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Unos adolescentes africanos autodidactas que construyen molinos de viento pueden ser objeto de gran interés en los medios de comunicación occidentales, pero los Gobiernos africanos prefieren cada vez más recurrir a otra fuente para satisfacer sus crecientes necesidades energéticas: la energía atómica. En la actualidad, no hay más que dos centrales nucleares en el continente africano, ambas en Suráfrica, pero es probable que pronto tengan compañía.

En marzo, Senegal se unió a la lista de países africanos que se han comprometido a construir una central nuclear de aquí a diez años, y la antigua potencia colonial, Francia, ya ha ofrecido ayuda técnica. Argelia, Egipto, Ghana, Kenia, Marruecos, Túnez y Uganda también confían en disponer de centrales en funcionamiento para el final de la década con el fin de hacer frente al aumento de los costes del combustible y la sobrecarga de las redes de electricidad. Y Suráfrica, en plena expansión, pretende incrementar su capacidad nuclear con al menos seis nuevas centrales de aquí a 2023.

África posee alrededor del 18% del uranio recuperable del mundo, pero la tecnología y los conocimientos nucleares son más escasos, y varios países, entre ellos, China, Japón, Rusia y Corea del Sur, han empezado a exportar al continente tecnología atómica.

Algunos países de los que van a nuclearizarse seguramente llamarán la atención en Washington. En 2008, Nigeria alcanzó un acuerdo por el que va a recibir esta tecnología y ayuda de Irán. Y Níger, que produce gran parte del uranio que alimenta los reactores en Occidente pero que está sufriendo para contener una rebelión interna y una actividad cada vez mayor de los militantes islamistas, ha mantenido conversaciones con Suráfrica sobre la posibilidad de desarrollar su propia capacidad nuclear (lo más probable es que estos planes hayan quedado en suspenso debido al golpe militar de este año).
Por ahora, África tiene el consumo de energía per cápita más bajo de todos los continentes y no representa más que el 3% del consumo mundial. Pero esa situación va a cambiar radicalmente durante los próximos años, debido al aumento de la población y la urbanización. Un África nuclear podría hacer que algunos ecologistas occidentales (para no hablar de los defensores de la no proliferación) se sientan incómodos, pero para iluminar un continente no bastan las buenas intenciones.