La Unión Europea debe ser capaz de priorizar y ofrecer una respuesta
rápida a la política de pacificación de la ONU al sur del Sáhara.

En enero de 2008, Suecia asumirá el liderazgo del llamado Grupo de Batalla
Nórdico, la contribución báltica a la Fuerza de Reacción Rápida de la Unión
Europea. Junto con Estonia, Finlandia y Noruega, el país escandinavo destina
2.500 soldados a esta unidad, que deberá estar preparada en un plazo de 10 días
para cualquier contingencia, desde un desastre natural a una intervención armada.
Al igual que hacen otras naciones europeas pequeñas, Estocolmo –con sus limitados
recursos– tiene que concentrar sus desplazamientos militares en uno o dos focos
de problemas.

A juzgar por el debate que se ha desatado en el país nórdico, hay que elegir
entre aumentar los efectivos en el norte de Afganistán, dentro de la ISAF (Fuerza
Internacional de Asistencia para la Seguridad, conducida por la OTAN), o atender
las cada vez más insistentes súplicas del Departamento para las Operaciones
de Mantenimiento de la Paz de Naciones Unidas.

En la actualidad, casi cincuenta años y sesenta misiones después de que el
primer casco azul fuera enviado al canal de Suez, el Ejército de mantenimiento
de la paz de la ONU ha crecido cerca de un 500% entre 2000 y 2005. De hecho,
a finales de este año la cifra podría llegar a los 140.000 soldados desplazados
al mismo tiempo, el número más alto de toda la historia de Naciones Unidas.

La discusión política en Suecia ilustra de forma perfecta un dilema general
en el Viejo Continente: cómo auxiliar a la ONU en África, zona donde está desplazado
un 75% del contingente de misiones de paz de Naciones Unidas. De no ser por
la operación militar en Líbano, el nivel normal habría estado muy por
encima del 80%. A esta circunstancia, también hay que sumar el hecho de que
los europeos apenas representan el 3% de las tropas de la ONU en África. El
resto, cerca del 97%, viene de los países en vías de desarrollo.

Europa, supongo…

Por ello, no tiene nada de asombroso que muchos africanos se cuestionen por
qué los europeos, con muy pocas excepciones, rechazan participar en las misiones
de paz onusianas en su continente. Para mí, que he dirigido la misión
de Costa de Marfil y además soy sueco, la respuesta sería que debemos replantear
con seriedad nuestras prioridades.

No obstante, Estocolmo tendría que mantener su presencia en la ISAF. Hemos
entrado y tenemos que atenernos a nuestro compromiso y también aumentar como
consideremos apropiado nuestra ayuda humanitaria y civil. Además de las tropas
adicionales que Suecia y otros países comunitarios están destinando a los Grupos
de Batalla de la UE, de tener que elegir una sola de las opciones, hay varios
motivos para decidirse por las misiones de la ONU en África, frente a la operación
dirigida por la OTAN en Afganistán. La primera razón es que el secretario general
de la ONU, Ban Ki-Moon, como Kofi Annan hizo antes, nos urge a proporcionar
contingentes donde la demanda es la más alta, es decir, en África. De hecho,
esto supone un acto de solidaridad con una gente desesperada, en gran peligro
y anclada en una profunda miseria, y con Naciones Unidas. En segundo lugar,
Europa marca la diferencia en África, con nuestras tropas bien entrenadas y
bien equipadas. He visto las acciones eficientes y muy profesionales llevadas
a cabo por los efectivos irlandeses y suecos en Liberia, a pesar de que tuve
que volverme demasiado temprano.

Asimismo, debemos tomar en serio los argumentos de las agencias de ayuda internacionales
y las ONG, que perciben que la creciente mezcolanza de la ISAF, ahora comandada
por un general de EE UU, y las tropas norteamericanas no ayuda a la intervención
en Afganistán. “Uno parece hacer la guerra, el otro construir la paz”, sostiene
Astrid Suhrke en su informe para FRIDE.

Del mismo modo, estos agentes consideran que una misión de Naciones Unidas
pura suele tener un mandato más claro, una estrategia más previsible
y un control del Consejo de Seguridad más directo que el de la ISAF en Afganistán,
unas tropas que trabajan muy ligadas a las operaciones de combate de EE UU.

En cuarto lugar, la coordinación necesaria de asistencia económica y social
en una misión de mantenimiento de la paz es, desde su inicio, gestionada por
Naciones Unidas y, además, resulta más fácil movilizar donantes en una operación
capitaneada por el alto organismo internacional que en una dirigida por la OTAN.

Por último, la Operación Artemis, llevada a cabo en la República Democrática
del Congo por la Unión Europea en 2003, representó un primer ejemplo acertado
de cooperación entre la UE y la ONU: el despliegue se produjo sólo dos semanas
después de la petición del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No obstante,
una vez que los 13 grupos de batalla se hayan establecido totalmente, Europa
debe priorizar y ser capaz de dar una respuesta rápida y positiva a Naciones
Unidas.