El Ejército afgano durante una operación contra los talibanes cerca de la frontera con Pakistán, enero de 2015. Noorullah Shirzada/AFP/Getty Images
El Ejército afgano durante una operación contra los talibanes cerca de la frontera con Pakistán, enero de 2015. Noorullah Shirzada/AFP/Getty Images

Por primera vez en su historia Afganistán vivió el año pasado un traspaso de poder en gran parte pacífico. El presidente Hamid Karzai dejó el cargo, Ashraf Ghani tomó posesión como sucesor y el segundo en las elecciones, Abdullah Abdullah, se convirtió en el director general de Afganistán, de acuerdo con un acuerdo de reparto de poder.

Pero la prolongada crisis a propósito de las elecciones indica que el Gobierno de unidad de Ghani puede plantear retos además de oportunidades. Las relaciones entre los dos bandos están aún enconadas, aún no se han puesto de acuerdo sobre varios nombramientos fundamentales para el Gobierno, y el acuerdo mencionado carece de mecanismos para resolver las disputas. El sectarismo puede llegar a impedir las urgentes reformas necesarias prometidas por Ghani para fortalecer las instituciones, controlar la corrupción, equilibrar el Poder Ejecutivo y avanzar hacia un sistema de gobierno menos centralizado.

Además, el nuevo Gobierno se enfrenta a una insurgencia talibán en expansión. Ghani firmó un acuerdo con Washington que abría la puerta a la presencia en Afganistán hasta 2015 de 12.000 soldados, en su mayoría estadounidenses, con el fin de llevar a cabo operaciones antiterroristas y asesorar, entrenar y ayudar a las fuerzas locales, que están librando duros combates contra los talibanes.

Pero la violencia va en aumento y los rebeldes están obteniendo triunfos en las regiones más lejanas. A finales de octubre, el Ministerio de Defensa afgano dijo que 2014 era el año más letal para las fuerzas afganas desde la invasión encabezada por Estados Unidos en 2001. Un informe anterior de la ONU advertía de que se había incrementado el número de civiles muertos y heridos. Con la retirada de las tropas extranjeras, la capacidad de Kabul de llegar a las provincias ha disminuido y tendrá dificultades para mantener al Ejército con el volumen actual de soldados sin más donaciones multimillonarias.

Durante una serie de visitas a China, Pakistán y Arabia Saudí en las primeras semanas de su mandato, Ghani ha hecho bien en mostrar su interés por poner fin al conflicto con un acuerdo negociado. El peligro, no obstante, es que esa salida dé más influencia a Pakistán, cuya relación con Kabul sigue siendo tensa y donde los rebeldes afganos siguen teniendo refugios junto a la frontera. Mientras tanto, los ataques de los talibanes indican que, al menos por ahora, los insurgentes van a seguir poniendo a prueba su fuerza contra la del Ejército afgano. Los combates van a ser un elemento esencial en la negociación y 2015 promete ser otro año violento para Afganistán.