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¿Cuáles son las repercusiones y los retos?

La última Cumbre del Clima en París (COP21) consiguió lo imposible: poner de acuerdo a todos los países del mundo para que se comprometan a decarbonizar la economía global antes del 2050. El reto es todavía grande: los compromisos actuales, si se cumplen, solamente limitan el aumento de temperatura a 3 grados, todavía muy lejos de los 1,5ºC necesarios para evitar cambios irreversibles en los ecosistemas naturales del planeta. Pero quizás el mensaje más claro enviado por la comunidad internacional fue este: la era de la energía fósil ya se había acabado.

Las repercusiones de esta decisión son inmensas. La economía mundial ha crecido gracias a un suministro casi universal de una energía barata y abundante. Las empresas energéticas han conseguido un enorme poder, tanto como agentes económicos como actores políticos. Solamente en el IBEX, siete multinacionales cotizadas (sobre 35) provienen del sector de la energía, de las cuales cuatro dependen exclusivamente del petróleo o gas. Estas corporaciones se desarrollaron gracias a su simbiosis con los reguladores y la externalización de los daños ambientales y sociales.

El coste pagado por la sociedad por el uso del oro negro ha sido alto: cambio climático, enfermedades por contaminación del aire, pobreza energética, guerras y conflictos, corrupción y blanqueo de dinero. Incluso el terrorismo islámico se beneficia de este recurso fácil de extraer y vender. Sin hablar de los, teóricamente ricos, países productores que han dejado gran parte de su población en condiciones indecentes, mientras unos pocos se han enriquecido.

El horizonte que se perfila con las energías renovables es mucho más esperanzador. El aire y el sol son bienes comunes repartidos por todo el mundo. No pertenecen a ningún país o entidad privada. Son ilimitados y de acceso libre. El sobrecoste ya no es un argumento: son ahora económicamente competitivas frente a las fuentes tradicionales como el carbón, gas, petróleo o la nuclear.

Evidentemente el camino para implementar el acuerdo de París estará lleno de barreras y trampas puestos por los que perderán su poder económico y político. Y seguirá existiendo una feroz competición entre países y empresas para ofrecer la tecnología que permita suministrar una energía segura, barata y limpia. No obstante, el modelo actual, basado en grandes centrales de generación de electricidad interconectadas con una red cara e ineficiente, tiene sus días contados.

En el mundo de la energía renovable, pequeñas redes descentralizadas pueden funcionar de manera autónoma y colaborativa. Este funcionamiento democrático abre la puerta a la emergencia de una multitud de nuevos actores de diverso tamaño y origen. En Alemania, Francia y ahora en España, las cooperativas de consumidores y productores se desarrollan favorablemente. Ofrecen una energía limpia en las mismas condiciones que los grandes operadores. En Catalunia, un grupo de ciudadanos se ha juntado para comprar e instalar sus propios aerogeneradores. Los coches eléctricos, en pleno auge debido a las presiones ambientales y urbanísticas, ofrecen una necesaria capacidad de almacenamiento que permite garantizar un suministro continúo de la energía producida por el sol o el aire. En San Francisco, Tel Aviv o París se crean nuevas start up que desarrollan pilas de hidrógeno, baterías de alta carga o paneles solares flexibles.

En la región mediterránea, las consecuencias geopolíticas de este cambio de paradigma son explosivas. Países del sur de Europa, como España o Italia, con una grave dependencia energética pero un alto potencial de recurso solar y eólico, tienen una oportunidad única para desarrollar y mantener un liderazgo industrial y financiero en el campo de las energías renovables. Países dependientes de la energía fósil como Argelia, Egipto y Libia necesitarán transformar su modelo económico en un contexto de inestabilidad política. Al lado opuesto, Marruecos ya se ha comprometido con un plan ambicioso y pragmático de energía solar. Para este país sin recursos fósiles, las energías renovables son un arma geopolítica que les permite intermediar entre los países occidentales y el prometedor continente africano. Con este espíritu, acogerá este año la COP22 en Marrakech que deberá acelerar aún más esta tan necesaria transición energética, ecológica y económica.

 

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Este proyecto ha contado con el apoyo de la Comisión Europea