Si Yemen constituye el peor desastre humanitario del mundo, Afganistán sufre los peores combates. En 2018, según el proyecto ACLED, la guerra mató a más de 40.000 combatientes y civiles. La decisión que tomó Trump a mediados de diciembre de retirar a la mitad de las fuerzas estadounidenses del país provocó nueva inquietud. En principio, el anuncio de Washington de que está dispuesto a marcharse podrá facilitar esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra, puesto que permitirá que las partes en conflicto y los actores regionales se centren en ello. Pero el carácter improvisado de la decisión —tomada, por lo visto, sin que lo supieran los principales responsables del sector—, y los recuerdos que suscitan las otras ocasiones en las que Estados Unidos salió huyendo, son malos presagios para el año que empieza.

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Niños afganos juegan en el cementario de Kart-e-Sakhi, en Kabul. WAKIL KOHSAR/AFP/Getty Images

En 2018, la guerra causó más víctimas que en ningún otro periodo desde que los talibanes fueron expulsados de Kabul hace 17 años. Un alto el fuego de tres días en junio, que respetaron tanto los talibanes como el Gobierno y que provocó júbilo y celebraciones entre combatientes y civiles, proporcionó un breve respiro, pero los combates se reanudaron inmediatamente después. Los talibanes controlan en estos momentos aproximadamente la mitad del país, han cortado rutas de transporte y tienen ciudades y pueblos sitiados. La intensificación de los ataques aéreos estadounidenses no ha frenado su ímpetu.

En septiembre, Washington nombró al veterano diplomático Zalmay Khalilzad enviado a las conversaciones de paz, una señal de que iba a dar prioridad a las negociaciones para acabar la guerra. Da la impresión de que los dirigentes talibanes están tomándoselas en serio, aunque el proceso está paralizado por su insistencia en que Estados Unidos se comprometa a fijar un calendario de retirada de las fuerzas internacionales como requisito previo a un proceso de paz más amplio en el que se incluya a otras facciones afganas, un orden de los acontecimientos que favorecería a los talibanes y llenaría de incertidumbre a las demás partes.

Pocos días después de las últimas conversaciones de Khalilzad con los talibanes, Trump lanzó su anuncio. La retirada de 7.000 soldados, en sí, seguramente no sería decisiva desde el punto de vista militar. En la actualidad, las fuerzas norteamericanas desempeñan sobre todo funciones de apoyo. De hecho, podría incluso ser positivo que Estados Unidos deje claro que tiene el sincero propósito de sacar a sus tropas de allí. Todas las partes comprenden que una retirada demasiado rápida podría provocar una nueva guerra civil, algo que nadie, ni siquiera los talibanes, desea.

Con el horizonte de la retirada gradual, las sospechas de los talibanes sobre los motivos de Estados Unidos podrían aplacarse, y eso impulsaría las negociaciones.

Los países vecinos y otros involucrados en Afganistán —en particular Irán, Pakistán, Rusia y China— quieren que Estados Unidos acabe yéndose, pero no que lo hagan de manera precipitada. Quizá se sientan más inclinados a apoyar la labor diplomática estadounidense si creen que Washington, al final, abandonará su posición estratégica en el sur de Asia. Por consiguiente, el anuncio de Trump podría animarles a contribuir al fin de la guerra, pero también a interferir incluso más que hasta ahora y a reforzar sus presiones sobre los bandos que respaldan en el país para cubrirse las espaldas.

La imprudencia de la decisión de Trump puede poner en peligro cualquier posible ventaja. El anuncio pareció pillar a todos desprevenidos, desde Khalilzad y los altos mandos militares estadounidenses, hasta el Gobierno afgano. El hecho de que no lo coordinara con Khalilzad hizo que el enviado especial no pudiera aprovechar para obtener ninguna concesión de los talibanes a cambio de una promesa sobre algo tan fundamental para ellos. En Kabul se palpaba el sentimiento de haber sido traicionados. Unos días después, el presidente afgano, Ashraf Ghani, designó a dos talibanes de la línea dura como ministros de Defensa e Interior, una medida que pareció indicar su alejamiento del tono conciliador de los últimos meses.

Las festividades que celebraron el alto el fuego de junio demostraron que la paz cuenta con muchos partidarios, y existen indicios de que los protagonistas están abiertos a un acuerdo. Pero siempre ha sido una posibilidad llena de incertidumbre, y la decisión de Trump la ha hecho más incierta todavía.

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2019

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia