El continente africano carece de un poder blando extendido que le permita influenciar las decisiones a escala internacional a su favor. La falta de una verdadera unión política, los conflictos internos y la dependencia económica lastran su papel en la diplomacia internacional, pero el crecimiento demográfico unido a la digitalización y la reciente unión comercial presentan una ventana de oportunidad.

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Mural contra el racismo y el colonialismo con la imagen de Kemi Seba (izquierda) y Winnie Mandela (derecha) en Dakar, Senega. Alaattin Dogru/Anadolu Agency via Getty Images

En 1990 el politólogo estadounidense Joseph Nye acuñó por primera vez el concepto de "soft power" (poder blando). Su idea era que los Estados podían convencer e influenciar las decisiones de otros en su favor de una manera más sutil, alejadas de las tácticas belicistas y la coerción económica. En el continente africano, el primer uso del poder blando se vio con el proceso de descolonización, hace unos 60 años.

El movimiento panafricanista había nacido a finales del siglo XIX con la idea de que los afrodescendientes tienen intereses comunes y deben permanecer unidos, pero no fue hasta el 5º Congreso Panafricano de Manchester en octubre de 1945 que cogió impulso en África. “Estamos determinados a ser libres”, declararon en un manifiesto los participantes, entre ellos el primer presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, quien promulgó la idea de la Unión de Estados Africanos como la única manera de ser independientes.

El concepto de poder blando en África tiene unos valores que le diferencian de la concepción occidental, argumenta Oluwaseun Tella, director del think tank The Future of Diplomacy del Institute on the Future of Knowledge en la Universidad de Johannesburgo. “A diferencia del modelo occidental que se centra en la individualidad, las filosofías africanas se centran en la comunidad”, asegura Tella, quien ha escrito el libro Africa’s Soft Power Philosophies, Political Values, Foreign Policies and Cultural Exports. La filosofía Ubuntu de Suráfrica promueve el respeto, el perdón y la humanidad, valores que sirvieron para unir al país tras el apartheid y crear la comisión de verdad y reconciliación en democracia. Asimismo, la filosofía Harambee promovida en Kenia por el primer presidente del país, Jomo Kenyatta, pone en valor la unir esfuerzos y compartir recursos entre todos para abordar los retos a los que se enfrente la sociedad. “Un ejemplo de la importancia de estas filosofías se ha visto en la pandemia, el sistema de comunidad y de poner los recursos en pos del bien común ha ayudado a contener la expansión del coronavirus”, afirma Tella.

En el panorama internacional, África sigue teniendo un gran déficit de poder de influencia y decisión. “No puedes tener un poder blando fuerte en la diplomacia internacional cuando en el Consejo de Seguridad de la ONU están decidiendo mandatos de paz para tu país”, argumenta Carlos Lopes, economista y profesor en el Nelson Mandela School of Public Governance de la Universidad de Ciudad del Cabo. Lopes, Alto Representante de la Unión Africana ante el continente europeo entre 2018 y 2020, argumenta que en cambio hay potencias extranjeras que sí influencian el continente: “China tiene mucho poder y utiliza el soft power para cuidar su reputación e imagen en el continente”.

En los índices de referencia de poder blando no aparece casi ningún Estado africano. En el ránking de The Soft Power 30 no se menciona ninguno, mientras que en el Global Soft Power Index tan solo aparecen cuatro: Suráfrica, Nigeria, Egipto y Argelia. Los dos primeros son los países punta de lanza del soft power en el continente, pero hay notables diferencias entre ellos. Por un lado, Suráfrica destaca como el representante de África en la diplomacia internacional con su presencia en el G-20, mientras que Nigeria es considerado el líder panafricanista dentro del continente. “Ambas tienen diferentes dimensiones de poder blando, pero en términos de unir al continente, Nigeria está por delante, ya que fue pionera en la lucha contra el colonialismo en todo África, en la promoción de la democracia y la unión económica cuando Suráfrica todavía estaba en el apartheid”, dice Tella, quien considera que los ataques xenófobos en Suráfrica hacia africanos extranjeros dañan la reputación del país en la región.

En los últimos años, África está luchando por cambiar la imagen que tiene en el exterior. En 2020 un grupo de miembros de la sociedad civil crearon The Africa Soft Power Project, un foro de discusión que pretende reunir a representantes de varios gremios para amplificar las voces del éxito africano en el discurso global. Más de un centenar de personalidades del mundo de la cultura, empresa y política participan con el objetivo de mostrar la verdadera África con toda su riqueza y diversidad. En la primera edición celebrada de manera telemática en agosto se discutió la expansión internacional de la música africana, las creciente relevancia de las plataformas de pago con el móvil e incluso el papel de la diáspora africana a la hora de influenciar el imaginario colectivo.

La falta de un poder blando continental establecido potencia las posibilidades para crearlo, con crecientes oportunidades en el campo de la cultura, la economía o la tecnología. Sin embargo, múltiples factores políticos, sociales y económicos siguen limitando la posibilidad de posicionar al continente como un actor unido y potente en el panorama internacional.

 

El crecimiento demográfico: dividendo o bomba

En menos de tres décadas, Nigeria tendrá 400 millones de personas y pasará de ser el sexto país más poblado del mundo al tercero, adelantando a Estados Unidos. Para 2050, África habrá duplicado su población actual y se acercará a los 2.400 millones de personas, es decir, más de una cuarta parte de la población global será africana. La ONU prevé que si el crecimiento del 2,7% de población anual se mantiene, para 2100 el continente volverá a duplicar su población y albergará dos de cada tres personas en edad de trabajar del planeta.

El dividendo demográfico del continente africano es una oportunidad única para crecer económicamente y políticamente. El Fondo Monetario Internacional calcula que el incremento poblacional tiene el potencial de hacer crecer las economías de África subsahariana un 56% más de lo previsto. Sin embargo, para hacer realidad su potencial, el continente debe aumentar la educación, mejorar la productividad y reestructurar su economía.

En la actualidad, África está lejos de poder beneficiarse de todo su crecimiento. Un tercio de los jóvenes africanos no tiene trabajo, otro tercio no está en el sector formal y tan solo uno de cada seis disfruta de un empleo regulado con salario fijo. “La informalidad es la consecuencia directa de la baja productividad de las sociedades”, asegura Lopes. La Organización Internacional del Trabajo calcula que un 85,8% de los trabajos en el continente son informales. “La sociedad africana necesita industrializarse para llevar los sistemas de producción al tipo de relaciones formales la era industrial”, explica el profesor Lopes.

El crecimiento demográfico viene acompañado a su vez de una rápida urbanización. Dos tercios del incremento poblacional lo agrupan los núcleos urbanos y para finales de siglo, 13 de las 20 ciudades más grandes del mundo se encontrarán en África. Las urbes tradicionalmente eran meros actores que seguían el patrón de gobiernos nacionales, pero la creciente población e importancia ha generado una marca y reputación que les hace tener más poder para influir en las decisiones a nivel global, promoviendo sus intereses. Un término que se define como "diplomacia urbana" y que promociona unas agendas de sostenibilidad, innovación tecnológica y modernización, entre otros. Sin embargo, las ciudades africanas se enfrentan al reto de organizarse para poder absorber a su creciente población. En la actualidad, más de la mitad de la población urbana africana vive en slums, asentamientos informales superpoblados sin suministros ni saneamiento. Un factor que daña el desarrollo y la reputación de las ciudades, potencia la transmisión de enfermedades infecciosas y puede ocasionar descontento social que rompa la estabilidad y capacidad de influencia de las urbes africanas.

 

La digitalización de la economía y la cultura

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El cantante  nigeriano Burna Boy actuando en Londres. Joseph Okpako/WireImage

Una de las grandes transformaciones es la digitalización del continente. En 2019 menos de la mitad de la población tenía acceso a un teléfono móvil inteligente, pero para 2025 se espera que ya dispongan de un smartphone dos de cada tres africanos. Las nuevas tecnologías abren nuevas maneras de comunicación y ofrecen la oportunidad de alejar el poder blando de los mandos diplomáticos tradicionales a uno fomentado por ciudadanos que dictaminan la conversación en un país y la imagen de este. A ello se le une la posibilidad de hacer llegar el mensaje más allá del territorio africano, potenciando su alcance a nivel mundial.

Esto se ha visto en los últimos años en África con las revoluciones de los hashtags. Ciudadanos de diversos países se han organizado en la Red y han conseguido construir narrativas y generar movimientos sociales para enfrentarse a injusticias, consiguiendo en casos como Argelia, Gambia y Sudán acabar con dictadores. Asimismo, recientemente en Nigeria las protestas #EndSARS en octubre de 2020 contra la brutalidad policial tuvieron un gran eco internacional y contribuyen a moldear la imagen en el exterior del país a favor de una sociedad empoderada.

A la oportunidad que da la digitalización para potenciar el consumo y la facilidad de las transacciones económicas con el exterior se suma la visibilización exterior de las culturas africanas. La nigeriana Nollywood es un claro ejemplo. En 2009 superó a la estadounidense Hollywood como la segunda productora de cine más grande del mundo, pero el investigador Tella asegura que debe reinventarse para explotar su potencial: “Hollywood ha sido exitoso en crear un imaginario estadounidense y mostrar su poderío económico y militar, pero Nollywood todavía tiene mucho que hacer para romper los estereotipos y mostrar la contribución de Nigeria al panafricanismo”.

La proliferación de las plataformas digitales contribuye a consumir cada vez más contenido de artistas africanos. Una charla de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie contra los estereotipos negativos de África es una de las 10 sesiones más reproducidas de la plataforma TED, mientras que el cantante Burna Boy es ya el artista africano más escuchado de la historia, acercando el estilo afropop al resto del mundo. Además, Netflix ya ha producido dos series originales africanas y tiene en marcha la creación de una serie de dibujos animados, al igual que Disney +. Todo ello contribuye a cambiar el imaginario colectivo sobre el continente.

A pesar de todo, la digitalización también trae retos como el de poder articular una unidad nacional que ayude a potenciar una marca de un país. Además, las noticias falsas y los ataques a la ciberseguridad ponen en riesgo el control de una nación y con ello todas las oportunidades que ofrece la tecnología.

 

La economía política africana

Al impulso demográfico y tecnológico se une la unión económica. La Unión Africana ha puesto en marcha en 2021 el Tratado de Libre Comercio Africano, que aglutina a todos los países excepto Eritrea, para intentar combatir la dependencia comercial externa. Con él esperan que en menos de veinte años la mitad del comercio sea entre países africanos y poder así dejar de depender del exterior, algo que el profesor Lopes considera vital para poder construir un poder blando fuerte en el continente.

“Nuestra zona de libre comercio va en contra de las actitudes egoístas demostradas en pandemia, ya sea con equipos de protección, ventiladores o vacunas. Los africanos nos damos cuenta de que la integración permite una reestructuración de nuestro modelo económico colonial basado en los productos básicos”, dice Lopes. Los Estados africanos tan solo comercian un 12% de sus productos entre sí y cuando lo hacen con Europa parten en una posición de desventaja, ya que exportan en su mayoría materias primas, sin generar valor de producción en sus países, e importan productos ya manufacturados, más caros. “La mejor manera de practicar un proteccionismo inteligente es crear un mercado africano amplio y próspero, aislado, hasta cierto punto, de la dura competencia. Una vez hecho esto, probablemente podamos permitirnos 20 años de crecimiento en nuestro comercio de bienes y algunos servicios”, reafirma el economista.

A pesar de que la economía es una de las principales medidas junto al poder duro tradicional, está también directamente relacionada con la influencia a nivel global que un país puede permitirse. China ha sido capaz de convertirse en una potencia mundial gracias a un crecimiento económico sostenido y utiliza su capacidad financiera para seducir al continente con préstamos para su desarrollo. Un ejemplo concreto es el ferrocarril que conecta la ciudad costera de Mombasa con Naivasha en el interior de Kenia y financiado a un 90% con dinero chino. El acuerdo prevé que si el Gobierno keniano es incapaz de devolver el crédito, China podría recoger directamente los ingresos del puerto de Mombasa. Ese caso no solo limitaría la capacidad de financiación del Estado keniano, reduciendo así la posibilidad de promover su propia agenda política, sino que supondría un duro revés para la imagen del país, retratado por su incapacidad de pago.

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Caminones de mercancias en la frontera entre Zimbabue y Zambia. Gideon Mendel/Corbis via Getty Images

Cuatro de los 10 economías que más crecían del mundo en 2019 eran africanas, pero el FMI prevé que estas dejen de liderar el crecimiento global tras causar la pandemia la primera recesión continental en 25 años. Esta caída de los ingresos supone un reto para no ser todavía más dependiente del exterior. A la falta de una política comercial soberana se suma la incapacidad para pagar a acreedores, lo que ha causado que Zambia se declare en impago. Con una media de deuda de un 67% del PIB continental prevista para 2021, los países africanos se vuelven sujetos a la clemencia extranjera para poder prosperar, provocando una imagen de inferioridad y sumisión a las naciones más prósperas. Como asegura Tella, “la mayoría de los países con mayor poder blando son los que también tienen un poder duro más potente como EE UU, Reino Unido o China”.

La puesta en marcha del Tratado del Libre Comercio Africano es una muestra de la capacidad de unión política, pero el continente está lejos de tener una posición común fuerte, diezmado por sus conflictos internos. “En algunas culturas las percepciones negativas son muy fuertes”, asegura Tella. Las malas noticias resuenan más que las buenas y limitan el buen hacer de los países africanos. Los conflictos como los recientes en Etiopía o República Centroafricana refuerzan un imaginario colectivo de África como el continente ingobernable, enfrentado y pobre.

África avanza en su capacidad de poder blando, pero sigue relegado a la cola en el panorama internacional. Un ejemplo claro se ha visto en la pandemia. A pesar de contar con un etíope liderando la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, el continente será el último en lograr la inmunidad, ya que hasta 2023 no conseguirá vacunar al 60% de su población. La propuesta conjunta de Suráfrica e India ante la Organización del Comercio Mundial de suspender las patentes de las vacunas para poder ampliar la producción no tiene mucho futuro ante la negativa de países del hemisferio norte, lo que muestra la falta de capacidad del continente.

La dependencia económica del exterior, la desunión política y los conflictos internos lastran el poder blando africano. Sin embargo, el dividendo demográfico, la digitalización y la integración económica regional auguran un futuro en el que África puede ser central en la diplomacia internacional. Para ello debe unirse para deshacerse de sus límites y aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentan.

¿Ruanda como modelo?

En 2019, Ruanda lideró el crecimiento económico mundial con un crecimiento anual del 9,4% del PIB. El año anterior la empresa automovilística alemana Volkswagen había apostado por el país como centro para África al abrir una planta de producción y ese mismo año Ruanda abrió la primera  fábrica para hacer móviles inteligentes en el continente.

El presidente ruandés, Paul Kagame, ha conseguido lavar la imagen del país gracias al éxito económico, pero Tella considera que tiene un límite. “Ruanda en África sirve como un modelo de crecimiento y Kagame es responsable de transformar el país, atraer inversión extranjera y turistas, pero todo ello queda reducido por su tendencia autocrática”, considera el investigador de la Universidad de Johannesburgo. A ese límite se le une el geográfico, ya que Ruanda es muy pequeño, con una extensión similar a la comunidad autónoma española de Galicia. "Ruanda es un país diminuto, puede ejercer algo de poder blando, pero su tamaño disminuye su capacidad. Se puede considerar como Suiza, un Estado neutral donde están localizadas grandes instituciones, pero que no puede compararse con EE UU o China”, reafirma Tella.