• Say You’re One of Them (Di que eres uno de ellos)
    Uwem Akpan 368 págs., Little, Brown & Company,
    EE UU, junio 2008 (en inglés)

Uwem Akpan (1971, Ikot Akpan Eda) –nigeriano como Chinua Echebe, el autor de Todo se desmorona, una de las grandes novelas africanas y la más desgarradora sobre lo que supuso la irrupción del hombre blanco–, ha logrado en Say You’re One of Them (Di que eres uno de ellos), una colección de cinco relatos, una altura literaria que no desmerece al maestro.

La irrupción del padre Uwem (fue ordenado jesuita en 2003) es de las más luminosas de los últimos años en un continente a media luz, maltratado por el clima, la rapiña colonial –y la de las empresas que les siguieron, y de las que llegaron después y allí permanecen–, las enfermedades, el hambre, las guerras civiles, la limpieza étnica, el genocidio, las violaciones como arma, los niños soldados, los 18 millones de huérfanos por el sida…Y por el silencio informativo en medio de lo que llamamos pomposamente la “sociedad de la información”.

Tal vez sea África, por su desesperanza, un buen territorio para la oración y para la literatura, otro sistema milagroso que trata de corregir la realidad, bien moldeándola o transmitiéndola sin cosmética ni aditivos, en toda su crudeza, creando un espejo donde mirarse y reaccionar. Así es como brota de la pluma de Uwem Akpan desde el primer relato, ‘An Ex mas feast’, sin afeites, en el que Maisha, una prostituta de 12 años, enseña a su hermana de 10 la diferencia entre los hombres que hacen daño y los que no. Ella y su mundo terrible representan el África que se desmorona por segunda vez, que se corrompe “por todas esas cosas en nuestras vidas que necesitan dinero”, las Áfricas que pierden sus identidades y, con ellas, la esperanza colectiva de un despertar.

Escribir es una forma de lucha, de zarandear conciencias, de empujar al lector a una toma de conciencia, de arrancarle de la comodidad del testigo silencioso e inmóvil, sin responsabilidad y de conducirle al abismo desde donde se huele la contaminación del delta del Níger, que arruinó la pesca a cambio de nada; allá donde el blanco dejó su primera huella y hoy conviven las petroleras junto a pueblos paupérrimos sin derecho a luz eléctrica, agua ni escuela. Escribir sobre la realidad cruda es también una manera de forzar una reflexión: todo se hace en tu nombre.

Uwem Akpan logra despertar un murmullo en la conciencia, una pequeña  rebelión interna más allá de la solidaridad y de la caridad. Una de las claves del éxito de este libro, de su fluidez, son los narradores, siempre niños, siempre inocentes. Ellos son la mirada desde la que el autor confronta la brutalidad cotidiana, la que dispara y machetea, y la otra, la de la pobreza y la injusticia que alimentan la primera. El autor elige jóvenes para revestir sus relatos de sencillez, de una fuerza inconmensurable y atroz, como la violación descrita por uno de esos niños-narradores. Aunque a veces se deslizan sus creencias religiosas, no queda rastro del sacerdote cuando emerge el escritor que desgrana lo que ve y siente sin ocultamientos, cuando estalla la realidad desnuda, sin sinónimos que puedan endulzarla.

Hay un segundo motor, que ya guió a Chinua Echebe: la sencillez, vinculada en este caso a la coherencia que debe a sus narradores- niños, como si fueran relatos de tradición oral. Los textos de Uwen Akpan están impregnados de una normalidad honesta que multiplica su eficacia narrativa. Hay frases de una emocionante africanidad: “¿Qué insectos le están comiendo su cerebro?”, o de esperanza, en ‘Luxurious Houses’ (Casas lujosas): “Lo que importa ahora es cómo conseguir que la gente deponga sus armas y sus odios y aprenda a vivir junta”.

En ‘My parents bedroom’ (La habitación de mis padres), el padre Uwem nos sumerge en la Ruanda de la primavera de 1994, cuando miles de radicales hutus alzados en armas y locura machetearon hasta la muerte a 800.000 tutsis y hutus moderados. La barbarie del genocidio desde los ojos de Shenge, una niña de nueve años y siete meses, como se describe a sí misma, quien asiste al asesinato de su madre tutsi a manos de su padre hutu forzado por una turba que le grita: “Si tenemos que matar a tu mujer en tu lugar, tendremos que matarte a ti y a tus hijos”.

En ‘La habitación de mis padres’, no hay exteriores, todo se desarrolla en una sala transformada en escenario de un drama nacional y en la que no hay escapatoria. “No abras la puerta a nadie. Tu padre no está en casa. Yo no estoy en casa. Nadie está en casa”, dice la madre antes de intentar escapar al destino.


Tal vez sea África, por su desesperanza, un buen territorio para la oración y para la literatura, otro sistema milagroso que trata de corregir la realidad


Uwem Akpan no cuenta sólo los hechos; el gran escritor que habita en Uwem Akpan crea el contexto desde los detalles. Logra en pocas páginas diseccionar el odio, el terror (“Me fui a dormir, pero el miedo me siguió a mi habitación”, dice Shenge), la mísera mediocridad del cobarde, a través de personajes –el tío, el violador de los pantalones amarillos, el brujo– cuya fuerza reside en su vulgar normalidad: nadie, ni personajes ni lectores, puede estar seguro, en una situación límite, de si surgirá el ángel o el demonio que habita dentro.

A pesar de la crudeza de muchas de las situaciones, el libro de Akpan es una muestra radiante de que al otro lado de la valla de Ceuta y Melilla, y de nuestros murosmentales, en esa África que evitamos, hay vida, arte, luz y personas que tratan de contar una historia: la suya. Las televisiones por satélite, que difunden a espuertas fútbol y culebrones hasta el último rincón globalizado, han dado conciencia a los más pobres de su miseria con la exhibición herciana de nuestra presunta riqueza. Los más pobres ya saben que lo son; también, dónde vivimos y cuál es el camino.

A las playas de Tarifa, Fuerteventura y Lanzarote no sólo arriban decenas de personas que huyen de la guerra, la miseria y la injusticia, llegan también los personajes de libros extraordinarios, como los de éste de Uwem Akpan, para desembarcar en nuestras conciencias en espera del milagro, divino o literario, que les permita disfrutar del derecho a otra vida, porque la nuestra, con esperanzas de 78 años, es el doble de la suya.

Mientras lo consiguen, Di que eres uno de ellos resulta un excelente manual de la realidad. Sirve, sobre todo, para entender por qué viajan ellos: dos vidas por saltar una simple valla es un premio por el que merece la pena el riesgo de morir.