La vieja batalla entre la creencia establecida y sus detractores ya no es lo que solía ser. Cuando el economista liberal John Kenneth Galbraith comenzó a usar el término en la década de 1950, sus objetivos no eran únicamente cualquier tipo de opiniones erróneas ampliamente difundidas, sino aquellas que eran resultado de la inercia y la conveniencia. La creencia establecida, pensaba Galbraith, reforzaba la complacencia. Nos posibilitaba “evitar el incómodo esfuerzo o la inoportuna alteración de la vida”, escribió en La sociedad opulenta.

Desde entonces, por supuesto, todos nos hemos convertido en detractores. (Simplemente busque en Google el concepto “conventional wisdom watch”, prácticamente todo el mundo está alerta sobre este tema). Pero algo ha pasado con las ideas mayoritarias que hacía falta sacudir. La creencia establecidal de hoy no es complaciente. Tiene un componente de urgencia y alarma. Quiere que veamos que el cambio climático amenaza a toda la humanidad, que Estados Unidos está en declive, que China va a gobernar el mundo —a menos, quizá, de que un Irán con armamento nuclear se le adelante.

El impulso de desacreditarla también ha cambiado. Lejos de intentar despertarnos de nuestro sopor, su papel es ahora ofrecernos una taza de leche caliente antes de irnos a dormir. Si usted duda de esto, simplemente adéntrese un poco en el debate sobre algún elemento importante de las creencias establecidas contemporáneas, como la idea de que el dominio global de Estados Unidos se está erosionando. Esto puede parecer tan obvio como para apenas merecer discusión.  Y sin embargo algunos de nuestros mejores y más independientes comentaristas de política internacional, tanto del mundo académico como del de la práctica profesional, están diciendo que sus ojos le engañan: el declive de Estados Unidos desde luego no es inevitable, y podría no estar siquiera sucediendo para nada.

Se puede ver el mismo patrón en debates sobre otros temas, y no importa si es la izquierda o la derecha quien se sitúa en la posición de ventaja. El consenso inicial sobre Afganistán, por ejemplo, ha comenzado a romperse. Pero todavía es probablemente una de estas creencias establecidas, a menos en Washington, el estar a favor de continuar la guerra, dado el daño que la retirada provocaría a los intereses de Estados Unidos por todo Oriente Medio y el Sur de Asia. Los detractores, por el contrario, nos aseguran que la retirada no será tan mala. Si, como ahora parecen haber decidido, la derrota en Vietnam no fue para tanto, ¿por qué debería ser diferente Afganistán?

Las creencias establecidas raramente son buenas explicándose a sí mismas, y menos que nunca cuando su mensaje es que Estados Unidos se enfrenta a un gran desafío detrás de otro y que estos no pueden abordarse con éxito sin una "inoportuna alteración de la vida”. Es posible que los detractores tengan razón en que Estados Unidos puede evitar el declive, pero sólo a costa de un esfuerzo titánico. También podrían tener razón en que el presidente Barack Obama o su sucesor pueden encontrar modos de limitar el daño de la retirada de Afganistán, pero hacerlo seguramente exigirá más recursos, concentración y compromiso del que prevén los detractores. Y  todo esto se puede aplicar también a otros temas, ya sea tratar con un Irán nuclear, la crisis económica o el cambio climático.