Pakistán sigue de cerca todo lo que sucede en el vecino Afganistán, porque sin duda es mucho lo que se juega al otro lado de la porosa frontera. He aquí las dos visiones sobre el caos afgano que imperan en la sociedad paquistaní: una apuesta por sacar provecho del lazo pastún que comparten ambos países y, la otra, por dejar que EE UU y sus aliados terminen lo que han empezado.

 

TARIQ MAHMOOD/AFP/Getty Images
En armas: militantes del grupo terrorista Tehrik e Taliban de Pakistán (TTP), al lado de un graffiti que dice "larga vida al TTP" en el área tribal paquistani de Mohmand.

Mientras Afganistán se enfrenta a la guerra, ni el pueblo ni el Gobierno paquistaní se han tomado muy serio los comicios de su país vecino. Un Estado sin los ingredientes democráticos necesarios -como partidos políticos y una constitución totalmente aceptada- no puede tener un proceso electoral creíble. Pese a ello, Pakistán deseaba la estabilidad política al otro lado de su frontera, pero, con los acontecimientos desarrollados desde el 20 de agosto (el día de las elecciones), ese sueño está más lejos que nunca. Las facciones antitalibanes -formadas sobre todo por las etnias que no son pastunes, y situadas especialmente en el norte y el oeste del país- votaron en los comicios. La participación fue razonablemente buena, por lo que se esperaba que, si el nuevo gobierno de Kabul consolidaba su situación con ayuda de las tropas de EE UU y la OTAN, quizá fuese posible establecer un equilibrio de poder que facilitase las futuras negociaciones con los adversarios desde una posición de fuerza.

No todos los pastunes son necesariamente talibanes, pero la mayoría de ellos sí pertenecen a esta comunidad, así que sería imprudente excluirlos de los círculos políticos del país. La base pastún del actual presidente afgano, Hamid Karzai, no le permitió contar con el apoyo de la mayoría étnica de Afganistán. Graves acusaciones de manipulación antes y después de los comicios por parte de los adversarios de Karzai han contribuido a disminuir la credibilidad del proceso. Ya no importa que éste sea declarado vencedor o que no consiga obtener el 51% de los votos en la primera vuelta; lo que resulta evidente es que Afganistán va a caer aún más en esta crisis constitucional. La base de este análisis la proporciona el estado de ánimo predominante entre los candidatos rivales, especialmente el tayiko Abdulá Abdulá, que, en una entrevista reciente concedida al diario The Daily Telegraph, comentó que estaba escandalizado por el alcance de la manipulación electoral. Se comprometió a agotar todas las vías legales para contrarrestar “el fraude organizado por el Estado”, pero dijo que, si no lo consigue, no reconocerá los comicios. “Creo que, si el proceso no sobrevive, Afganistán no sobrevivirá” afirmó.

La ambición de Karzai de ganar a toda costa quedó patente cuando obtuvo el favor de famosos caudillos de la droga, una alianza perniciosa y vehementemente criticada por las capitales occidentales. El intercambio de duras palabras entre Karzai y Richard Holbrooke, el enviado especial de EE UU para Afganistán y Pakistán, cuando éste sugirió que se presentara a una segunda vuelta para dar mayor credibilidad al proceso, demuestra que el actual presidente está decidido a ganar como sea. Sin embargo, la estrategia de presentarse como un valiente nacionalista que se atreve a enfrentarse a Estados Unidos no le va a granjear la simpatía de la mayoría pastún.

En Pakistán hay dos visiones, no sólo sobre la perspectiva general de la situación afgana, sino también sobre las elecciones:

    • Sacar provecho del vínculo pastún. La mentalidad derrotista de las fuerzas de Estados Unidos y la ISAF y el desconcierto creado tras las elecciones son un buen augurio para Pakistán, porque dan más importancia a su papel en la región. A pesar de las críticas de Occidente, diversos elementos en el aparato de defensa de Pakistán no han cortado sus relaciones con las poderosas facciones talibanes. Si EE UU y la OTAN se retiran de Afganistán de aquí a 12 o 16 meses, los talibanes saldrían aún más reforzados. Así que a Islamabad no le interesaría unirse a los esfuerzos en contra de ellos. La única baza que tiene Islamabad en Afganistán son los pastunes, que comparten lazos religiosos, culturales y económicos con sus hermanos paquistaníes. La realidad demográfica es que en territorio paquistaní habitan alrededor de 28 millones de personas de esta etnia, mientras que Afganistán hay 15 millones. Independientemente del conflicto por la Línea Durand de 2.640 kilómetros de longitud -trazada en 1893 por los gobernantes británicos, y que hizo que Afganistán votase contra la entrada de Pakistán en la ONU en 1947, tras su nacimiento-, eso nunca ha separado en la práctica a los pastunes que viven a los dos lados de una porosa frontera.

      Quienes defienden esta postura creen que los vínculos de Pakistán con las facciones talibanes beneficiarán incluso a EE UU y las potencias occidentales, porque este país es el único que puede facilitar una salida honrosa convocando a una mesa de negociaciones a todas las facciones en guerra, dónde y cuándo sea necesario. India, Irán, China, Rusia y los Estados árabes no pueden mediar entre las diversas comunidades afganas y Estados Unidos. Además, creen que si Pakistán se enfrenta de pleno contra los talibanes, sus intereses a largo plazo en la frontera occidental correrían grave peligro. Se preguntan por qué Estados Unidos no ha diferenciado entre Al Qaeda, cuyo objetivo es el terrorismo mundial y los talibanes, que son de carácter esencialmente nacionalista.

 

  • Poner fin al concepto de ‘profundidad estratégica’. Esta visión, que está asentándose entre las figuras más poderosas del aparato de defensa paquistaní, cree que la política de profundidad estratégica (apoyar a los talibanes en Afganistán como amortiguador de seguridad frente a India) ha sido lo más perjudicial para Pakistán en los últimos años. El reinado del terror desencadenado por las organizaciones hermanas de los talibanes afganos ha causado la muerte a miles de civiles y militares, y además representó una amenaza contra la existencia de Pakistán en marzo y abril de 2009. Aunque el mulá Omar y los grupos Haqqani no han estado nunca directamente involucrados en actividades terroristas en territorio paquistaní, nunca han reprochado sus acciones a Tehrik e Taliban de Pakistán (TTP), dirigido por Baitulá Mehsud hasta su muerte y por otros personajes procedentes de las áreas de Swat, Mohmand, Khyber, Waziristán y Bajaur.

    Si ganan los talibanes, el TTP se verá reforzado, con consecuencias espantosas. Se acusa a los talibanes de querer formar los Emiratos Islámicos de Pastunistán, que abarcaría no sólo las zonas pastunes de Afganistán sino grandes partes de Pakistán. Aquellos que apoyan esta postura no quieren tener nada que ver con los talibanes y afirman que las tropas aliadas no sólo deberían quedarse en Afganistán hasta que se complete la misión, sino esforzarse también por estabilizar el proceso político en el país. Rechazan el concepto de profundidad estratégica en Afganistán y apuestan por un Pakistán que asegure sus propias fronteras y deje los problemas del otro lado de la Línea Durand a los afganos y las fuerzas aliadas.

Tras dos de los meses más sangrientos desde octubre de 2001, y con el descontento creciente en Estados Unidos y los países miembros de la OTAN, el tema de la retirada no para de estar en boca de todos. Antes de llevarla cabo, la coalición encabezada por los estadounidenses debe elaborar lo que el presidente Barack Obama ha denominado “la estrategia de salida”. Sin la ayuda de Pakistán, es imposible mantener un diálogo sustancial en el que participen todos los grupos políticos y militantes en Afganistán. El mito del “apoyo paquistaní a los talibanes” es infundado. Están libres de toda coacción por parte de cualquier país, incluido Pakistán, como destacaba claramente el segundo del mulá Omar, Abdul Ghani Bardar, en su reciente entrevista en la revista Newsweek. Aumentar el número de tropas no ayudará a ganar la guerra. Estados Unidos y la OTAN deben idear una nueva estrategia para abordar la situación que incluya la participación política activa de Pakistán.

 

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