Ramadán en Rabat (Abdelhak Senna/AFP/Getty Images)
Ramadán en Rabat (Abdelhak Senna/AFP/Getty Images)

La geopolítica de la otra gran festividad del mundo.

Comienza el mes santo del Ramadán, en el que cientos de millones de musulmanes ayunan desde el amanecer hasta el ocaso;  para los fieles, ese periodo significa también nada de peleas, palabrotas ni sexo durante el día. Pero no todo es ascetismo piadoso. El Ramadán es una fuerza que mueve el mundo, un periodo imprevisible de consumismo generalizado, conflictos sorprendentes y trapicheos políticos.

ES UN BUEN NEGOCIO

Aunque no llega a ser el monstruo mundial de consumismo que es la Navidad, el Ramadán  ocupa un respetable segundo lugar. La productividad en el mundo musulmán se derrumba durante el ayuno y las actividades  del Gobierno se paralizan. Pero las tiendas de Estambul están abarrotadas, y es una de las épocas más ajetreadas  para los vendedores de coches de lujo en Riad. Las cadenas  de comida rápida hacen ofertas nocturnas de Ramadán y los egipcios compran casi el doble de alimentos que en época  normal. Como saben que cuentan con un público cautivo  en casa a la hora del iftar, la  interrupción vespertina del ayuno,  las televisiones aprovechan para presentar sus programas estrella: entre el 25% y el 30%  de los ingresos publicitarios de  la televisión se obtiene en este periodo. Hasta Australia lo nota: en las semanas anteriores al Ramadán, las exportaciones de  corderos alcanzan el 77%.

TRAS EL PETRÓLEO, ES LA MAYOR EXPORTACIÓN DE ARABIA SAUDÍ

Hasta los 70, la observancia  estricta del Ramadán era voluntaria  en gran parte del mundo  musulmán, una expresión de  solidaridad cultural tanto como de devoción personal. Entonces  llegó la crisis del petróleo de 1973. Los petrodólares inundaron las arcas del Golfo Pérsico  y llenaron de oro los reinos del  desierto, que respaldaban a  clérigos islámicos conservadores  y que construyeron  mezquitas en todo el mundo.  Los trabajadores inmigrantes  volvían a sus países, a las montañas  del norte de Pakistán o a  las llanuras de Bangladesh, con actitudes más estrictas sobre las mujeres, la educación y las prácticas religiosas. Hoy en día, en Aceh, Indonesia, no respetar el Ramadán se castiga con  latigazos; en 2009, el Ministerio  del Interior de Egipto empezó  a aplicar edictos por los que  comer de día durante el mes  santo era delito menor.

ES UN TIEMPO DE PAZ MARCADO POR LA GUERRA

La contemplación religiosa no  siempre ha sido sinónimo de pacifismo. El profeta Mahoma libró la Batalla de Badr, la primera guerra musulmana contra los infieles de La Meca, durante el Ramadán del 624.  El conflicto de 1973 que los israelíes llaman la Guerra de  Yom Kippur es, para egipcios,  jordanos y sirios –que lanzaron  su ataque sorpresa mientras  ayunaban–, la Guerra del  Ramadán. En tiempos más recientes, en Irak, este mes se ha  caracterizado por aumentos de la violencia sectaria y ataques contra las tropas estadounidenses, que llegaron a un total de 1.400 incidentes en 2007.  Pero el Ramadán también es momento de complicadas maniobras militares. Durante la batalla de Tora Bora, algunos de los combatientes afganos que estaban acercándose cada vez más a Bin Laden insistieron en irse a casa al atardecer para romper el ayuno.

LA GLOBALIZACIÓN HA CAMBIADO EL RAMADÁN

Para los aproximadamente 45 millones de musulmanes  que viven hoy en Occidente, la  observancia religiosa estricta  puede ser una costumbre muy  solitaria. El trabajo no disminuye  su ritmo por el Ramadán, y los que ayunan deben pasar el  día con colegas que comen y beben sin problemas. En Internet  han aparecido guías con consejos sobre cómo soportar  los sentimientos resultantes de  aislamiento, y algunos clérigos  influyentes han autorizado dispensas especiales a los musulmanes que viven fuera de Oriente Medio. Por ejemplo, unas normas de 1970 permiten a los musulmanes que viven por encima de los 64 grados de latitud (donde el sol no se pone nunca en verano) que empiecen y acaben el ayuno según la hora de La Meca o la gran ciudad más próxima hacia el sur que tenga un amanecer y un atardecer normales.

ES EL MEJOR ALIADO DE LOS TIRANOS

Los dictadores laicos utilizan desde hace mucho la fiesta para apuntalar su legitimidad religiosa en declive. Turkmenbashi, el difunto dictador  neoestalinista de Turkmenistán,  indultó a 8.145 presos durante el Ramadán de 2005; otros autócratas, de Damasco a Argel, han seguido la misma pauta. Durante la guerra Irán-Irak, Sadam Husein, que trató de presentarse como islamista  durante sus últimos años, propuso en dos ocasiones a Teherán un alto el fuego por Ramadán. Y en 2008, cuando Condoleezza Rice visitó Libia  durante el mes santo, Muamar el Gaddafi se negó a darle la  mano por las normas que prohíben tocar a mujeres durante el ayuno, mientras lo rodeaba su cohorte de guardaespaldas femeninas. Aquello dejó  patente, una vez más, que el mes sagrado del islam ha sido siempre una mezcla de lo sagrado y lo profano.