Violencia y duelo definen la vida en la capital hondureña. (Spencer Platt/Getty Images)

La región vive un nuevo periodo crítico, con altos niveles de violencia, criminalidad, homicidios, corrupción y autoritarismo. ¿Será posible avanzar y construir una nueva Centroamérica donde prime la paz, la democracia y el desarrollo que perseguían hace 35 años? 

El 7 de agosto se cumplen 35 años de la firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas, que marcaron el inicio del fin del conflicto armado en Centroamérica. Luego de ingentes esfuerzos y múltiples negociaciones, y bajo presiones externas, a favor y en contra, desde Washington, Moscú y otras capitales latinoamericanas, se firma un documento basado en tres pilares: paz, democracia y desarrollo. En ese momento, se consideró el compromiso entre los cinco mandatarios como “el camino de la paz”. Sin embargo, la Centroamérica de hoy vive otra situación de conflictos y problemas.

 

Acuerdo de Esquipulas: un punto de giro

Aunque fue conocido como Acuerdo de Esquipulas, se suscribió en Ciudad de Guatemala y constituyó el punto de partida para las negociaciones a las guerras insurgentes en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Los acuerdos de paz en los dos primeros países que fueron suscritos en 1992 y 1996, respectivamente, condujeron a la desmovilización del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala (URNG). En Nicaragua el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) adoptó una serie de acuerdos parciales con organizaciones indígenas y con frentes del Movimiento Contrarrevolucionario (Contras).

Los acuerdos de paz en Centroamérica llegaron a ser considerados espejos y esquemas que podrían ser implementados en otros países, como Colombia. No era tan sencillo, porque esta tesis desconoce las particularidades de cada conflicto armado. Las dinámicas entre fuerzas políticas, militares e insurgentes no son iguales en cada país.

El conflicto armado en Centroamérica tuvo su origen en la primera mitad del siglo XX, con levantamientos insurgentes para derrocar las dictaduras respaldadas por Estados Unidos. Sin embargo, en la segunda mitad de esa centuria el Istmo Centroamericano se convierte en escenario de la Guerra Fría, por el financiamiento de la Unión Soviética y Cuba a las guerrillas y de Washington a los gobiernos y ejércitos. 

Esquipulas marcó el inicio de una etapa en la región que suponía conducir al desarrollo social y económico y a la superación de las causas que dieron origen a los conflictos armados. A ello se llegaría a través de la paz y de la democracia. Sin embargo, no en todos los países el proceso se llegó a implementar, aunque en algún momento desapareció la guerra y se celebraron elecciones periódicas y la alternabilidad en el ejercicio del poder. Incluso el FMLN llegó a la presidencia de la república en El Salvador en dos ocasiones (administraciones de Mauricio Funes, 2009-2014, y de Salvador Sánchez, 2014-2019, este último un comandante de la guerrilla).

Durante la década de 1990 hubo esfuerzos, favorecidos por la renovada integración regional, que sustituyó, en 1994, a la vieja Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), establecida bajo el modelo de la Guerra Fría, por el Sistema de Integración Centroamericano (SICA). Fue un decenio de relativo crecimiento económico, de leves mejoras en los indicadores socioeconómicos; pero sin que se consolidaran la democracia en todos los países. Con la llegada del siglo XXI Centroamérica se convierte, una vez más, en escenario de conflictos. Esta vez entre organizaciones del crimen organizado, sobre todo por narcotráfico y por trata de personas y contrabando de mercancías. Al mismo tiempo que de corrupción en todos los países y en todos los estratos del gobierno y la sociedad. 

 

Entre criminalidad, corrupción y pobreza

Los enfrentamientos entre cárteles del narcotráfico, inicialmente colombianos y mexicanos, se han generalizado y ahora es entre cárteles centroamericanos, sobre todo en el denominado “Triángulo Norte” (Guatemala, El Salvador y Honduras), generando tasas de violencia y homicidio entre las más altas del mundo. La situación ha llevado a que se califique a Honduras de un “narcoestado”.

Aunque no existe correlación entre pobreza y violencia, lo cierto es que hoy Centroamérica se caracteriza por un deterioro del índice de desarrollo humano, que está generando las denominadas caravanas de migrantes, sobre todo de los países del Triángulo Norte con destino a Estados Unidos. En estas caravanas hay jóvenes y menores no acompañados, que deciden emigrar porque en sus comunidades son amenazados por las maras, pandillas y cárteles del narcotráfico; por eso prefieren arriesgar sus vidas en un recorrido de más de 3.500 kilómetros hasta la frontera México-EE UU. 

No hay certeza de cuántas personas centroamericanas han emigrado, esto por los débiles registros civiles en la mayoría de los países centroamericanos y porque tampoco se pueden contabilizar las que arriban a territorio mexicano o estadounidense y cuántas mueren en el recorrido. A esto se suma la trata de blancas y el creciente número de personas en condición de esclavitud. El mejor ejemplo de este drama humano es la ciudad mexicana de Tapachula, fronteriza con Guatemala, que se ha convertido en un centro de prostitución, de comercio ilícito y de operaciones de grupos del crimen organizado.

Por la magnitud de la crisis humana en Centroamérica, se han generado una serie de iniciativas para tratar de ofrecer apoyo a los gobiernos y sociedades. Una de ellas es la “Iniciativa Regional de Seguridad para América Central: seguridad ciudadana, derechos humanos y Estado de derecho” (CARSI), establecida por Washington en coordinación con la Organización de Estados Americanos (OEA) y el SICA, en 2009, basada en seguridad ciudadana, desmantelamiento de grupos criminales, apoyo al desarrollo de los gobiernos, restablecimiento de la presencia efectiva del Estado en todo el territorio nacional y fomento de la coordinación regional para el combate de las amenazas a la seguridad en la región. 

Otra iniciativa  es el Programa Regional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Centroamérica del SICA, orientado a la lucha contra el narcotráfico y el hambre. Sin embargo, son escasos los resultados que generan estas iniciativas; por lo que la situación de la ciudadanía sigue deteriorándose; en algunos países más que en otros.

 

Fuerzas Armadas y auge del autoritarismo

No se puede obviar un fenómeno que incide en las gestiones a favor de los tres pilares del Acuerdo de Esquipulas (paz, democracia y desarrollo); se trata del rol de las Fuerzas Armadas. En esos acuerdos una variable determinante fue la subordinación de los cuerpos militares y policiales al poder civil. Esto porque la historia centroamericana está plagada de golpes de Estado y de fuerte influencia de los altos mandos militares en las decisiones políticas del gobierno. La cuestión es que en la práctica los ejércitos nunca llegaron a abandonar realmente la influencia y hasta control sobre el Poder Ejecutivo. Por el contrario, las Fuerzas Armadas asumieron funciones en materia de seguridad ciudadana y actividades políticas, como también de control ciudadano en el marco de la idea inicial de desarrollo humano. Por ejemplo, el Ejército de Nicaragua incorporó como parte de su quehacer institucional funciones relacionadas con la ecología y el medio ambiente adscritas a la Dirección de Asuntos Civiles.

El Presidente Bukele inaugura Plan Nacional de Reparación de Carreteras (Camilo Freedman via Getty Images)

En el ámbito político el Istmo Centroamericano está caracterizado hoy por el autoritarismo, incluso se ha acuñado el concepto de “autoritarismo electoral”, porque se utilizan las elecciones presidenciales para legitimar gobiernos autoritarios. Por eso en  un artículo de Carlos Salinas, hace unos meses, se reconocía que la democracia en Centroamérica pasa por horas bajas, por autocracias, crimen organizado y violación de derechos humanos. A través del control de los procesos electorales se garantiza la continuidad en el poder; pero también el control desde la presidencia de los otros poderes del Estado. 

Tras el triunfo de la Revolución Sandinista en julio de 1979, Daniel Ortega asumió la presidencia y fue derrotado en los comicios de 1990; pero regresó en 2006 ganó unas elecciones que generaron duda sobre la legalidad de los resultados. Así Ortega retornó al poder y prometió no abandonarlo más. Desde ese momento controló los otros poderes del Estado, incluido el electoral, para garantizarse el triunfo en los comicios presidenciales de 2012 y 2017. Para la elección de noviembre de 2021, tuvo que encarcelar a todos los candidatos opositores, ilegalizar partidos y controlar la votación para permanecer en el poder. Por eso hoy se le considera un dictador, emulando a la dinastía Somoza del siglo XX. 

 

La integración regional en crisis

En septiembre pasado se celebró el bicentenario de la independencia y coincidió con el XXX aniversario del SICA. Pero fue una celebración muy diferente de la del centenario; porque no hubo actividades regionales, sino que cada país y gobierno realizó algún acto oficial, nada masivo por la pandemia de Covid-19. Pero también porque encontró al SICA en crisis. El Secretario General, Vinicio Cerezo -uno de los firmantes del Acuerdo de Esquipulas- finalizó su periodo en junio de 2021, y las diferencias con Daniel Ortega del resto de mandatarios, impidió la elección de un nuevo secretario, pues insiste en que se escoja entre la terna que propuso de gente de su círculo político más cercano. Por eso desde junio, la Secretaría General está acéfala y no se vislumbra, por lo menos para este primer semestre, una solución. Centroamérica atraviesa uno de los periodos, prácticamente, de total ausencia de diálogo entre presidentes.

Cuando se firmaron los acuerdos de paz en agosto de 1987 se superó un periodo de violencia y guerra y comenzó a forjarse uno de paz, democracia y desarrollo. Sin embargo, 35 años después el Istmo Centroamericano vive otro momento crítico, con altos niveles de violencia, criminalidad, homicidios, corrupción y autoritarismo. Parece necesario un nuevo acuerdo de paz que permita a la región iniciar el camino del bicentenario de la independencia con un horizonte de paz, democracia y desarrollo, orientado a construir esa nueva Centroamérica. La cuestión es que hoy ninguno de los mandatarios se muestra dispuesto a asumir el liderazgo de tales negociaciones, como lo hizo Óscar Arias (Costa Rica) en 1987. No está claro si el nuevo gobernante en Costa Rica, que debe asumir el cargo el 8 de mayo próximo, alzará la bandera de fortalecer la integración regional y superar el conflicto.