Miembros del Partido Comunista Chino., 2016. Greg Baker/AFP/Getty Images

Entender la evolución y transformaciones del Partido Comunista Chino es vital para comprender mejor China, no desde la perspectiva de cómo debería ser sino de cómo realmente es.

En el punto de inflexión en el que parece nos hallamos, ante un posible declive del orden liberal en el mundo, y un ascenso de otras zonas geográficas y culturalmente alejadas del epicentro occidental, merece la pena ahondar en el perfil de los dirigentes políticos de la que sin duda será una de los protagonistas del nuevo orden: China.

Que China desea un nuevo orden es algo que resulta evidente por sus gestos, recordemos el encuentro entre los más altos mandatarios chino y estadounidense en Davos, y por sus iniciativas de ampliación de influencia, aquí la referencia es claramente la estrategia One Belt One Road (nueva ruta de la seda). Este clamor por la necesidad de construir un nuevo orden global, más en consonancia con la dimensión real de China y por lo tanto de su peso en el mundo, se articula y canaliza a través de sus dirigentes políticos, es decir, del Partido Comunista Chino (PCCh), la élite política que gobierna China ininterrumpidamente desde 1949.

El PCCh dista mucho de ser un actor político que deje indiferente a la opinión internacional. Es sin duda el artífice del milagro económico y ascenso fulgurante de China en los últimos cuarenta años, pero también suscita posturas muy encontradas por sus tácticas y comportamiento político. La autocracia y la falta de libertades que lleva aparejada no tienen buena prensa en los círculos políticos y de opinión occidentales.

En cualquier caso es obvio que el PCCh es una organización que juega hoy un papel de relevancia global. Afinar la percepción de este actor político es obligada si deseamos entender su estrategia política, y es algo que también nos dará vislumbres sobre qué aspectos pueden variar de él en una posible evolución política.

Aunque la identidad cultural china de pertenencia a un civilización común es muy anterior, China existe como entidad política diferenciada desde la dinastía Han en el siglo II a. C. Es a lo largo del período de los Han cuando cristalizan las bases del proyecto político imperial. Comienza así la historia de China como imperio centralizado, un proyecto político que sin duda se puede calificar como muy exitoso, ya que se perpetúa durante 2.200 años. Más de dos milenios a lo largo de los cuales no sólo se mantienen sino que se perfeccionan las instituciones y la estructura del poder político. Esta estructura política estaba centralizada en la institución imperial, garante de legitimidad política, y se asentaba sobre el más complejo y sofisticado aparato funcionarial que ha existido en la historia, la administración china: un cuerpo de funcionarios retribuidos y revocables, elegidos acorde a criterios meritocráticos y portadores y transmisores de esa tradición política. El funcionariado era, en definitiva, la institución responsable de la gobernanza de China.

Este inmenso armazón administrativo se nutría, sustentaba y legitimaba por un pensamiento político consistente y vivo que es la tradición letrada china. Ésta es lo que en Occidente conocemos con el nombre de Confucianismo, aunque en realidad deberíamos poner en valor el aporte fundamental en la cultura política china de otro gran legado histórico, el Legismo.

A lo largo de siglos, las diferentes dinastías se sucedían, mientras que esta estructura funcionarial, cada vez más sólida, era la que permanecía sobreviviendo a los distintos linajes familiares que ostentaban el trono imperial. De hecho, los momentos de esplendor o miserias en la política del imperio chino venían acompañados de mayor o menor fragilidad de su aparato administrativo.

Desde mediados del siglo XIX, China, liderada entonces por la dinastía Qin, entra en un declive fulgurante. La propia degradación política de la administración manchú y las agresiones del exterior abocan al país a una crisis política que se resuelve con la revolución republicana que lidera Sun Yatsen. China corta con este pasado imperial-confuciano al que considera feudal, antiguo y atrasado, e inicia un periodo de experimentación en la búsqueda de recetas políticas capaces de sacar a China de su atraso y llevar a cabo su modernización.

Este periodo de experimentación va a durar todo el siglo XX. La convulsa primera mitad de siglo XX corresponde con la República china. Es entonces cuando se ensaya un modelo político republicano, liderado por un partido, el nacionalista o Guomindang, de inspiración liberal que, si bien introduce un nuevo formato político en China, no consigue salvar al país de esa gravísima crisis nacional en la que se hallaba sumido.

La victoria de los comunistas de Mao en la guerra civil inicia el segundo gran experimento político del siglo XX: el Partido Comunista Chino se hace con el poder y Mao funda la República Popular China. Mao consigue la reunificación política del país, ahora bajo un formato político a imagen y semejanza de la URSS, pero sin embargo fracasará estrepitosamente a la hora de dotar al pueblo chino de prosperidad material.

Los excesos de la revolución cultural proletaria en los epígonos del maoísmo provocan una auténtica pérdida de legitimidad del PCCh y de fe en el marxismo. Será Deng Xiaoping, el líder de la segunda generación del partido, quien dé la vuelta al maoísmo e inicie el tercer ensayo político de China en el siglo XX. Un ensayo que, en líneas generales, permanece programáticamente inalterado hasta hoy, y ha sido heredado y potenciado por sus sucesores. Este formato fue escuetamente enunciado por Deng con sólo nueve caracteres: 一个中心、两个基本点: un objetivo fundamental (la construcción económica de China), dos pilares fundamentales (política de reforma y apertura al exterior y liderazgo único del partido). El país se abre al exterior y se embarca en una ambiciosa reforma para desmantelar la estructura económica dirigida de una economía planificada al estilo soviético para ir, gradualmente y por sectores, abriéndose hacia una economía de mercado. Es el gran golpe de timón que da en su línea programática el Partido Comunista chino.

Jiang Zemin en los 90, a la par que China crecía a un ratio de más de dos dígitos anuales, iba consolidando la presencia del país en la comunidad internacional. Jiang hereda el discurso aperturista de Deng, e introduce además un ajuste de interés notable: abre la puerta del partido nada menos que a la clase empresarial. La organización que antaño encarnaba la vanguardia de la alianza de proletarios y obreros se convierte ahora en un partido interclasista.

Se aleja así, cada vez más, el PCCh del original patrón marxista-leninista de partido comunista que le había visto nacer. Con Hu Jintao la formación política entra en el siglo XXI y estrena (o mejor dicho, reestrena) un discurso político plagado de conceptos extraídos, no ya del marxismo-leninismo o del liberalismo económico, sino de la propia tradición china. Hablará Hu Jintao de crear una sociedad armoniosa, un mundo armonioso, con una retórica mucho más confuciana que comunista o liberal.

El actual líder chino, Xi Jinping, representa una China imbuida de confianza, que no sólo espera el reconocimiento internacional por el que lucharon sus líderes desde los 90 del siglo pasado, sino que plantea un nuevo modelo de convivencia internacional, de cuño chino, y de eventual alcance universal.

A lo largo de todo un siglo de experimentación política, China ha hecho algo que es muy chino, y algo que además sabe hacer muy bien: absorber elementos exógenos y, tras un proceso de larga digestión, sinizarlos dando lugar a un producto nuevo totalmente chino. Es algo que ya hizo con el budismo, convirtiendo una corriente espiritual y filosófica a priori rechazada por la intelectualidad confuciana en la vacuidad majestuosa del Budismo Chan, de sello totalmente chino, y que asimilará más tarde Japón con el nombre de Zen.

En el caso de su modelo político, China ha ido sucesivamente incorporando el republicanismo de Sun Yat sen, el marxismo de Mao y el liberalismo económico de Deng como recetas políticas importadas de Occidente en un proceso de digestión ciertamente complejo. El aparato digestivo que ha hecho posible esta reflexión no ha sido otro que el de una élite política que nació siendo comunista en 1921, pero que muy pronto se sinizó también. El Partido Comunista Chino ha ido transformándose en una laboriosa secuencia que va desde el maoísmo (la sinización del marxismo) a la formulación vigente de socialismo con características chinas. Su forma final está mucho más cerca de la clase letrada china de la época anterior a la república, que de cualquier formato de partido político a la usanza occidental.

El PCCh no es un partido comunista. Es, si acaso, un partido chino, y de hecho, tampoco puede encajársele totalmente en la acepción occidental de partido político. La misma etimología de la palabra en Occidente alude al concepto de “parte”, es decir, una parte cuya naturaleza es concurrir con otras partes o partidos políticos. El PCCh es una organización con un ropaje leninista, que practica una economía de mercado, pero que en realidad responde a la estructura tradicional del poder en China. El proyecto político chino que se inicia con los Han continua hoy bajo una nueva dinastía con el nombre de socialismo con características chinas.

Desde este prisma que aporta el zoom de la disciplina histórica, pierde quizás sentido el enfoque normativo con el que tradicionalmente hemos visto al Partido Comunista Chino desde Occidente. Un mundo occidental más centrado en definir políticamente “lo que China debería ser”, que en contemplar sencillamente “lo que China es”. Algo que probablemente ayudaría mucho a entender mejor los espacios y modos de cooperación con el gigante asiático. El Partido Comunista Chino, no es, tal y como se le describe a menudo desde posiciones políticamente correctas un ente político atrófico, a las puertas (desde hace décadas) de un inminente colapso a favor de un régimen más democrático. Lo que en realidad encarna el Partido Comunista Chino es la herencia de una larga tradición política de despotismo letrado chino. Es, con el ajuste institucional y conceptual que sin duda le han aportado doctrinas occidentales a lo largo del siglo XX, la reedición del mandarinato en su versión moderna. Un formato político que, guste o no a la sensibilidad occidental, ha probado ser la forma de gobernanza más eficaz para gobernar en el inmenso espacio social que es China.