rurales. En 2009, alrededor del 55% de la población de China, unos 700 millones de personas, vivía todavía en el campo. El vasto sector rural es responsable de un tercio del crecimiento económico actual, y no va a desaparecer en los próximos 30 años.

En tercer lugar, aunque es habitual decir que los datos chinos tienen errores o están deliberadamente hinchados, es muy posible que los estadísticos estén subestimando el progreso económico. Sobre todo, en el sector servicios, porque las pequeñas empresas muchas veces no notifican sus resultados a la Administración, y las autoridades no justifican las mejoras en la calidad de la producción. En China, como en Estados Unidos, los cálculos oficiales del PIB minusvaloran enormemente el crecimiento nacional si no tienen en cuenta las mejoras en servicios como la educación y la sanidad. Otros países tienen problemas de cuentas similares, pero el rápido crecimiento del sector de los servicios en China hace que la diferencia entre su valor real y el que se calcula sea todavía más pronunciada.

El cuarto factor, y para algunos el más sorprendente, es que el sistema político chino seguramente no es como creemos. Aunque los observadores externos suelen pensar que Pekín tiene siempre las riendas, la mayoría de las reformas económicas, incluidas las que más éxito han tenido, se han hecho y supervisado localmente. Y, aunque China no es una democracia, por supuesto, existen más críticas y más debate en las altas instancias de lo que muchos piensan. Como es natural, los mandatos sin restricciones pueden causar un desastre, pero, si Pekín ha evitado cualquier repetición del Gran Salto Adelante en los últimos años, es por algo.

Un ejemplo es el de la Sociedad de Economistas Chinos. Yo he participado en muchas de sus asambleas anuales, a las que asisten personas muy críticas con su Gobierno y lo dicen abiertamente. Es evidente que no llegan a frases como “¡abajo Hu Jintao!”, pero pueden señalar que la última decisión del Ministerio de Finanzas está equivocada, plantear su preocupación por una propuesta de ajuste de los precios de la electricidad o llamar la atención sobre asuntos de igualdad. Pueden incluso publicar una carta crítica en un periódico de Pekín. Entonces, el ministro de Finanzas quizá les llame y les diga: “¿Quiere convocar a su gente? Nos gustaría que algunos de los nuestros se reúnan con ustedes para saber más cosas de las que piensan”. Muchos no son conscientes de que en Pekín se produce ese tipo de diálogo. En este sentido, la planificación económica china se ha vuelto mucho más sensible y abierta de lo que era.

Por último, la gente no da la importancia merecida al consumismo chino. En muchos aspectos, China es el país más capitalista del mundo en estos momentos. En las grandes ciudades, el nivel de vida y la renta per cápita están al mismo nivel que en países que el Banco Mundial considera de “rentas medias altas”, por encima, por ejemplo, de la República Checa. A un elevado nivel de vida y la famosa tendencia china al ahorro se suma una afición clara y creciente a comprar ropa, aparatos electrónicos, comida rápida y automóviles: toda una señal de lo que el futuro le reserva al Imperio del Centro. El Ejecutivo ha decidido que aumentar el consumo interior es fundamental para la economía, y muchas políticas actuales están dirigidas a aumentar esa afición de los chinos a comprar.

¿Y Europa? Europa –me refiero a los 15 miembros más antiguos de la UE– se enfrenta a unos retos demográficos y culturales, y su futuro económico dependerá de una mezcla de hábitos de reproducción y de contención en el consumo.

Los europeos, desde luego, no estarán alimentándose de hierba en 2040. Su declive económico a lo largo de los próximos 30 años será relativo, no absoluto, porque los avances tecnológicos y otros factores permitirán con probabilidad que su productividad laboral total siga creciendo alrededor de un 1,8% anual. Sin embargo, su porcentaje de aportación al PIB mundial descenderá a la cuarta parte del actual, de un 21% a un 5%, en el plazo de una generación.

La primera cuestión clave es la demografía. La población de Europa occidental envejece a toda velocidad y va a seguir haciéndolo durante las próximas décadas. La razón básica es que las parejas europeas no tienen suficientes hijos. El índice total de fecundidad de Europa lleva 34 años por debajo del nivel de sustitución, según un estudio realizado en 2005 por Rand Corp. Como consecuencia, el porcentaje de mujeres en edad fértil disminuirá, en los 15 miembros más antiguos de la UE, del 50% en 2000 (también era del 50% en 1950) al 35% en 2040, según las proyecciones de la ONU. Es decir, nos encontramos ante un doble problema: no sólo las mujeres en edad fértil tendrán índices de fecundidad mucho menores, sino que la proporción de estas mujeres también se reducirá enormemente. En 2040, es posible que casi un tercio de la población de Europa occidental tenga más de 65 años.

¿Por qué hay menos hijos? Una razón fundamental es que las actitudes de los europeos respecto al sexo han evolucionado drásticamente. La tendencia a la baja de la fecundidad se debe a un cambio cultural generalizado respecto a la generación del baby boom, entre 1945 y 1965. La facilidad de obtención de métodos anticonceptivos y la expansión del sexo recreativo hacen que en muchos países europeos la población disminuya. Ya en 2000, el índice de crecimiento natural (nacimientos menos muertes) era negativo en Alemania y en Italia. Para 2040, es probable que el crecimiento natural sea negativo en los cinco mayores países euro-peos, excepto en Gran Bretaña.

¿Qué tiene de malo que los europeos se diviertan de vez en cuando? Pues que tiene sus consecuencias. La reducción de la fecundidad eleva la edad de la ciudadanía y reduce el porcentaje de gente en edad laboral, por lo que dificulta el crecimiento. Los cambios demográficos también influyen en las estructuras de contratación y promoción de las empresas; si los mayores se aferran a los mejores puestos hasta bien pasada la edad de jubilación, los trabajadores más jóvenes puede que tengan que esperar más a que les llegue su turno. Y, como la juventud es una fuente importante de ideas nuevas, el retraso en el ascenso de la siguiente generación puede disminuir la velocidad del cambio tecnológico (si los índices de fecundidad permanecen tan bajos como hasta ahora, la población de Italia se reducirá a la mitad de aquí a 50 años).

En otro sentido, la cultura europea desconcierta a los economistas. Los ciudadanos europeos no trabajan muchas horas para ganar más dinero y acumular más bienes. La cultura europea sigue prefiriendo las largas vacaciones, las jubilaciones tempranas y las semanas laborales más cortas a la adquisición de más cosas, al menos en comparación con otros países desarrollados, como Estados Unidos. Por lo que he observado, quienes viven en la mayoría de los países de Europa occidental parecen estar más satisfechos que los estadounidenses con las cosas que ya tienen. Olvidémonos de cuál de las dos cosas es más virtuosa. Un paseo por los jardines de Luxemburgo, en vez de una excursión a Wal-Mart para comprar una televisión plana, no va a ayudar a que crezca el PIB de la Unión Europea.

Por supuesto, China se enfrenta a sus propias pesadillas demográficas, y los escépticos señalan numerosos obstáculos que podrían hacer descarrilar el tren de alta velocidad chino durante los próximos 30 años: una desigualdad de rentas cada vez mayor, malestar social, disputas territoriales, escasez de combustible y de agua, contaminación ambiental y un sistema bancario todavía destartalado. Aunque los críticos tienen parte de razón, en los últimos años Pekín ha demostrado que sabe hacer frente a los problemas que decide abordar. Además, la historia parece avanzar en la dirección que le conviene al gigante asiático. La disputa local más tumultuosa, por la soberanía de Taiwan, parece encaminarse hacia una resolución. Y dentro de sus fronteras, la sensibilidad creciente del Ejecutivo hacia la opinión pública, unida a la mejora del nivel de vida, ha generado un nivel de confianza en el Gobierno que, en mi opinión, hace muy improbable un gran brote de inestabilidad política.

¿Podría sorprendernos Europa con un crecimiento mucho mayor del que he predicho? Parece poco verosímil, pero podría ser, bien porque los europeos reduzcan el tiempo dedicado a las vacaciones y a la siesta para adoptar un espíritu más adicto al trabajo, bien porque haya más jóvenes que ajusten su concepción del sexo a la del Papa en lugar de a la de las estrellas de cine. Todo es posible, pero no nos hagamos muchas ilusiones: los europeos parecen bastante contentos con su estilo de vida, y hace mucho que abandonaron sus sueños de dominación mundial. También podría producirse un inesperado avance tecnológico que cambiara las cosas, pero los economistas no pueden basar sus predicciones en ese tipo de asuntos.

Para Occidente, la idea de un mundo en el que el centro de gravedad económico esté en Asia puede parecer inimaginable. Pero no sería la primera vez. Como suelen destacar los especialistas en China, con una visión más a largo plazo de la historia, el país oriental fue la mayor economía del mundo durante gran parte de los dos últimos milenios. Mientras Europa se debatía en la edad de las tinieblas y libraba desastrosas guerras de religión, China cultivaba el mayor nivel de vida del mundo. Hoy, la idea de una China en ascenso no es, para sus ciudadanos, más que un regreso al statu quo.

 

 

¿Algo más?
En Why China Is Likely to Achieve Its Growth Objectives (National Bureau of Economic Research, 2006), Robert Fogel analiza cómo conseguirá China su objetivo de cuadruplicar la renta per cápita entre 2002 y 2020. Varios libros recientes tratan de prever lo que significa el ascenso de China para Occidente, entre ellos el de Kishore Mahbubani, The New Asian Hemisphere: The Irresistible Shift of Global Power to the East, y el de Martin Jacques, When China Rules the World.

En ‘Depende: El ascenso de Asia’ (Foreign Policy Edición española, agosto/septiembre de 2009), el estudioso chino Minxin Pei rechaza la idea generalizada de que el poder mundial está trasladándose de Occidente a Oriente, y dice que el crecimiento económico de China no va a eclipsar en un futuro previsible la influencia de Estados Unidos como motor de ideas.

Going for Growth, un informe anual publicado por la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica, destaca la creciente diferencia de rentas entre Europa y Estados Unidos y predice que, de aquí a 20 años, los estadounidenses serán el doble de ricos que los europeos. En The Future of Europe: Reform or Decline, los economistas Alberto Alesina y Francesco Giavazzi sugieren una serie de reformas laborales y financieras en Europa que todavía podrían salvar al continente de la pérdida de importancia en el mundo.