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Inundaciones en Egipto debido a las fuertes lluvias. STR/AFP/Getty Images

La fuerte concentración de habitantes, recursos y riquezas en la zona más vulnerable del país constituye un riesgo existencial que ya empieza a dejarse notar. He aquí un repaso a los desafíos y lecciones de la gestión egipcia de los efectos del cambio climático.

Aún faltaban días para que el inquieto invierno arrancase oficialmente en el país de los faraones, pero los fenómenos meteorológicos entienden cada vez menos de calendarios. Una fuerte marejada, con olas que superaron los 5,5 metros, azotó a principios del pasado diciembre la gobernación de Kafr el Skeikh, situada al norte de El Cairo, dejando su costa inundada y obligando a las autoridades nacionales a anunciar allí el estado de emergencia.

Como la mayor parte del Delta del río Nilo, sobre el que yace Kafr el Sheikh, la gobernación es un área eminentemente agrícola, por lo que la subida del nivel del mar acarrea consecuencias nefastas. En aquella ocasión, el agua del Mediterráneo se llegó a colar hasta el canal de Abu Dukhan, encargado de regar los campos de la zona.

Respondiendo a la embestida, la Autoridad Pública Egipcia para la Protección de la Costa se movilizó rápidamente para levantar nuevos rompeolas y transportar arena hacia la costa afectada, en un intento de mitigar lo antes posible los efectos de lo acontecido.

El temporal fue un aviso de que la estación más lluviosa y agitada de Egipto estaba a la vuelta de la esquina. Pero su envergadura hizo temblar de nuevo a El Cairo, cada vez más consciente de que estos sucesos naturales, ahora más severos e impredecibles, suponen un riesgo existencial para el país.

 

Peligros devastadores

A pesar de que Egipto tiene una extensión ligeramente superior al millón de kilómetros cuadrados, la distribución de sus recursos y de sus habitantes es una fuente constante de riesgos. El 97% de sus cerca de 100 millones de habitantes se concentra en el Delta del Nilo, ocupando en su conjunto poco más del 7% del área total del país, y el 88% de su agua proviene de ese mismo río.

Esta elevada densidad de población, el rápido crecimiento demográfico del país, y su gran dependencia del Nilo no solo ejercen una presión muy fuerte sobre la tierra habitada y sus recursos, sino que también convierten a Egipto en un lugar muy vulnerable a los efectos negativos que el cambio climático pueda tener sobre estas mismas zonas.

La situación geográfica de Egipto es la que acaba de hacer el resto, puesto que la zona más frágil del país es, precisamente, el Delta del Nilo, considerado el delta más amenazado del mundo y una de las tres zonas del planeta de más extrema vulnerabilidad ante las consecuencias del cambio climático. Esta fragilidad se debe a la combinación de un hundimiento anual de su costa de entre uno y tres milímetros y al aumento paralelo de entre dos y cuatro milímetros que experimenta al año el nivel del Mediterráneo. A medio plazo, el cruce de ambas tendencias puede certificar la muerte de buena parte de esta área.

Unas de las primeras en sufrir este destino serían las mismas ciudades costeras del Delta, como la histórica Alejandría. Con más de cinco millones de habitantes, la ciudad fundada por Alejandro el Magno es una de las cinco grandes urbes del globo con más riesgo de quedar inundadas en el futuro, y ya en 2015 una fuerte tormenta fuera de temporada dejó entrever las severas consecuencias de su falta de preparación: al menos seis personas murieron y los ríos desbordados en los que se convirtieron sus calles causaron destrozos por valor de centenares de miles de euros y empujaron al entonces gobernador a dimitir.

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Un egipcio recolectando trigo. en el Delta del Nilo. MOHAMED EL-SHAHED/AFP/Getty Images

Fuera de las ciudades, el sector que más afectado se vería por la inundación progresiva del Delta del Nilo sería la agricultura. Según un estudio elaborado en 2012 por la consultora Stratus en colaboración con el Gobierno egipcio, centenares de kilómetros cuadrados de tierras agrícolas podrían perderse si no se protegen a tiempo, y se estima que la producción podría caer, según el escenario, entre un 8% y un 47% de cara a 2060. En el caso del trigo y el maíz, dos de los principales cultivos del país, la reducción podría llegar a ser del 15% y del 19% respectivamente ya en 2050, para cuando el 15% de la tierra más productiva del Delta podría haber quedado salinizada.

Paralelamente, el Ejecutivo egipcio calcula que como mínimo cinco millones de personas podrían verse obligadas a desplazarse del Delta, donde centenares de miles de viviendas están también en riesgo. En este sentido, solo las pérdidas derivadas de la inundación de casas y carreteras podrían ascender a entre 13.000 y 65.000 millones de euros.

Fuera del Delta, el futuro tampoco parece prometedor. El resto de las costas de Egipto, donde el registro de fuertes tormentas, vientos y olas ya está batiendo récords y hundiendo algunas de sus partes, podrían verse aún más afectadas por la subida del mar.

Inevitablemente, la biodiversidad de estas zonas quedaría también expuesta, sobre todo algunas de sus especies marinas y los por ahora resistentes corales del Mar Rojo. Asimismo, las elevadas temperaturas suponen un desafío para algunos de los más antiguos monumentos del país, cuyo deterioro amenaza con acelerarse.

Por estos motivos, otro de los sectores que se verá más gravemente afectado por estos cambios será el del turismo, tanto por el efecto ahuyentador del aumento de las temperaturas como por los daños de algunas de sus principales atracciones, como los arrecifes corales. Aquí, las pérdidas anuales podrían llegar a ser milmillonarias.

Teniendo en cuenta que el sector servicios emplea a un 51% de la fuerza laboral egipcia y que la agricultura da trabajo a otro 32%, las consecuencias de los efectos anteriores sobre el empleo podrían ser igualmente contundentes. En esta línea, algunos estudios prevén pérdidas de millones de puestos de trabajo, un auténtico dolor de cabeza para un país que ya tiene importantes problemas para generar empleo para los más jóvenes.

Además, Egipto ya sufre ahora una pronunciada escasez de agua, altas tasas de pobreza y una fuerte contaminación, por lo que un empeoramiento de estos factores, sumada a una caída del empleo y a un aumento de los precios de la comida a causa de la reducción de producción, podría seguir agravando la más que delicada situación de muchos locales.

Por todo ello, el estudio de Stratus, que fue elaborado para el Proyecto de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), estima que “centenares de miles de millones de libras egipcias, sobre un 2% y un 6% de su futuro PIB, podría perderse debido a los efectos [del cambio climático] sobre los recursos acuíferos, la agricultura, los recursos costeros y el turismo”.“Dada la amenaza que el cambio climático plantea para Egipto, es muy importante que se aborde inmediatamente la adaptación tanto a los peligros que ya son evidentes como a los riesgos que muy probablemente aumentarán”, advierte el informe.

Aunque independiente del cambio climático, algunos de los anteriores problemas podrían verse también acrecentados a causa de la gran presa que Etiopía está construyendo en su parte del Nilo, y que Egipto teme que se traduzca en una fuerte caída en la cantidad de agua del río sobre la que tendrá acceso durante el disputado período de su llenado.

 

Lecciones de Egipto

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El río Nilo en su paso por la ciudad de Aswan. KHALED DESOUKI/AFP/Getty Images

El devastador panorama que el cambio climático plantea para el país de los faraones ha forzado a sus autoridades a desarrollar planes para intentar hacerle frente, ofreciendo experiencias que podrían resultar útiles en el futuro para otros Estados.

Las líneas maestras de la acción de Egipto contra los efectos del cambio climático quedan definidas en la multisectorial Estrategia de Adaptación Nacional (NAS) de 2011, cuyo objetivo pasa por aumentar la flexibilidad y las capacidades del país para hacer frente en mejores condiciones a los riesgos y desastres que se deriven. Estas bases, a su turno, se complementan con la Estrategia de Desarrollo Sostenible (conocida como la Visión de Egipto 2030) elaborada en 2015, cuya prioridad es aumentar el desarrollo económico.

Partiendo de este marco de trabajo, es el Consejo Nacional para el Cambio Climático (NCCC) el encargado de concretar los proyectos nacionales de adaptación en Egipto, que luego ejecuta su brazo operativo, el Grupo de Trabajo de Adaptación. Actualmente, hay un total de siete proyectos de adaptación en funcionamiento.

En un informe publicado el pasado mes de marzo, el PNUD considera esta multidisciplinar estructura institucional que Egipto ha vertebrado para abordar los efectos del cambio climático como uno de sus mejores logros en la materia.

“El NCCC, que reúne a actores de diversas disciplinas, es uno de los primeros éxitos [de Egipto]”, considera el organismo, que aplaude el establecimiento de un mecanismo de participación multisectorial “que garantiza el control nacional y el compromiso total de las partes interesadas más relevantes”. Asimismo, el PNUD destaca que también se hayan desarrollado las “capacidades de instituciones de investigación sectorial claves”.

Para hacerla funcionar, el país ha buscado desde el principio la ayuda de instituciones internaciones.

En este sentido, el Ejecutivo egipcio aceptó a principios del pasado mes de octubre 31,5 millones de dólares del Green Climate Fund para implementar proyectos de protección en las zonas del país más afectadas por el cambio climático, lo que se convirtió en la mayor subvención que ha recibido nunca El Cairo en materia medioambiental. Esta concesión, por su parte, llegó después de que el julio anterior el país anunciara un acuerdo con la Unión Europea para mejorar la gestión del agua a través de la financiación de un proyecto para modernizar parte de su ineficaz sistema de irrigación.

Para incrementar los fondos propios a su disposición, Egipto también decidió durante el pasado verano empezar a emitir bonos verdes, que tienen por objetivo financiar proyectos respetuosos con el medio ambiente, como energías renovables o de eficiencia energética.

Además, el país de los faraones ha invertido notables esfuerzos en aumentar la cooperación con otros Estados en este ámbito, acogiendo y organizando conferencias que abordan diferentes vértices del problema, como la Semana del Agua celebrada en El Cairo en octubre, o la que tuvo lugar en Sharm el Sheikh poco después sobre biodiversidad.

De puertas adentro, sin embargo, el compromiso de Egipto para capacitar a su propia maquinaria de los recursos necesarios para funcionar es mucho más cuestionable.

Así, el mismo PNUD pone de relieve en el anterior informe que los recursos que Egipto destina a hacer frente a los efectos del cambio climático distan de ser suficientes y que los datos disponibles que produce sobre éstos tienen serias limitaciones.

“A pesar de los esfuerzos por mejorar la estructura institucional para abordar la adaptación al cambio climático, […] el principal problema [de Egipto] es la poca disponibilidad y precisión de datos, así como su limitada capacidad para emprender una mejor planificación”, reza el informe, que sentencia: “Los recursos financieros y los presupuestos asignados a la adaptación son insuficientes y ponen en peligro la sostenibilidad y la ampliación de las medidas de adaptación”.

Por otro lado, también las ambiciones políticas y económicas del régimen egipcio a corto plazo se imponen a la hora de priorizar el desarrollo y la explotación de determinados sectores económicos, por muy perjudiciales que sean para el medio ambiente.

Así, El Cairo no duda en seguir explotando recursos naturales como el gas con la vista puesta en los beneficios económicos y políticos que le reportan, a pesar de que su sector energético es el mayor responsable de la emisión de gases de efecto invernadero del país (algo que trata de cambiarse con macroproyectos de energías renovables).

“La adaptación [al cambio climático] puede ayudar a aliviar algunos riesgos, pero la mitigación (reducción global de las emisiones de gases de efecto invernadero) también será necesaria para evitar sus efectos más dañinos”, avisaba Stratus en 2012.

Asimismo, la obsesión del Ejecutivo por promover su sector turístico se traduce a menudo en una presión extra sobre determinados espacios medioambientalmente frágiles, como el sur del Sinaí o el oasis de Siwa.

Unas medidas reflejo de una escalera de prioridades políticas que, si bien refuerzan la posición regional de Egipto y le permiten sacar a relucir algunas buenas cifras económicas a su Gobierno, acaban mermando sus esfuerzos para afrontar los efectos del cambio climático y contribuyen a agudizar un problema de primer orden.