Durante años, los expertos occidentales prometieron a los africanos que el liberalismo económico les salvaría del hambre y la pobreza. Ahora, Uganda está demostrando que, a veces, un poco de proteccionismo puede hacer milagros.

 

La agricultura, de pronto, ha vuelto a ponerse de moda. La que fue ignorada en otros tiempos por los expertos en desarrollo, es hoy un área candente entre los especialistas que saben más de ajustes estructurales que de rotación de los cultivos. Unos precios sin precedentes del trigo, el maíz y el arroz hacen que muchos consideren a los agricultores un elemento esencial del crecimiento económico en los países pobres y una solución a la inestabilidad política que esa inflación ha causado en todas partes, desde África occidental hasta Bangladesh. Pero los investigadores deben asegurarse de sacar las lecciones apropiadas de los Estados que ya están cosechando éxitos.

Brent Stirton/Getty Images

El futuro en sus manos: Los africanos no tienen que ser víctimas pasivas de las fuerzas económicas globales.

Véase el caso de Uganda. Su producción de arroz ha aumentado 2,5 veces desde 2004, según el ministerio de Comercio. Se espera que este año alcance nada menos que 180.000 toneladas métricas, frente a 135.000 en 2006 y 102.000 en 2005. Mientras tanto, el consumo de este cereal que ha sido comprado en el exterior descendió a la mitad sólo entre 2004 y 2005, igual que entre 2005 y 2007.

Los importadores de Uganda, al ver el cambio de situación, han invertido en la construcción de nuevas plantas en todo el país, lo cual ha aumentado el empleo y ha generado una rivalidad por obtener la mayor producción, con lo que los precios se han suavizado. Las nuevas fábricas, además, han reducido el coste de llevar el arroz nacional al mercado. Mientras los habitantes de los países en vías de desarrollo de todo el mundo protestan por el pronunciado aumento de los precios de los alimentos, los ugandeses siguen pagando por este producto más o menos lo mismo que siempre. Y el país africano tiene previsto empezar a exportar este cereal dentro de África oriental y más allá.

¿El secreto del éxito de Uganda? Ignorar años y años de malos consejos de Occidente.

En los 90, los gobiernos africanos redujeron o eliminaron los aranceles sobre el arroz importado a instancias del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y varios economistas influyentes partidarios del libre mercado. Se suponía que los países ricos devolverían la moneda disminuyendo los subsidios a sus agricultores. Pero no fue así. En respuesta, unos cuantos Estados africanos han elevado los impuestos que gravan el arroz procedente del exterior, con lo que han infringido un principio fundamental del comercio neoliberal. Se supone que el proteccionismo es malo, tan malo que los asesores internacionales llevan decenios convenciendo a los gobiernos africanos de que abran sus mercados todo lo posible a las importaciones.

Uno de los líderes de la revolución del arroz en Uganda es Gilbert Bukenya, vicepresidente del país y el principal defensor de la comercialización de la agricultura. Le conocí en su casa a orillas del Lago Victoria, donde me expuso su filosofía básica. “Si practican una agricultura más inteligente, los ugandeses no sólo pueden cultivar más, sino ganar más dinero”, me dijo. Defiende la autosuficiencia alimentaria y quiere que los ciudadanos coman más arroz local, porque eso impulsaría a los agricultores y procesadores nacionales y liberaría dinero para poder emplearlo con otros fines. Bukenya lleva mucho tiempo promoviendo un nuevo arroz africano que crece en las tierras altas (en vez de en los arrozales húmedos) y necesita menos agua.

La adopción de esa nueva variedad es sólo una parte de la fórmula. Cuando la producción de este cereal empezó a crecer, Bukenya y otros políticos de su país hicieron algo más: propugnaron un arancel del 75% sobre el arroz extranjero. La legislatura lo aprobó, estimulando todavía más la producción nacional de este alimento.

El éxito de Uganda en la expansión de su producción de arroz interesa especialmente porque los habitantes del África subsahariana gastan casi 2.000 millones de dólares (unos 1.300 millones de euros) anuales en el cultivado fuera del continente. La cantidad que dedican los africanos a este cereal equivale a los presupuestos nacionales de Ghana y Senegal juntos. Con la ayuda de unas políticas prudentes, los agricultores podrían cultivar mucho más, tal vez incluso suficiente para prescindir por completo del que se compra en el exterior. La eliminación de las importaciones y la garantía de una oferta local beneficiarían a Uganda, porque el arroz procedente de Asia es cada vez menos abundante y más caro.

La eliminación de las importaciones y la garantía de una oferta local beneficiarían a Uganda, porque el arroz procedente de Asia es cada vez menos abundante y más caro.

Lo que ha comprendido este país africano es que los grandes exportadores mundiales de este cereal practican lo contrario de lo que predican el Banco Mundial y el FMI. Gran parte del arroz cultivado en Pakistán, Vietnam y, sobre todo, Estados Unidos cuenta con el estímulo de subsidios a los agricultores. Después, ese arroz inunda los mercados africanos a precios bajos, a veces por debajo del coste de producción. Además, esos productores mantienen unos aranceles rígidos sobre el arroz importado, de modo que contradicen la ideología del libre mercado, pero ayudan a proteger a sus agricultores contra la competencia mundial. Y tienen buenos motivos para hacerlo: casi todas las economías asiáticas que han prosperado se construyeron a partir de barreras comerciales selectivas, y en China e India, las dos economías que más rápido crecen en el mundo, esas barreras siguen en vigor. Incluso Corea del Sur y Japón mantienen enormes impuestos sobre el arroz importado sólo para proteger el medio de vida de sus propios agricultores. Existen aranceles sobre este alimento en Uganda y en Nigeria, donde la producción también está aumentando de forma increíble. En ambos países, el valor del arroz importado está bajando y el local está conquistando a los consumidores.

El arroz no es más que un ejemplo. Los gobiernos africanos tal vez quieran repetir el éxito de Uganda con otros cultivos (cuáles sean dependerá de los movimientos comerciales y las cualidades agrícolas de cada país). Pero, en cualquier caso, hay que animarles a que empleen una combinación de herramientas económicas, que incluyan el proteccionismo destinado a ayudar a los agricultores nacionales.

Uganda y otros Estados del continente tienen que actuar con cautela para que ese proteccionismo selectivo no se convierta en una tapadera de la ineficacia y la corrupción, ya que aunque esas políticas ayuden a los productores locales no son la panacea para África. Sin embargo, tras muchos años de dificultades, la autosuficiencia económica es un objetivo importante para casi todos estos países. El experimento de Uganda con el arroz merece más atención, aunque sólo sea porque demuestra que los africanos no son víctimas pasivas de las fuerzas económicas mundiales. Han empezado a defenderse.

 

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