El nuevo presidente estadounidense tendrá que forjar unas relaciones mejores y más duraderas con los vecinos de Irak y Afganistán, así como llevar acabo una retirada militar que no implique un abandono económico y político de unos países destrozados por la guerra.

 

Aunque quizá sorprenda a mucha gente que se aísla en Estados Unidos, los habitantes de Irak y Afganistán, así como de la región en la que se encuentran, no quieren más que lo que anhelan la mayoría de los estadounidenses: paz, una oportunidad para criar a sus hijos con buena sanidad y buena educación, y la capacidad de ganarse la vida decentemente. No quieren ser invadidos ni ocupados, ni que los gobiernen con mano de hierro. Decenios de guerra han hecho daño a Afganistán e Irak y han destruido el tejido de sus sociedades (sus intelectuales y su clase media han sido blancos de la militancia interna o se han ido en busca de una vida mejor, irónicamente a EE UU y Occidente, la fuerza ocupante y fuente de su turbación actual).

La esperanza que pueden tener los pueblos iraquí y afgano respecto al nuevo inquilino de la Casa Blanca es que ponga en marcha planes para una salida militar pero que emprenda una ofensiva sostenida contra la pobreza y ayude a vacunar a los dos países contra el ascenso de sistemas de gobierno autocráticos. Ambos países son sociedades tribales con tradiciones y costumbres que se remontan siglos atrás: una forma de asegurar la estabilidad será traspasar el poder a provincias y distritos y a los consejos locales, y fomentar la formación de un consenso nacional del tipo del antes estable Meesak-i-milli (Concordia del pueblo) de Afganistán. Habrá que empezar a reconstruir las estructuras sociopolíticas de abajo a arriba, no de arriba a abajo.

Construir una relación a largo plazo con el pueblo de Pakistán, y no con un gobernante o autócrata específico

Ahora bien, una retirada militar de Estados Unidos no debe significar una salida política ni económica, la peor pesadilla para la gente de estos dos países desgarrados por la guerra. Estados Unidos ya abandonó Afganistán una vez, después de que se fueran los soviéticos en 1989. En palabras del general Brent Scowcroft, Washington tuvo que volver en 2001 para completar la tarea que debería haber hecho entonces. Asimismo, dejó que los iraquíes se las arreglaran solos tras la liberación de Kuwait en 1991. No puede arriesgarse a volver a cometer el mismo error porque esas acciones tienen repercusiones más amplias.

Para aumentar la armonía nacional, el nuevo presidente estadounidense también tendrá que forjar unas relaciones mejores y más duraderas con los vecinos de ambos Estados: reabrir el diálogo con Irán en vez de arrinconarlo de forma hostil y construir una relación a largo plazo con el pueblo de Pakistán, y no con un gobernante o autócrata específico. Estas medidas restaurarán la estabilidad en la región y permitirán que Irak, Afganistán, Irán y Pakistán contribuyan a la paz, en vez de a la guerra, en una de las zonas más peligrosas del mundo actual. Si pudieran, iraquíes y afganos votarían a un presidente estadounidense que haga la paz, y no la guerra.