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En una casa donde conviven cuatro generaciones y la mayoría de sus habitantes son mujeres, todos esperan con ansias que el bebé de la abuela sea un varón.

"Fue rudo aceptarlo”, dice Damarys Carvallo, de 49 años, con cinco hijos y tres nietos, cuando explica cómo se sintió al enterarse de que estaba embarazada. “Y dije, ¿qué voy a hacer?, tengo que tenerlo porque tampoco le voy a quitar el privilegio de tener la vida; si me lo mandaron por algo es”.

La preocupación de esta abuela que está a punto de parir a un tío o tía de sus nietos, se potencia en estos tiempos de hambre en Venezuela. Para esta jefa de casa, asistente de cocina en un restaurant, asumir la maternidad después de 14 años es una tarea tan difícil que solo al contarlo se le quiebra la voz.
Ya ha perdido 20 kilos en los últimos dos año y confiesa que come proteína animal una sola vez a la semana. “Así tengas el dinero, si consigues un precio hoy; mañana lo consigues más elevado”.

Ella califica de positiva su experiencia con la atención prenatal Asegura que ha recibido buena atención en el módulo de los “cubanos”, un centro de atención primaria que está cerca de su casa, en el Guarataro, un barrio pobre del oeste de Caracas.

Los exámenes se los hace en uno de los Centros de diagnóstico Integral (CDI) que tiene el Estado a nivel nacional y sólo ha tenido que acudir al sector privado cuando no hay reactivos en el CDI, lo cual ha sido pocas veces, según su experiencia. Los micronutrientes, en este caso, el hierro, el calcio y el ácido fólico no se lo han dado siempre, sólo en dos de las tres consultas a las que ha asistido.

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Waika cuenta que a veces la familia se acuesta sin comer

Waika Mendoza Carvallo, de 23 años es hija de Damarys y dice, entre risas, que la nevera de la casa solo tiene agua y luz. La joven se beneficia del programa de bolsas de alimentos que vende el Gobierno a módicos precios a través de los Comités Locales De Abastecimiento y Producción (CLAP); pero el contenido de estas bolsas -dos kilos de harinas de maíz, dos aceites, dos kilos de pasta, cuatro latas de atún, un kilo de leche, dos litros de aceite y tres kilos de granos- no son suficientes para alimentar a una familia de cinco miembros, entre ellas una embarazada, durante un mes.

La experiencia de Waika con su más reciente embarazo es diferente. Waika nunca fue a consulta prenatal, sino cuando estaba a punto de parir. Explica que no asistió al control porque no asimiló el embarazo hasta que le “explotó” la barriga. Pero ese no fue el único motivo de su ausencia, confiesa que no tenía el dinero para hacerse los exámenes. “En la maternidad no aceptan exámenes del CDI y nada de esas cosas, sino exámenes prácticamente privados, ecos que se vieran claramente cómo venía el bebé.

Cuenta Waika que en la Concepción Palacios, la principal maternidad del país, le dijeron que la razón del rechazo de los exámenes era porque “en el CDI los resultados los presentaban en una hoja blanca y escrita con lapicero porque no tenían otro material, que ellos no entendían esas letras. Tenía que ser exámenes que viniera de la máquina de laboratorio”, comentó.

La tercera bebé de Waika, que tiene un mes, nació con un buen peso: 3,2 kilos. Sin embargo, Waika, que trabajaba como vendedora de ropa en un mercado municipal, señala que la presencia de alimento en la casa es intermitente “a veces todos (la familia) nos acostamos sin comer.”

Damarys advierte que ella prefiere gastar un poco más y no hacer las largas colas que se hacen cuando hay productos regulados por el Gobierno en los mercados. “Soy malísima para las colas, porque la gente se pone agresiva, empujan y no me gusta. Si yo tengo mi plata compro más o menos caro; y si no, hemos resuelto con el arroz picado”.