Los esfuerzos de la edición italiana de la revista Wired se han visto recompensados: Internet se ha metido en la lista de candidatos al Premio Nobel de la Paz 2010 (junto a disidentes y activistas en favor de los derechos humanos de Rusia y China). Estas son cinco razones por las que el comité de los Nobel no debería conceder el premio a este peculiar candidato:

 

Razón 1: No lo merece. En pocas palabras, existen tecnologías que son más dignas de recibirlo. ¿Por qué no otorgar el premio al libro, el telégrafo, la radio, la jeringuilla, el teléfono móvil, la fotocopiadora, el marcapasos o la bomba de agua? Se puede afirmar que han tenido un impacto mayor en nuestra sociedad —y muchos contribuyen todavía a cambiar las vidas de mucha gente por todo el mundo, especialmente de quienes se encuentran en el club de la miseria. ¿Y qué pasa con los 5.000 millones de personas que todavía no usan la Red? ¿Acaso no hay tecnologías que son más universales y tienen un mayor efecto en nuestras vidas?

En resumen, si el impulso que hay detrás de la nominación de Internet es reconocer el (a menudo) positivo papel de la tecnología en el desarrollo y la democratización, hay candidatos mucho mejores. Los debates sobre el impacto social y político de Internet en los medios de comunicación populares y la blogosfera son ya tan ahistóricas —es como si fuera algo tan único que no necesitamos saber nada sobre la historia, la antropología o la sociología de sociedades que la tecnología está supuestamente reconfigurando— que otorgar un Premio Nobel a Internet sólo empeoraría las cosas.

 

Razón 2: Podría acabar con el activismo en Internet en los Estados autoritarios. Temerosos ante la perspectiva de otra revolución twitter, los Gobiernos autoritarios se están volviendo muy suspicaces respecto a los usuarios de Internet. Si en el pasado, los bloggers eran tachados de frikis y raros —y, en el mejor de los casos, irrelevantes, en el peor, una especie de locos— ahora se perciben fundamentalmente como una amenaza. Hay motivos para pensar que las fuerzas democráticas tendrían mucho más éxito con Internet si todavía se les percibiera como unos frikis y raros. Ahora, por supuesto, no es así, ya que se los considera una fuerza política. La mayoría de estos miedos son, claro está, falsos: la única razón por la que los regímenes autoritarios están tan asustados es por la exageración en sus informaciones de los medios de comunicación occidentales. Los activistas que usan Internet disfrutarían de una existencia mucho más fácil y segura si la Red recibiera el Premio Nobel al gato más mono y recuperara su reputación como un lugar de esparcimiento para frikis y raros.

 

Razón 3: Socavaría la reputación del Premio Nobel de la Paz. ¿Por qué recompensar a personas que, actuando únicamente en función de un interés comercial, han visto como por casualidad su producto/invención era usado con un fin noble? Tomemos como ejemplo Twitter: cuando se produjo en Moldavia la revolución Twitter la mayoría de sus altos ejecutivos probablemente no podían siquiera situar ese país en el mapa. Unos meses después, sin embargo, estaban ya diciendo cosas estúpidas como “Twitter ha pasado a ser más un triunfo de la humanidad que un triunfo de la tecnología”. No me sorprendería que adoptara ahora una línea incluso más agresiva e intentara reescribir la historia argumentando que ellos ayudaron a encabezar las protestas en Moldavia o Irán.

El compromiso de Twitter con la paz mundial no figura muy alto en su lista de objetivos (y con razón, después de todo se dedican al negocio de ganar dinero; dejemos la paz mundial a Bono). ¿No querríamos conceder este premio a alguien que al menos QUIERA un futuro más democrático y pacífico y TRABAJE con ese fin? Estoy completamente a favor de aprovechar las consecuencias inesperadas de la tecnología —especialmente las positivas— pero no estamos otorgando el Premio Nobel a las buenas acciones más aleatorias.

 

Razón 4: Sofocaría un debate muy importante, y que todavía se está produciendo, sobre el impacto de Internet en la sociedad a una escala más amplia. Si Internet obtiene el Nobel, contribuiría a fomentar la cháchara tecnológico-utópica sobre la “mentalidad de colmena” y la paz definitiva que ocupa ya muchas de las páginas de la revista Wired (¡sin mencionar posts en blogs y tweets!). El debate sobre el potencial democratizador de Internet —tanto en un contexto autoritario como democrático— está lejos de haber acabado, y aunque yo tolero la posibilidad, por muy remota que sea, de que la escuela de pensamiento de Wired pudiera estar en lo cierto, creo que todavía tenemos unos 20 ó 30 años de debate por delante antes de que se pueda decir algo concluyente.

El peligroso ascenso de la democracia directa, la parálisis del proceso político bajo la presión de movimientos de base demasiado poderosos, la polarización del debate público, el final de la conversación nacional, por no mencionar las nuevas oportunidades surgidas para la vigilancia y el control… Internet puede ser directa o indirectamente responsable de todas estas actividades (la tesis original de Wired Italia —que la Red “destrozará el odio y el conflicto y propagará la paz y la democracia”— es incluso más discutible). No lo sabemos con seguridad —pero ésta no es razón para detener el incipiente debate. En todo caso, no empleamos suficiente tiempo en hablar sobre estos temas de manera inteligente; lo más probable es que lo hagamos aún menos si el Nobel va a parar a Internet.

Razón 5: Convencería a los líderes mundiales de que la política es secundaria frente a la tecnología. Con la decisión de Google de abandonar China es importante destacar el concepto de “arrogancia computacional”: la inamovible creencia de Google en que, contando con los suficientes ingenieros, todos los problemas globales se pueden resolver. En el caso de Google es probablemente una ideología más sana que la “arrogancia filantrópica” —la ingenua creencia de que entregando el suficiente dinero para un problema éste finalmente se solucionará—, tan dominante entre los Gobiernos occidentales y las instituciones de desarrollo internacionales, pero aún así es falsa (esto, probablemente, explica el fracaso de Google.org). No obstante, no son sólo las empresas de tecnología las que habitan este mundo de ensueño.

Lo más probable es que si se les da el tiempo y los recursos necesarios, los líderes autoritarios aprendan a engañar a sus supervisores online del mismo modo que aprendieron a engañar a sus observadores electorales. Eso no quiere decir que no debamos intentar conseguir que los regímenes autoritarios sean más transparentes (y, con un poco de suerte, que incluso se inclinen más a rendir cuentas, que no es exactamente lo mismo) —pero el éxito de esas campañas depende de factores que no tienen nada que ver con Internet— y es aquí donde necesitamos concentrar la mayoría de nuestros esfuerzos. La tecnología es la parte más fácil (y predecible) de esta ecuación.