Obra del artista grafitero Bilal Berreni alias Proyecto Zoo en una calle de Túnez. En marzo de 2011, en el apogeo de la revolución tunecina, Bilal Berreni pintó a los mártires de la revolución (Foto de Nicolas Fauqué/Corbis vía Getty Images)

Conocer el presente a través de libros, novelas gráficas o películas que retratan cuestiones políticas y sociales de los países de la región. 

Recién inaugurados los que se perfilan como los “trágicos años 20” del siglo XXI, zarandeados en apenas treinta meses por una incisiva pandemia, una severa crisis económica global, un conflicto bélico impostado y el atónito ascenso de un neofascismo cuyas dramáticas consecuencias ya conocemos, el cine, el deporte, la literatura y la tecnología se proyectan en la atribulada Europa como aquella tabla a la que agarrarse en tiempos de mudanza, un salvavidas que permite reflexionar sobre el pasado pero también evadirse de un futuro que nos amilana desde un presente abrumador.

Más al sur, en la línea de tierra donde muere y resucita cada mañana el Mediterráneo y nace el Norte de África, abarrancaderos como la pobreza -y su bastardo la migración-, la guerra, la crisis climática o el cesarismo ingénito de sus élites políticas suman a esta tendencia global un lastre fatigoso sobre el que boquean las esperanzas de una revolución frustrada. Aquella que supuso un breve horizonte de dignidad para sociedades que tras el extractivo y alienante colonialismo padecieron también el dolor de dictaduras protegidas por aquellos que antes les habían expoliado. Un fulgor,  apenas un destello, conocido como “las Primaveras Árabes”, que una década después agoniza bajo las botas de políticos con espíritu militar y reyes con caftanes de sátrapas en una suerte de ola neocesarista impulsada por la galerna islamista del Pérsico, disfrazada de petrodólares. 

Pero como si de un singular diorama se tratara, este paréntesis de transición y cambio ha desatado también una sociedad vibrante, comprometida, vigorosa, audaz y aguerrida, que camina entre bambalinas asidas a márgenes que ya no reconoce, convencida de que su edad solo llegará si la construye por sí misma, para que no se parezca ni a la de sus padres ni a la de sus abuelos, solo a aquella que puedan heredar con orgullo sus hijos. Una generación que no es joven ni vieja, ni antigua ni moderna; ni siquiera sabia. Y que se proyecta a través de la literatura, el arte, el cine, la novela gráfica y el ensayo sobre el ayer para conocer el tránsito del hoy al mañana. Son decenas en un arco que arranca en Mauritania y desde Marruecos se comba hacia Argelia, Túnez y Libia con el gran Atlas como vértebra. Y que conforman un nuevo y dinámico renacimiento cultural que en medio del desengaño político y social genera esperanza.

 

La política como penitencia 

Desde que en diciembre de 2010 un pequeño -y manido- incidente policial prendiera años de humillación y frustración en Túnez, ríos de tinta se han escrito sobre las malhadadas “Primaveras Árabes”, un movimiento popular de protesta que contribuyó a derrumbar las ajadas tiranías surgidas de la Guerra Fría en el último cuarto del siglo XX, pero que una vez que el polvo libertario se asentó de nuevo, descubrió un espejismo de transformación improbable. 

Una década más tarde, Libia es aún un Estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, dominado por milicias locales fuertemente armadas al servicio de antiguos palafreneros del régimen con estrechos lazos en Europa; y por empresas militares de seguridad privada (mercenarios) ligadas a los intereses de las potencias extranjeras que luchan por su posición estratégica en el Mediterráneo y sus recursos naturales. En Túnez, el combate contra el islam político, encarnado en el ala más moderada del movimiento islamista Ennahda, ha dado como resultado la ascensión al poder de un jurista trasnochado y mesiánico, con ínfulas de cacique, aislado de la realidad, e incapaz de abordar la grave crisis económica y social que empobrece día a día al país que despertó “la hidra” de la dignidad. Y en Argelia, el Ejército, que domina la política desde la sangrienta independencia de Francia en 1962, manejó con inteligencia el movimiento de protesta surgido en 2019 -conocido como Hirak- para depurar la corrupción que se había enquistado en torno a la camarilla del longevo presidente Abdelaziz Bouteflika y evitar así el deterioro que había comenzado a carcomer su prestigio en una sociedad joven abocada al paro, la pobreza y la desigualdad. En Marruecos, nación aparte, la autocracia no solo logró surfear la indignación sin apenas magulladuras; diez años después, acostado sobre las armas de Estados Unidos, la tecnología de su nuevo aliado -Israel- y los dólares del excluyente wahabismo procedente del Pérsico, se atreve a desafiar -con éxito- a sus vecinos del sur de Europa.

Crisis humanitaria en Libia: Un hombre camina entre los escombros con sus hijos en la ciudad de Sirte, bajo el control de las fuerzas del caudillo libio Khalifa Haftar, en Libia el 06 de diciembre de 2021. (Foto de Abdullah Marei/Anadolu Agency vía Getty Images)

Existen decenas de grandes libros escritos por intelectuales locales y extranjeros sobre el devenir de todos y cada uno de ellos en esta última década. Listar los más importantes daría para llenar las páginas de ésta y varias publicaciones más. Entre todas ellas, aporta una mirada nueva, más fresca, el ensayo Politics and Power in the Maghreb: Algeria, Tunisia and Morocco from Independence to the Arab Spring  (Oxford University Press) obra de Michel J. Willis, reconocido profesor de historia del Magreb en el St. Antony’s College, adscrito a la universidad de Oxford. Su valor reside en que Willis recurre a su amplio conocimiento académico de la región para retrotraerse a la vorágine del despertar colonial y desde ahí trazar una línea completa de las dinámicas políticas, pero también populares, que han articulado la región desde su evidente diversidad. Con la economía como trasfondo, explora igualmente el papel desarrollado por el Ejército y la Policía y la incidencia que la religión -en especial el islamismo radical- y las diversas etnias han tenido en el movimiento que finalmente desencadenó la ola libertaria de 2011. Y lo hace, además, desde la importancia geográfica, mirando los mapas, un factor que se olvida a menudo, en particular en España pese a ser la única clave de bóveda cuando se aborda y analiza la compleja realidad de Marruecos, Argelia y el Sáhara Occidental.

La floración del islam violento, en especial en el Magreb, es otra de las dramáticas consecuencias de la ola de neocesarismo pérsico que barrió las “Primaveras Árabes”, apenas un año después de que el levantamiento acabara en Egipto con la longeva tiranía de Hosni Mubarak. Asfixiado el islam político, grupos violentos de ideología y financiación wahabí ocuparon el espacio vacío dejado por el islam de tinte moderno. Especialmente en Irak y Siria, donde emergió la Górgona del Estado Islámico con su cabeza plagada de serpientes, y el Sahel, donde el monstruo tomó forma de maldición africana. The French War on Al Qa’ida in Africa (Cambridge University Press), escrito por Christopher S. Chivvis es interesante porque se adentra en los pormenores de la lucha contra el yihadismo emprendida por el Ejército francés en Malí y proyecta con claridad el porqué de un fracaso militar que, en realidad ha propiciado la creación en el triángulo que conforman este país, Burkina Faso y la región del lago Chad de una feraz industria militar y armamentística, altamente lucrativa para Europa. Sostenido en entrevistas con políticos y altos mandos militares en París, Bamako y Washington, permite trazar una hoja de ruta clasificadora sobre el amplio número de grupos radicales que han florecido en la zona.

The Libyan Crossroads (2010-2020) obra conjunta de los galardonados corresponsales españoles Ricardo García Vilanova y Javier Martin, compuesta por un web-doc y un libro de fotografías del mismo nombre, y el ensayo No hay tierra sagrada para los vencidos (Blume), profundizan en todos estos temas, pero añaden además una variante inédita que contribuye a entender mejor los hilos que tejen una región atravesada por una crisis de múltiples aristas: la economía corsaria, un sofisticado sistema panregional de contrabando de todo tipo de productos -armas, personas, alimentos, drogas, combustible- que vertebra el Sahel y el Norte de África, mueve miles de millones de euros, genera oportunidades de trabajo, sustituye al Estado y es el motor de la guerra y del flujo de migración irregular que desborda el Mediterráneo, azuza la xenofobia, alienta el fascismo y atribula a la timorata y encastillada Europa. 

 

Novela combativa 

Mujeres argelinas durante una protesta antigubernamental celebrada con motivo del Día Internacional de la Mujer, en abril de 2019. Foto: Farouk Batiche/dpa (Foto de Farouk Batiche/picture alliance vía Getty Images)

Al igual que los libros de ensayo y reflexión política, la novela de todo tipo, de entretenimiento pero combativa, conoce una suerte de nuevo renacimiento -en árabe Nahda – impulsada por la corriente libertaria, pero también por otros movimientos de defensa de la dignidad, el derecho, la reparación y la igualdad como el feminismo. En este marco, resurge en toda su pionera modernidad la obra Women of Algiers in Their Apartment, escrita en 1980 por la argelina Assia Djebar -apodo de Fatima Zohra Imalyen-, que avanza algunos de los temas que aborda la ascendente literatura femenina y feminista que germina en estos días, especialmente en Marruecos. Concebida como una sucesión de historias cortas, el libro de Djebar -cuyo nombre siempre rondó los murmullos de los premios Nobel- habla de las mujeres en tiempos de mudanza como protagonistas esenciales en la transformación y el cambio. Historias femeninas plagadas de personajes fuertes, reivindicativos, rebeldes, admirables en sus convicciones, precedentes de los que en estos días trazan escritoras como su compatriota Fadila Farouk, que con su novela Vergüenza (Alfalfa) abrió la senda hacia la ruptura de tabúes como la violación en el entorno familiar, o Najar al Hachmi, joven y prolífica ganadora del premio Nadal 2021 con su atrevida El lunes nos querrán (ediciones destino).

Otras dos obras hablan del vigor de la novela en el Magreb o sobre el Magreb escrita por autores árabes y europeos. Ambas tienen en común el sello de “novela negra” y la evocadora ciudad de Tánger como escenario. La primera es Whitefly (Hoopoe), de Abdelilah Hamdouchi, uno de los mejores maestros árabes en el arte de la escritura policiaca. Ambientada en la cinematográfica localidad del norte de Marruecos, las pesquisas del astuto detective Laafrit se desarrollan en un oscuro mundo que mezcla la migración irregular a España, el tráfico de drogas en el Estrecho, las mafias dedicadas al contrabando -con la connivencia y la complicidad de las autoridades- y la pobreza con una conspiración internacional de consecuencias insospechadas. La segunda es Limones Negros (Anantes), del escritor y periodista Javier Valenzuela, que cruza en el Estrecho uno de los múltiples casos de corrupción que unen las dos orillas del Mediterráneo.

 

Cine con acento de mujer 

Tres películas con acento femenino y feminista componen uno de los marcos más interesantes que ha producido en estos últimos años de ilustración y contestación en el cine árabe. La primera cinta, titulada Papicha y accesible en la plataforma Netflix, es la ópera prima de la realizadora franco-argelina Mounia Medir y vio la luz en 2019 gracias a una producción franco-belga-argelina. Ambientada en la guerra civil que ensangrentó Argelia en la década de los 90 del siglo XX -conocida como el decenio negro- es un homenaje a todas aquellas mujeres que combatieron pero que también vieron morir o desaparecer a sus padres, esposos, hijos e hijas en el cruento conflicto entre el Estado y los grupos yihadistas. Un historia turbadora de abusos y crímenes inhumanos cometidos por ambos contendientes en el despertar de una joven de 18 años -Nedjma-, estudiante universitaria que aspira a convertirse en estilista y que furtivamente abandona de noche la residencia de estudiantes que comparte con sus compañeras para mostrar sus obras en los cabarets de un Argel violento y aterrador. 

Un  diván a Túnez, obra creada en 2020 por la directora franco-tunecina Manele Labidi, recurre a la ironía y al enredado para psicoanalizar a la sociedad árabe desde lo cotidiano, desnudando sus frustraciones, sus tabúes, sus neuras y la terca realidad social y burocrática que obstaculiza cualquier tipo de transformación. Ambientada en el Túnez de la transición, narra en clave de humor las vicisitudes de Selma, una licenciada en psicología de 35 años que regresa de París y opta por abrir una consulta en la capital, decisión que altera y revoluciona la vida del barrio. Tras un inicio plagado de situaciones absurdas, que forman una ácida critica de la religión, el sexo y otros prejuicios, la joven se topa, además, con las autoridades y el enrevesado sistema que amenazan con abortar su sueño.

Más dura, pero igualmente crítica con uno de los grandes traumas que afligen ambas orillas del Mediterráneo es la película El hombre que vendió su piel, nacida de la experiencia de la realizadora franco-tunecina Kaouther Ben Hania, que fue seleccionada para los premios Oscar a la mejor película extranjera. Ambientada en el drama de los refugiados que huyeron de la guerra en Siria a través del Líbano y Grecia, es una de las denuncias más ácidas del sistema de fronteras y de visados que rige en el mundo, y en particular en la Unión Europea. El protagonista es Sam Ali, un joven que ha llegado a Bruselas sin papeles ni recursos y que se cuela en la inauguración de una exposición de un controvertido artista simplemente para poder comer. Allí el autor le hará una extraña propuesta que enamorará a los tratantes de arte e indignará a aquellos que luchan en favor de los derechos humanos.

Dibujo de Nadia Khiari, "Wallis de Túnez", La Marsa, Túnez. (Foto de Eric BERACASSAT/Gamma-Rapho vía Getty Images)

En toda lista del nuevo arte que se desarrolla en el mundo árabe-musulmán y en particular en el Norte de África no se puede eludir referirse a la gran irrupción que ha tenido la novela gráfica, un género que se desarrolla con verdadera pasión desde el inicio de la presente centuria. Aunque esta ha sido mayor en las regiones de Oriente Medio e incluso de Irán, la influencia de Francia en una región en la que fue potencia colonial ha propiciado que el cómic como instrumento de narración política y denuncia social haya crecido de forma exponencial en la última década tanto en Marruecos como Argelia y Túnez. En este último país, la senda la marcó Willis,  seudónimo de la profesora y pintora Nadia Khiari, quien se hizo famosa por sus ácidas viñetas durante la revolución que en 2011 acabó con la larga dictadura de Zinedin el Abidin Ben Ali, y se consolidó como una de las comentaristas políticas y sociales más acertadas y aplaudidas de la transición, en el nivel de los grandes caricaturistas de la región: los argelinos Hic y Diem.Además de El árabe del futuro (Salamandra), Riad Sattouf, la obra más destacada de la última década en el Norte de África, destaca el experimento Hshouma (Vergüenza) de la joven dibujante y diseñadora marroquí Zainab Fasiki. Atrevida, valiente en una sociedad en la que la exposición de cualquier cuerpo desnudo -máxime si es mujer- es sinónimo de pornografía y es objeto de censura. Aunque sea una pieza de arte, la novela va más allá de la evidente provocación que siempre supone atacar a los tabúes; es también un instrumento educativo al servicio de la lucha por la igualdad y la dignificación de las mujeres en una sociedad aún  terriblemente machista. Sostenida en lo que denomina “artivismo”, Fasiki, que saltó a la fama en 2017  por una viñeta-denuncia que hizo sobre una violación en un autobús de Casablanca, representa también como los jóvenes árabes han descubierto que las calles no son el único campo de batalla. Aquel dibujo se “viralizó” en redes sociales, la plataforma de lucha de una nueva generación que es consciente de que la batalla por la dignidad no ha terminado. Y que existen armas mucho más poderosas -y bellas- que las convencionales.