A pesar de su educación occidental y de encajar bien en los círculos diplomáticos, su discurso y los últimos acontecimiento suscitados en Libia, han hecho caer su leyenda progresista.

 

AFP/Gettyimages

 

Con la escalada de la violencia en Libia, una leyenda urbana que recorría los círculos diplomáticos durante los últimos años se ha hecho añicos: la idea de que el hijo del coronel Muamar el Gadafi, Saif el Islam, era el heredero moderado, occidentalizado y reformista que Londres, París y Washington deseaban.

Ahora ya hemos visto al segundo hijo del líder libio defendiendo en televisión la brutal gestión que ejerce su progenitor desde hace décadas. En un discurso que evocó las largas e incoherentes peroratas de su padre, Saif culpó de las protestas a todo el mundo, desde criminales hasta islamistas. Prometió que Gadafi va a luchar hasta que no quede ni un opositor. Y no pidió ninguna disculpa por el número de muertes acaecidas que pareció estar muy por debajo de la realidad: dijo que no habían muerto más que 14 personas, cuando la organización Human Rights Watch habla de más de 200. Para quienes llevan tiempo elogiandole y confiando en secreto en que sucediera al actual dirigente, este discurso fue una auténtica decepción.

Conviene recordar cómo el joven Gadafi empezó a construir su imagen. Fue un buen principio que tuviera un aspecto y una actitud más próximas a la modernidad que su excéntrico padre, ya que posee un doctorado por la London School of Economics. Lleva trajes y encaja bien en los círculos diplomáticos occidentales. Pero la leyenda terminó de plasmarse hace unos años, cuando se atribuyó a Saif el mérito de haber convencido a su progenitor para que renunciara públicamente a tener armas de destrucción masiva e indemnizara a las familias de las víctimas del atentado de Lockerbie, que Gadafi había financiado. De pronto, el joven adquirió fama de interlocutor progresista y se convirtió en el hombre de referencia para los gobiernos occidentales, un puesto que sigue ocupando. Cuando el ministro británico de Asuntos Exteriores presentó ayer una queja por el trato que el Gobierno libio estaba dando a los manifestantes, sus colaboradores llamaron a Saif.

Ahora bien, lo que dio renombre en realidad fue la Fundación Internacional Gadafi para la Ayuda y el Desarrollo (GICDF en sus siglas en inglés). Se trata de una organización sin ánimo de lucro, registrada como sociedad anónima en Suiza, que pretende presentar una imagen más progresista de Libia, con actividades como la reincorporación de los combatientes islamistas a la vida diaria con fines humanitarios y la lucha por todos los medios posibles contra la pobreza. Varios periodistas han visitado los lugares en los que se trabaja para reintegrar a los yihadistas y han elogiado lo que han visto.

Sin embargo, lo que vemos hoy es una Libia muy distinta. Por las informaciones que se filtran -no está permitida la presencia de medios extranjeros-, las fuerzas del Estado aspiran a limpiar el país de opositores con lo que haga falta: ataques aéreos, munición real y, según algunas fuentes, mercenarios extranjeros.

La prueba de fuego está en si Saif está diciendo la verdad y los manifestantes son delincuentes -y los militares son tan disciplinados como asegura-, ¿por qué no permitir la entrada de la prensa internacional? Sería la única posibilidad que le queda a este príncipe de controlar su imagen. Aunque ni siquiera así conseguirá rescatar el mito del heredero moderado.

 

 

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