Afganistán se encuentra estancado en un túnel sin salida ocho años después de que se produjese los atentados de Al Qaeda en territorio estadounidense. Los talibanes han reforzado sus posiciones en amplias zonas del país y se están aprovechando del agotamiento de una estrategia militar fallida que ha provocado miles de víctimas civiles. Las divisiones en la coalición internacional son evidentes: unos países están haciendo el esfuerzo bélico mientras otros están más preocupados por el impacto de los acontecimientos en sus opiniones públicas.

Los talibanes están copiando la estrategia que usaron los grupos más violentos iraquíes en 2003 y 2004. Primero atacaron la sede de la ONU en Bagdad en agosto de 2003, provocando el éxodo de sus empleados, y posteriormente ordenaron una ola de secuestros a partir de abril de 2004 que vaciaron el país de extranjeros. Los siguientes años fueron utilizados para desarrollar campañas de limpieza étnica y religiosa con el consiguiente baño de sangre. Las fuerzas extranjeras fueron testigos pasivos de aquella tragedia.

El ataque a finales de octubre de 2009 contra un hotel habitado por funcionarios de la ONU en Kabul fue el primer aviso. Los occidentales han reforzado su seguridad y limitado sus movimientos, que es, en definitiva, la antesala para una evacuación definitiva si alguno de los comandos talibanes infiltrados en la capital consigue golpear de nuevo. Las rencillas entre pastunes, tayikos y hazaras podrían acelerar una nueva ola de violencia étnica como ya ocurrió en los 90.

Lo más alarmante es que las últimas elecciones presidenciales sólo han legalizado la corrupción y la inoperancia de un Gobierno encabezado por Hamid Karzai, muy influido por criminales de guerras. Al menos, en Irak, hubo comicios más o menos limpios que permitieron dar legalidad a los gobernantes locales.

El fraude electoral de las elecciones de agosto, dirigido por hombres vinculados al presidente Karzai, y la suspensión de la segunda vuelta, van a incrementar el apoyo de los talibanes en el sur del país, donde tienen sus principales bastiones y bases de apoyo, y en el este donde ya mantienen una presencia militar preocupante.

Durante los últimos cinco años, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha intentado convencer a los españoles de nuestra participación en una misión de paz. La palabra “guerra” ha sido eliminada del vocabulario oficial. Las listas de soldados estadounidenses, británicos y canadienses muertos o gravemente heridos han ido aumentando al mismo tiempo que el Ejecutivo español descorchaba un vocabulario repleto de palabras ambiguas que se contradicen con la violenta cotidianidad. Si no hay guerra, entonces ¿por qué hay muertos?

Las fricciones entre los principales Estados europeos que conforman la coalición internacional en Afganistán son continuas. Los británicos están cansados de pagar un alto precio en vidas mientras los alemanes se quejan de la desaforada factura económica que tienen que asumir. Algunos responsables consideran que países como España tienen que hacer un mayor esfuerzo militar e implicarse con más fuerzas de combate en el país centroasiático.

El Gobierno español no tiene influencia ...