Una estantería de un supermercado en Nueva York, muestra productos de Eggo, de Kellogg que anunció que solamente utilizaría aceite de palma de compañías que destruyen los bosques. (Andrew Burton/Getty Images)

Uno de cada dos productos que se encuentran en un supermercado, desde alimentos procesados a cosméticos y champús, contienen entre sus ingredientes aceite de palma. Este aceite está siendo muy cuestionado por los impactos socioambientales que provoca el monocultivo palmero, así como por los efectos sobre la salud.

¿Es tan grave el impacto ambiental del aceite de palma?

Un orangutan de Sumatra en un programa de rehabilitación de especies después de sufrir las consecuencias de la deforestación a causa del aceite de palma. (Ulet Ifansasti/Getty Images)

Incluso peor. En marzo de 2010, la organización ecologista Greenpeace lanzó a las redes sociales su propia versión del famoso ‘Date un respiro’, el eslogan del Kit Kat de Nestlé, en el que las barritas del popular chocolate eran sangrantes dedos de orangután. ‘Da a los orangutanes un respiro’, terminaba el clip. Estos grandes primates, cuyo hábitat se concentra en Indonesia y Malasia, los dos primeros productores de aceite de palma del mundo, han sido los principales protagonistas de los importantes impactos medioambientales de esta industria.

Los datos apunta a una estrecha relación entre la pérdida de hábitat de los orangutanes – y muchas otras especies únicas como el rinoceronte de Sumatra o el tigre – y la rápida expansión que la industria del aceite de palma ha protagonizado en el Sureste Asiático desde los 60. Así, según un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Zurich (ETH Zurich) , basándose en datos de FAO, entre el 55 y el 59% de la extensión de aceite de palma plantada en Malasia entre 1990 y 2005 y al menos el 56% en Indonesia se ubicó en zonas que anteriormente habían sido bosque tropical. Por su parte, la United Nations Environment Programme (UNEP) aseguraba en un informe reciente que el orangután de Borneo probablemente se extinguirá antes de 2080 en buena parte de la tercera isla más grande del mundo cuando el 80% de su hábitat se haya perdido para ser convertida, sobre todo, en plantaciones de aceite de palma.

En ciertas zonas de Indonesia, donde el suelo es de turba, formado por la acumulación de materia orgánica durante siglos, las plantaciones han venido asociadas a grandes incendios que han cubierto todo el Sureste Asiático de densas nubes de humo. La turba es naturalmente húmeda y no arde. Sin embargo, para poder plantar aceite de palma, empresas y pequeños agricultores han secado el suelo a través de una red de canales que extrae esa humedad natural. “La turba cuando está seca es como la gasolina”, explica Woro Supartinah, coordinadora de la ONG Jikalahari, que monitoriza a través de información satélite estos fuegos en la provincia indonesia de Riau, una de las más afectadas. Los incendios liberan además todo el dióxido de carbono retenido en el suelo durante generaciones, contribuyendo así a las emisiones de gases de efecto invernadero. Así, en 2015, cuando 1,7 millones de hectáreas fueron pasto de los incendios en el país asiático, Indonesia llego a exceder durante semanas las emisiones diarias de la primera economía mundial, Estados Unidos, según el World Resources Institute.

No obstante, muchos defienden la alta productividad de esta planta. “El problema no es el aceite de palma, pero la manera en que la gente ha decidido explotarlo”, escriben los autores del informe Palms of Controversies. Así, mientras que la productividad media de una hectárea de aceite de palma es de 3,8 toneladas, la del aceite de girasol baja a 0,42 y la de la soja a 0,36, dice la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible (RSPO en sus siglas en inglés), el principal sello sostenible del sector.

En los lugares de producción, qué es peor la palma o la industria

La industria. En los territorios donde se cultiva la palma, los impactos ambientales son difícilmente separables de los efectos sociales, económicos y culturales. Para las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes de Indonesia, Colombia, Camerún o Ecuador, la pérdida de sus bosques nativos significa también la aniquilación de sus modos tradicionales de existencia, basados en actividades como la agricultura familiar o la pesca artesanal. En muchos casos, los agroquímicos que necesita la palma han contaminado las fuentes de agua, lo que supone un profundo impacto en la vida de estas comunidades. En la región colombiana de Montes de María, la falta de agua potable ha colocado a la población en una situación de emergencia hídrica.

A veces, la llegada del monocultivo ha presionado a los campesinos, que terminan por perder sus tierras. A menudo, conservan la propiedad de éstas, pero pierden autonomía. Quienes antes cultivaban alimentos para el autoconsumo, hoy trabajan para la empresa palmera, que a menudo juega en régimen de oligopsonio: es decir, es la única compradora, y por tanto, puede fijar los precios y las condiciones a los pequeños productores.

Se enfrentan dos modelos de desarrollo, dos formas de entender el cultivo de la tierra y la relación entre economía y sociedad. Por una parte, el monocultivo industrial vinculado a las grandes cadenas de valor globales; por otro, la agricultura campesina, que reclama soberanía alimentaria y reivindica su capacidad para producir alimentos más saludables, y con menor impacto ambiental que la gran industria.

Porque lo más importante en este debate es entender que los enormes impactos socioambientales de la palma no se deben tanto a las características de la planta como a la dimensión que ha cobrado el monocultivo. No sería mucho mejor la situación si las industrias que consumen aceite de palma -las multinacionales Unilever y Nestlé son los principales compradores- lo cambiasen por otro tipo de aceite. Un ejemplo: la huella hídrica del aceite de oliva es de 14.500 metros cúbicos por tonelada de aceite, casi el triple que la huella hídrica de la palma, de 5.000.

Aceite de palma, perjudicial para la salud.

La polémica está servida. La cuestión no tiene una respuesta fácil y hace años que la controversia existe entre los expertos. Para comenzar, conviene distinguir entre el aceite de palma sin refinar, que es de color rojo y es un ingrediente vital en la gastronomía tradicional de varias zonas de África o del Nordeste brasileño, y el procesado, que usan las industrias para elaborar productos ultraprocesados. Ambos tienen una alta concentración de grasas saturadas, pero el primero contiene, además, "vitaminas y antioxidantes y se le atribuyen propiedades como la regulación del colesterol y la mejora de la circulación, entre otras cosas", explica Cristina Santiago, nutricionista y experta en dietas vegetarianas.

En cambio, el aceite refinado, que suele ser de color blanco o incoloro, pierde la mayoría de esos nutrientes, mientras que mantiene la alta proporción de grasas saturadas. Y es aquí donde surge la polémica: algunos expertos afirman que estas grasas aumentan el llamado colesterol malo. Además, un reciente informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria advertía de que el aceite de palma contiene sustancias tóxicas, como el glicidol –que puede llegar a ser cancerígeno y dañar el material genético– en una proporción muy alta y por encima de otros tipos de aceites. Otro estudio publicado en la revista Nature relacionaba el ácido palmítico, presente en el aceite de palma, pero también en carnes y lácteos, con las metástasis del cáncer. Igualmente, el informe Dame Veneno, de VSF-Justicia Alimentaria Global, apunta que "el consumo excesivo de grasas saturadas es perjudicial para la salud".

Los defensores del aceite de palma, por su parte, afirman que las grasas saturadas son mejores que las llamadas "grasas trans", que incrementan el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, y se encuentran en el resto de aceites vegetales cuando éstos son procesados industrialmente.

Sea como fuere, el problema es de fondo y tiene que ver con un tipo de alimentación basada en productos procesados en detrimento de los frescos. El aceite de palma es tan omnipresente en la cesta de la compra que evitar su uso se convierte en una ardua tarea. Como explica Javier Guzmán, director de VSF Justicia Alimentaria Global, nuestra dieta se basa en "grasas, azúcares y sal. Los tomamos en altas proporciones y de manera repetitiva, todos los días, especialmente a través de la comida procesada".

Una niña en la isla de Sumatra trabajando en una plantación de aceite de palma. (Adek Berry/AFP/Getty Images)

¿Son una solución los certificados de sostenibilidad?

No, pero son el camino posible. La fuerte polémica que ha rodeado al aceite de palma durante años llevó a la industria y a varias organizaciones a crear en 2004 la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible (RSPO, en sus siglas en inglés), el principal sello de sostenibilidad del sector. La RSPO certifica hoy aproximadamente el 17% de la producción mundial a través de una serie de requisitos estipulados en sus ‘Principios y Criterios’ (P&C).

Sin embargo, estos P&C han estado en constante debate. “La RSPO aún deja abierta la posibilidad de deforestar el bosque secundario”, asegura Annisa Rahmawati, investigadora sobre bosques de Greenpeace Indonesia, en referencia a bosques con una alta biodiversidad, pero que han sufrido algún tipo de intervención humana. Así, su organización publicó en 2013 el informe titulado Certificando destrucción que denunciaba a la RSPO por permitir la “deforestación y la destrucción de tierras de turba”. “El análisis de mapas muestra una deforestación significativa en concesiones propiedad de miembros de la RSPO y que una parte importante de los fuegos que han cubierto el Sureste Asiático de humo este junio [de 2013] se dieron en concesiones de miembros de la RSPO”, decía el informe.

El fuerte foco puesto en el medioambiente, dejando de lado elementos tan importantes como las duras condiciones laborales en las plantaciones, ha sido otra de las principales críticas al sello. “La deforestación y las disputas por la tierra han sido predominantes [en las discusiones de la RSPO]”, asegura Rikke Netterstrom, directora de Helikonia, una consultoría de sostenibilidad. “Es increíble que en diez años no se haya prestado atención a los estándares laborales”, continúa. Tampoco se han librado de las críticas las auditorías que tienen que comprobar que los P&C son respetados por las plantaciones. Así, la Environmental Investigation Agency (EIA) documentó varios casos en el informe ¿Quién vigila a los vigilantes? en los que los auditores de la RSPO no habían sido capaces de identificar violaciones graves de sus principios. “Los fallos demostrados por los auditores son sistemáticos. Estos revelan no solo una falta de competencia pero, de forma más generalizada, una falta de intención de identificar los defectos y de obligar a las empresas a atenerse a los estándares”, aseguraba el informe.

Sin embargo, para muchos sellos como la RSPO son el único camino posible, al menos en términos medioambientales, debido a la alta productividad de la planta. “El aceite de palma requiere nueve veces menos terreno que la misma cantidad de aceite de soja”, asegura Michelle Desilets, fundadora del Orangutan Land Trust, otra ONG que trabaja en la conservación de estos animales. “La única alternativa al aceite de palma es el aceite de palma sostenible”.

Los agrocombustibles a base de palma, ¿son mejores que los combustibles fósiles?

No. El biodiésel procedente de la palma aceitera puede ser aún más dañino para el medio ambiente que el petróleo. Existen dos tipos de agrocombustibles convencionales: el que sustituye a la gasolina es el etanol, que se produce a partir de la fermentación de azúcares simples, principalmente procedentes de la caña de azúcar, la remolacha o el maíz. El biodiésel, de uso más reciente, se obtiene por la reacción entre alcohol y aceite, y los aceites más usados proceden de la palma, la soja y el girasol.

Fue a partir de 2003 cuando se sintió el acelerado crecimiento del sector: la producción mundial pasó de 20.000 toneladas a más de 80.000 en 2015, según consta en el informe Agrocombustibles, de François Houtart. A día de hoy, en torno al 5% del aceite de palma que se produce en el mundo se destina a la fabricación de biocombustibles, pero la tendencia es a que aumente la cifra, gracias al avance de legislaciones que promueven el agrodiésel, como sucede en Colombia.

Aunque se sigue vendiendo como “energía verde” por parte de las empresas del sector, las investigaciones más recientes constatan lo contrario. Según los datos que aporta la organización Transport & Environment, el agrodiésel contamina 1,8 veces más que la media de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). Entre los diversos tipos de agrodiésel, el que tiene una mayor huella medioambiental es el procedente del aceite de palma: genera 3 veces más emisiones que los temidos combustibles fósiles. Y es, precisamente, por el agrodiésel a base de palma por el que ha apostado firmemente el Estado español: “Si el biodiésel consumido en Europa es un 80% peor para el clima que el diésel fósil, en España es un 170% peor, dada nuestra gran dependencia del aceite de palma importado”, afirma Abel Esteban, coordinador de la campaña sobre bioenergía de Ecologistas en Acción. El 77% del agrodiésel que se consumió en España en 2014 se fabricó a base de palma.

La facilidad con la que se expandieron los agrocombustibles responde a su capacidad para sustituir el petróleo por algo que no pueden conceder otras fuentes de energía: llenar los tanques de los automóviles. De hecho, es el transporte por carretera el que devora casi la mitad del aceite de palma que entra en Europa, según las estadísticas de Transport & Environment.

Según los datos de Oil World, un servicio de información sobre el mercado mundial de aceites vegetales, la Unión Europea utilizó en 2013 una cifra récord de 6,9 millones de toneladas de aceite de palma, de los cuales 3,7 millones se derivaron a la producción de energía. Esa cantidad equivale a un consumo diario de cuatro piscinas olímpicas llenas de aceite de palma.

 

*Laura Villadiego y Nazaret Castro son cofundadoras del colectivo periodístico Carro de Combate, que ha realizado una investigación en profundidad sobre la palma de aceite.