La simple mención de Al Qaeda evoca imágenes de
una eficiente red terrorista dirigida por una poderosa mente criminal. Pero
Al Qaeda es más letal como ideología que como organización.
El alqaedismo seguirá atrayendo partidarios en los años venideros,
con independencia de que Osama Bin Laden continúe o no al frente.

"Al Qaeda es una organización terrorista global"

No. No es tanto una organización
como una ideología. La palabra árabe qaeda se puede traducir como "base
de operaciones" o "fundamento", o también como "precepto" o "método". Los militantes
islámicos siempre la habían interpretado en este último sentido. En 1987, Abdulá
Azzam, el principal ideólogo de los activistas radicales modernos del islamismo
suní, reclamó la existencia de una al-qaeda al-subah (una vanguardia
de los fuertes). Habló de que tenía que haber unos hombres que, mediante acciones
independientes, constituyeran un ejemplo para el resto del mundo islámico y,
de esa forma, galvanizaran la umma (la comunidad mundial de creyentes)
contra sus opresores.

Fue el FBI, durante su investigación de los atentados de 1998 contra
las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, el que llamó a ese
grupo vagamente estructurado de activistas constituido por Osama Bin Laden y
sus colaboradores "Al Qaeda". Se decidió, en parte, por conservadurismo
institucional y, en parte, porque la agencia federal estadounidense necesitaba
aplicar las leyes antiterroristas convencionales a un adversario que no era
una organización criminal ni terrorista en el sentido tradicional.

Aunque Bin Laden y sus socios fueron capaces de crear en Afganistán una
estructura que atrajo a nuevos reclutas y creó vínculos entre
grupos islamistas militantes que ya existían, nunca establecieron una
red terrorista coherente según el concepto habitual. Al Qaeda funcionaba
como una empresa de capital de riesgo y proporcionaba dinero, contactos y asesoramiento
experto a numerosos grupos e individuos militantes de todo el mundo islámico.
Hoy, la estructura que construyeron en Afganistán está destruida,
y Osama Bin Laden y sus colaboradores se han dispersado, han sido detenidos
o han muerto. Ya no existe como tal un centro de operaciones del activismo islámico.

Ahora bien, la concepción del mundo de Al Qaeda, el alqaedismo, tiene
cada día más fuerza. Su ideología internacionalista radical –apoyada en
una retórica antioccidental, antisionista y antisemítica– tiene muchos
partidarios colectivos e individuales, de los que pocos conservan un vínculo
auténtico con Bin Laden o su entorno. Se limitan a seguir sus preceptos, sus
modelos y sus métodos. Actúan al estilo de Al Qaeda, pero no son parte del movimiento
más que en un sentido muy amplio. Por eso, en la actualidad, los servicios secretos
israelíes prefieren el término yihadistas internacionales en vez de
Al Qaeda.

"Capturar o matar a Bin Laden supondrá un duro
golpe para Al Qaeda"

Tampoco. Incluso para combatientes
claramente vinculados a Bin Laden, la muerte del jeque no supondrá gran diferencia
para su capacidad de reclutar gente. El secretario de Defensa estadounidense,
Donald Rumsfeld, vino a reconocerlo hace poco en un memorándum interno del Pentágono,
en el que expresaba sus dudas sobre la posibilidad de matar combatientes yihadistas
más deprisa de lo que tardan los clérigos radicales y las escuelas religiosas
en crearlos.

En la práctica, Osama Bin Laden ya no tiene más que una capacidad
de maniobra muy reducida para cometer actos terroristas, y su participación
se limita a la dirección estratégica general de células
y grupos fundamentalmente autónomos. Casi todos los analistas de los
servicios de espionaje le consideran ya bastante secundario.

Este giro de los acontecimientos no debería extrañar a nadie.
Los militantes islámicos existían ya antes de las actividades
de Bin Laden. El millonario de origen saudí tuvo muy poca intervención
en la violencia islámica que se desató a principios de los 90
en lugares como Argelia, Egipto, Bosnia Herzegovina y Cachemira. Su relación
con el atentado de 1993 con coche bomba contra el World Trade Center de Nueva
York fue tangencial.

En los primeros años de la década de los 90 no existían
campos de entrenamiento de Al Qaeda, aunque de los de otros grupos salieron
miles de fanáticos muy preparados. Incluso cuando Osama Bin Laden tenía
su cuartel general en Afganistán a finales de esa misma década
y con la connivencia del régimen de los talibanes, solían ser
individuos o grupos islámicos los que acudían a él en busca
de ayuda, y no a la inversa.

Hoy día, dichos grupos pueden recurrir a otras personas, como el activista
jordano Abu Musa al Zarqawi, que creó su grupo, Al Tauhid, con el claro
propósito de rivalizar con Osama Bin Laden (y no como aliado, pese a
lo que se ha dicho en numerosas ocasiones), para la obtención de dinero,
experiencia o cualquier otro tipo de ayuda logística.

Lo que sí es cierto es que Bin Laden sigue ocupando un puesto importante
en el movimiento como propagandista, porque sabe explotar con eficacia los medios
modernos de comunicación de masas. Probablemente, el Gobierno de Estados
Unidos acabará por capturarle y esa demostración de poder desmoralizará
a muchos militantes.

Pero todo depende, en gran parte, de cómo se le capture o se le mate.
Si se rinde sin oponer resistencia, como hizo el depuesto presidente iraquí
Sadam Husein –cosa que parece muy poco probable–, muchos seguidores
se sentirán profundamente desilusionados. Si se convierte en mártir
en una situación que sus partidarios puedan vender como heroica, será
fuente de inspiración para las generaciones venideras.

En cualquier caso, la desaparición de Bin Laden de la escena no acabará
con la presencia de combatientes islámicos.

"Los ‘yihadistas’ quieren destruir Occidente
para imponer un Estado islámico mundial"

Falso. El principal objetivo de los
combatientes islámicos no es conquistar, sino contraatacar a un Occidente que
consideran agresivo, que, en su opinión, está intentando culminar el proyecto
–iniciado durante las Cruzadas y los periodos coloniales– de denigrar,
dividir y humillar al islam. El objetivo secundario es establecer el califato,
un solo Estado islámico, en los territorios que comprendía, aproximadamente,
el imperio islámico en su época de mayor expansión, a finales del primer siglo
y principios del segundo. Hoy, dicho Estado abarcaría Oriente Medio, el Magreb,
Andalucía, Asia central, partes de los Balcanes y posiblemente algunos territorios
islámicos en Extremo Oriente. No está claro cómo funcionaría ese califato utópico.
Los combatientes creen que, si todos los musulmanes actúan de acuerdo con una
interpretación literal de los textos sagrados islámicos, se producirá una transformación
casi mística en una sociedad justa y perfecta. Los islamistas radicales quieren
debilitar a EE UU y Occidente porque son obstáculos para lograr ese objetivo.
Durante los años 90, los activistas de países como Egipto, Arabia Saudí y Argelia
empezaron a dirigir su atención hacia el extranjero a medida que crecía su frustración
por la imposibilidad de cambiar la situación en sus propios países. Pensaban
que atacar a los patrocinadores occidentales de los regímenes árabes (al enemigo
lejano
, en vez del enemigo próximo) sería la mejor manera de mejorar
las condiciones locales. Esta estrategia, de la que son fervientes partidarios
Bin Laden y quienes le rodean, sigue siendo objeto de discusión entre los radicales,
sobre todo en Egipto. Ahora bien, como demuestran los atentados del 11 de marzo
en Madrid, los ataques al enemigo lejano pueden tener un gran efecto.
Al atentar contra España antes de sus elecciones, los militantes radicales enviaron
a los Gobiernos occidentales el mensaje de que su presencia en Oriente Medio
va a tener un terrible precio político y humano.

"Los combatientes rechazan las ideas modernas y prefieren
el islam tradicional"

No. Aunque los islamistas más
fanáticos desean regresar a la existencia idealizada del siglo VII, no
tienen reparos en utilizar las herramientas que les proporciona la modernidad.
Su supuesto medievalismo no les ha impedido hacer un uso eficaz de Internet
y el vídeo para movilizar a los fieles.
En el plano ideológico, destacados pensadores, como Sayyid Qutb y Abu
Ala Maududi, han tomado prestados numerosos elementos de las tácticas

organizativas de los revolucionarios laicos, tanto de derechas como de izquierdas.
Su concepto de la vanguardia está influido por la teoría leninista. La obra
más importante de Qutb, Ma’alim fi’l-tariq (Hitos), es casi una especie
de Manifiesto Comunista islámico. Una palabra árabe muy usada en los nombres
de los grupos militantes es hizb (como en el grupo libanés Hizb Allah
o Hezbolá), que significa "partido", otro concepto moderno. De hecho, muchas
veces, los radicales envuelven sus quejas en términos tercermundistas familiares
para cualquier activista antiglobalización. Un documento reciente que supuestamente
procede de Bin Laden critica a EE UU por no ratificar el acuerdo de Kioto. El
dirigente militante egipcio Ayman al Zawahiri ha proclamado que las compañías
multinacionales son un gran mal. Mohamed Atta, uno de los secuestradores del
11-S, le dijo una vez a un amigo que le indignaba un sistema económico mundial
que hacía que los agricultores egipcios tuvieran que dedicarse a cultivar fresas
para los mercados occidentales, mientras la población del país no podía comprar
pan.

En todos estos casos, los radicales enmarcan unas preocupaciones políticas
contemporáneas, entre ellas la justicia social, en una narración
mítica y religiosa. No rechazan la modernización en sí,
pero sí les molesta el hecho de no beneficiarse de ella.

Además, dentro del contexto de la observancia islámica, estos
nuevos militantes suníes no son tradicionalistas, sino que se les considera
reformistas radicales, porque rechazan la autoridad del clero establecido y
exigen el derecho a tener su propia interpretación de la doctrina, pese
a que, en general, las figuras principales, como Bin Laden o Zawahiri, carecen
de las credenciales académicas necesarias.

"Desde el ascenso de Al Qaeda, los islamistas moderados
están marginados"

No es cierto. Al Qaeda representa al
sector más fanático del pensamiento político en el mundo islámico. Aunque el
alqaedismo ha crecido de forma significativa en los últimos años, sólo
sigue su doctrina una pequeña minoría de los 1.300 millones de musulmanes del
mundo. Muchos simpatizan con Bin Laden y se sienten satisfechos por su capacidad
de golpear a Estados Unidos, pero eso no significa que deseen vivir en un Estado
islámico unificado y gobernado estrictamente con arreglo al Corán. Y tampoco
los sentimientos contra Occidente se traducen en un rechazo de los valores occidentales.
Los sondeos de opinión pública en el mundo árabe realizados por organismos como
Zogby International y el Centro de Investigaciones Pew para el Pueblo y la Prensa
revelan un firme apoyo a los Gobiernos elegidos, la libertad individual, las
oportunidades educativas y las opciones económicas.

Ni siquiera quienes consideran que "el islam es la solución"
están de acuerdo en cuál puede ser exactamente dicha solución
ni en cómo lograrla. Los militantes radicales como Bin Laden quieren
destruir el Estado y sustituirlo por una cosa basada en la lectura literal del
Corán. Sin embargo, algunos políticos islamistas desean apropiarse
de las estructuras del Estado e islamizarlas (en diversos grados), normalmente
con el fin de fomentar más justicia social y ganarle la batalla a los
regímenes autoritarios y antidemocráticos. Un ejemplo es el movimiento
paquistaní Jamaat e Islami (JI), dirigido en la actualidad por el veterano
activista Qazi Husein Ahmed.

JI representa a un sector importante de la opinión pública paquistaní
y, aunque está teñido de enorme antisemitismo, se ha enfrentado
a Bin Laden y los talibanes siempre que le ha sido políticamente posible.
Con frecuencia, como ocurre en Irak, Jordania y Turquía, estos grupos
son relativamente moderados y pueden ser interlocutores útiles para Occidente.
No hay que rechazarlos de plano por ser islamistas; la negativa a negociar con
ellos no sirve más que para permitir que los extremistas dominen el discurso
político.

"El conflicto palestino-israelí es un elemento
central de la causa islámica"

Falso. No hay duda de que las imágenes
televisadas de las tropas israelíes que reprimen con violencia a manifestantes
palestinos en los territorios ocupados refuerzan el mensaje de que las tierras
del islam están siendo atacadas y todos los musulmanes deben levantarse en armas.
Sin embargo, aunque la resolución del conflicto palestino-israelí contribuiría
a aliviar las tensiones políticas en la región, no acabaría con la amenaza del
islam combatiente.

Las raíces de la militancia suní contemporánea no pueden reducirse a un solo
problema, por espinoso que sea. Los combatientes creen que la umma
está cercada. En su opinión, Israel no es más que el puesto adelantado más visible
de Occidente, igual que lo fue en el siglo xii, cuando se convirtió en reino
cruzado. Si el Estado israelí desapareciera, los islamistas seguirían luchando
en Chechenia, Cachemira, Egipto, Uzbekistán, Indonesia y Argelia. Sus prioridades
suelen depender de los agravios locales, a menudo de larga historia. Por ejemplo,
aunque Bin Laden pedía el boicot a los artículos estadounidenses ya a finales
de los 80, para protestar por el apoyo a Israel, nunca había intervenido en
ningún ataque contra objetivos israelíes, hasta hace poco. Su meta fundamental
ha sido siempre derrocar al régimen de su país natal, Arabia Saudí. Igualmente,
el voluminoso libro publicado por Zawahiri en 2002, Caballeros bajo la bandera
del Profeta
–en parte autobiografía, en parte manifiesto militante,
y publicado previamente por capítulos en 2001–, presta una atención casi
exclusiva al Egipto natal del autor.

Además, gran parte del apoyo a la causa islámica nace de la sensación de humillación
de los musulmanes. Una solución al conflicto israelo-palestino consistente en
dos Estados dejaría intacta la entidad sionista y, por consiguiente,
ofrecería escaso alivio tanto al orgullo herido de cualquier fervoroso combatiente
como al de la comunidad que apoya y considera legítimos el extremismo y la violencia.

"Si se arregla Arabia Saudí, el problema desaparecerá
"

No. Arabia Saudí ha contribuido de
forma significativa a la difusión del radicalismo gracias a la exportación de
la corriente wahabí del islamismo radical, subvencionada por el Gobierno. Esta
política surgió a partir de la confusión de finales de los 70, cuando la indignación
por la corrupción gubernamental y la decadencia de la familia real empujó a
cientos de radicales islámicos a ocupar la Gran Mezquita de La Meca. La revolución
chií de 1978-1979 en Irán era una amenaza para la posición dirigente de los
saudíes en el mundo musulmán y les enseñó el destino que podía aguardar a la
Casa de Saud. En un esfuerzo por atraer a los conservadores religiosos y contrarrestar
el régimen iraní, la familia real dio a los clérigos wahabíes más influencia
dentro del país y el mandato de exportar su ideología al extranjero.

Desde entonces, el dinero saudí, canalizado a través de organizaciones
cuasi gubernamentales como la Liga Mundial Musulmana, ha construido cientos
de mezquitas en todo el mundo. Los saudíes pagan los sueldos de los clérigos
radicales y ofrecen incentivos económicos a quienes estén dispuestos
a olvidar formas anteriores de culto. En Pakistán, el dinero del golfo
Pérsico ha financiado la enorme expansión de las madrazas (escuelas
coránicas), que adoctrinan a los jóvenes y les imparten un dogma
violento y antioccidental.

Este proselitismo financiado por los saudíes ha causado tremendo daño
a las tradiciones islámicas históricas de tolerancia y pluralismo
en África oriental y occidental, Extremo Oriente y Asia central. El wahabismo
era prácticamente desconocido en el norte de Irak hasta la entrada masiva
de misioneros procedentes del Golfo a principios de los 90. Y muchas de las
mezquitas identificadas como radicales en Alemania, Reino Unido y Canadá
se construyeron con donaciones privadas y oficiales de Arabia Saudí.

Las desigualdades del sistema saudí –en el que la mayoría
de la gente es muy pobre y está gobernada por una camarilla inmensamente
rica– siguen haciendo que la población se sienta desposeída,
y eso permite que florezca el extremismo. Muchos de los predicadores más
combativos (y varios de los secuestradores saudíes de los atentados del
11-S) proceden de tribus y provincias marginadas. Una forma de gobierno más
abierta y una redistribución más justa de los recursos quitaría
legitimidad a los combatientes locales y les impediría obtener nuevos
reclutas. Pero, aunque dichas reformas podrían retrasar la difusión
del wahabismo y otras corrientes similares fuera de Arabia Saudí, en
gran parte del mundo, el daño ya está hecho. Arabia Saudí
no es más que una de las muchas causas del activismo islámico
moderno, pero no la única culpable.

"El uso de armas de destrucción masiva es sólo
una cuestión de tiempo"

Tranquilidad. Aunque los combatientes
islámicos (incluido Bin Laden) han intentado acumular un arsenal químico o biológico
esencial, sus esfuerzos no han tenido mucho éxito, debido a la dificultad técnica
de crear dichos materiales, y no digamos de convertirlos en armamento. Yo fui
uno de los primeros periodistas que entró en los laboratorios del campamento
de Darunta, Afganistán oriental, en 2001, y me sorprendió lo primitivos que
eran. La supuesta fábrica de armas químicas del grupo terrorista Ansar al Islam
en el norte de Irak, que inspeccioné al día siguiente de su captura en 2003,
era todavía más rudimentaria. Los supuestos intentos de un grupo británico de
elaborar veneno de ricina resultarían grotescos si no fuera por la evidente
gravedad del propósito.

Tampoco existen pruebas contundentes de que los combatientes estén a
punto de crear una bomba sucia (un explosivo convencional envuelto en material
radiactivo). La afirmación de que José Padilla, un presunto agente
de Al Qaeda detenido en EE UU en 2002, intentaba colocar una bomba sucia ha
quedado descartada; era una aspiración, más que un plan práctico.
Construir una bomba sucia es más difícil de lo que se imagina.
Si bien el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA)
advierte de que más de cien países poseen un control insuficiente
del material radiactivo, sólo un pequeño porcentaje de ese material
es suficientemente letal para causar daños graves. Y hace falta una complejidad
técnica considerable para construir un dispositivo capaz de esparcir
material radiactivo. Algunas fuentes han expresado también su temor de
que los combatientes puedan obtener una cabeza nuclear preempaquetada y en funcionamiento
de Pakistán. Pero esa situación sólo sería verosímil
si llegara al poder un régimen islámico o si en el Ejército
paquistaní hubiera más simpatía hacia los extremistas islámicos
que en la actualidad.

El atentado con gas sarín cometido por Aum Shinrikyo en 1995 en Japón
muestra las dificultades de los grupos terroristas para emplear armas de destrucción
masiva. A pesar de poseer mil millones de dólares, el grupo tuvo nueve
intentos fallidos, antes de lograrlo en el metro de Tokio. Ante semejantes obstáculos,
los combatientes islámicos son más propensos a emplear bombas
o dispositivos convencionales y usarlos de forma imaginativa, como en el 11-S
y las bombas en trenes españoles el 11 de marzo de 2004.

"Occidente está ganando la guerra contra el
terrorismo"

Desgraciadamente, no. El componente
militar de la guerra contra el terrorismo ha obtenido varios triunfos importantes.
Muchos de quienes se relacionaron con Bin Laden entre 1996 y 2001 están ya muertos
o en la cárcel. Él mismo ha visto muy disminuida su capacidad de encargar e
instigar atentados. Una mayor cooperación entre los servicios de información
de todo el mundo y el incremento de los presupuestos de seguridad han hecho
que a los terroristas les cueste mucho más mover su dinero de un país a otro,
así como organizar y ejecutar atentados. Sin embargo, para ganar la guerra contra
el terrorismo, es preciso erradicar a los enemigos sin crear otros nuevos. Es
preciso impedir que los combatientes con los que es imposible negociar cuenten
con el apoyo de las poblaciones locales, lo que les ayuda a cometer sus acciones
y les da legitimidad moral.

Para que los países occidentales puedan vencer, deben combinar la dureza
de la fuerza militar con la suavidad del atractivo cultural. Es un método
que no tiene nada de débil. Cualquier militar con experiencia en la guerra
contrarrevolucionaria sabe que es la actitud más sensata. La invasión
de Irak, aunque fue completamente justificable desde el punto de vista humanitario,
ha hecho que este aspecto resulte todavía más acuciante. Bin Laden
es un propagandista y dedica sus esfuerzos a atraer a los musulmanes que hasta
ahora han ignorado su mensaje extremista. Sabe que la participación masiva
en su proyecto es la única forma de tener alguna posibilidad de triunfar.
Su visión del mundo tiene muchísimo más apoyo en todo el
mundo que hace dos años, para no hablar de hace 15 años, cuando
comenzó a desplegar en serio su campaña. El objetivo de los países
occidentales es eliminar la amenaza del terrorismo o, al menos, afrontarla de
una forma que no afecte demasiado a la vida de sus ciudadanos. La meta de Bin
Laden es radicalizar y movilizar. Y está más cerca de alcanzar
esa meta que Occidente de detenerle.

¿Algo más?
Jason Burke ha llevado a cabo
el más completo análisis y la más compleja investigación periodística
sobre la nebulosa que gira en torno a Osama Bin Laden en Al
Qaeda: Casting a Shadow of Terror
(I.B Tauris, Nueva
York, 2003). Para una reflexión filosófica sobre lo que significa
este fenómeno, que, contra lo que pudiera parecer, no es un movimiento
conservador, sino revolucionario, resulta muy revelador el ensayo
de John Gray, profesor de la prestigiosa London School of Economics:
Al Qaeda y lo que significa ser moderno
(Paidós, Barcelona, 2004). La yihad: expansión y declive
del islamismo
(Ed. Península, Barcelona,
2002), de otro gran especialista, el francés Gilles Kepel, es un
relato perspicaz y detallado de la historia reciente de la militancia
y el activismo político en el islam, aunque la tesis central del
libro, que afirma que el islamismo radical estaría en decadencia,
se ha revelado infundada. Olivier Roy, profesor del Centro Nacional
de Investigación Científica de París y otro de los grandes arabistas
franceses, analiza el papel de la religión musulmana en la sociedad
actual en Islam, terrorismo y orden internacional
y en El islam mundializado: los musulmanes en la
era de la globalización
(ambos libros editados por
Bellaterra, Barcelona, 2003). El periodista español Javier Valenzuela,
gran conocedor del mundo árabe, investiga las redes islámicas en
la península Ibérica en España en el punto de mira:
la amenaza del terrorismo islámico
(Temas de Hoy,
Madrid, 2002).Terrorismo global (Taurus,
Madrid, 2003), de Fernando Reinares, ofrece un agudo análisis de
este fenómeno internacional, igual que Terrorismo religioso:
auge global de la violencia religiosa
(Siglo
XXI de España Editores, Madrid, 2001), de Mark Juergensmeyer. The
Age of Sacred Terror
(Random House,
Nueva York, 2002), de Daniel Benjamin y Steven Simon, es una presentación
autorizada e inteligente de la política estadounidense durante el
enfrentamiento de la Administración Clinton con Al Qaeda. The
Road to al-Qaeda: the Story of Bin Laden’s Right-hand Man

(Pluto Press, Sterling, 2004), de Montasserr al-Zayyat, ofrece la
perspectiva interesante de un militante reconocido.

Para comprender las causas que desembocaron en los atentados neoyorquinos
del 11-S, los lectores deben consultar Ghost War. The
secret history of the CIA, Afghanistan and Bin Laden, from the Soviet
Invasion to September 10, 2001
(Penguin Press, Nueva
York, 2004) de Steve Coll, editor gerente de The Washington
Post
, y Contra todos los enemigos
(Taurus, Madrid, 2004), el polémico libro de Richard Clarke, ex
director del Grupo de Seguridad Antiterrorista de la Casa Blanca,
en el que acusa al presidente George W. Bush de ignorar sus advertencias
sobre el peligro que representaba Al Qaeda.

 

La simple mención de Al Qaeda evoca imágenes de
una eficiente red terrorista dirigida por una poderosa mente criminal. Pero
Al Qaeda es más letal como ideología que como organización.
El alqaedismo seguirá atrayendo partidarios en los años venideros,
con independencia de que Osama Bin Laden continúe o no al frente.

"Al Qaeda es una organización terrorista global"

No. No es tanto una organización
como una ideología. La palabra árabe qaeda se puede traducir como "base
de operaciones" o "fundamento", o también como "precepto" o "método". Los militantes
islámicos siempre la habían interpretado en este último sentido. En 1987, Abdulá
Azzam, el principal ideólogo de los activistas radicales modernos del islamismo
suní, reclamó la existencia de una al-qaeda al-subah (una vanguardia
de los fuertes). Habló de que tenía que haber unos hombres que, mediante acciones
independientes, constituyeran un ejemplo para el resto del mundo islámico y,
de esa forma, galvanizaran la umma (la comunidad mundial de creyentes)
contra sus opresores.

Fue el FBI, durante su investigación de los atentados de 1998 contra
las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, el que llamó a ese
grupo vagamente estructurado de activistas constituido por Osama Bin Laden y
sus colaboradores "Al Qaeda". Se decidió, en parte, por conservadurismo
institucional y, en parte, porque la agencia federal estadounidense necesitaba
aplicar las leyes antiterroristas convencionales a un adversario que no era
una organización criminal ni terrorista en el sentido tradicional.

Aunque Bin Laden y sus socios fueron capaces de crear en Afganistán una
estructura que atrajo a nuevos reclutas y creó vínculos entre
grupos islamistas militantes que ya existían, nunca establecieron una
red terrorista coherente según el concepto habitual. Al Qaeda funcionaba
como una empresa de capital de riesgo y proporcionaba dinero, contactos y asesoramiento
experto a numerosos grupos e individuos militantes de todo el mundo islámico.
Hoy, la estructura que construyeron en Afganistán está destruida,
y Osama Bin Laden y sus colaboradores se han dispersado, han sido detenidos
o han muerto. Ya no existe como tal un centro de operaciones del activismo islámico.

Ahora bien, la concepción del mundo de Al Qaeda, el alqaedismo, tiene
cada día más fuerza. Su ideología internacionalista radical –apoyada en
una retórica antioccidental, antisionista y antisemítica– tiene muchos
partidarios colectivos e individuales, de los que pocos conservan un vínculo
auténtico con Bin Laden o su entorno. Se limitan a seguir sus preceptos, sus
modelos y sus métodos. Actúan al estilo de Al Qaeda, pero no son parte del movimiento
más que en un sentido muy amplio. Por eso, en la actualidad, los servicios secretos
israelíes prefieren el término yihadistas internacionales en vez de
Al Qaeda.

"Capturar o matar a Bin Laden supondrá un duro
golpe para Al Qaeda"

Tampoco. Incluso para combatientes
claramente vinculados a Bin Laden, la muerte del jeque no supondrá gran diferencia
para su capacidad de reclutar gente. El secretario de Defensa estadounidense,
Donald Rumsfeld, vino a reconocerlo hace poco en un memorándum interno del Pentágono,
en el que expresaba sus dudas sobre la posibilidad de matar combatientes yihadistas
más deprisa de lo que tardan los clérigos radicales y las escuelas religiosas
en crearlos.

En la práctica, Osama Bin Laden ya no tiene más que una capacidad
de maniobra muy reducida para cometer actos terroristas, y su participación
se limita a la dirección estratégica general de células
y grupos fundamentalmente autónomos. Casi todos los analistas de los
servicios de espionaje le consideran ya bastante secundario.

Este giro de los acontecimientos no debería extrañar a nadie.
Los militantes islámicos existían ya antes de las actividades
de Bin Laden. El millonario de origen saudí tuvo muy poca intervención
en la violencia islámica que se desató a principios de los 90
en lugares como Argelia, Egipto, Bosnia Herzegovina y Cachemira. Su relación
con el atentado de 1993 con coche bomba contra el World Trade Center de Nueva
York fue tangencial.

En los primeros años de la década de los 90 no existían
campos de entrenamiento de Al Qaeda, aunque de los de otros grupos salieron
miles de fanáticos muy preparados. Incluso cuando Osama Bin Laden tenía
su cuartel general en Afganistán a finales de esa misma década
y con la connivencia del régimen de los talibanes, solían ser
individuos o grupos islámicos los que acudían a él en busca
de ayuda, y no a la inversa.

Hoy día, dichos grupos pueden recurrir a otras personas, como el activista
jordano Abu Musa al Zarqawi, que creó su grupo, Al Tauhid, con el claro
propósito de rivalizar con Osama Bin Laden (y no como aliado, pese a
lo que se ha dicho en numerosas ocasiones), para la obtención de dinero,
experiencia o cualquier otro tipo de ayuda logística.

Lo que sí es cierto es que Bin Laden sigue ocupando un puesto importante
en el movimiento como propagandista, porque sabe explotar con eficacia los medios
modernos de comunicación de masas. Probablemente, el Gobierno de Estados
Unidos acabará por capturarle y esa demostración de poder desmoralizará
a muchos militantes.

Pero todo depende, en gran parte, de cómo se le capture o se le mate.
Si se rinde sin oponer resistencia, como hizo el depuesto presidente iraquí
Sadam Husein –cosa que parece muy poco probable–, muchos seguidores
se sentirán profundamente desilusionados. Si se convierte en mártir
en una situación que sus partidarios puedan vender como heroica, será
fuente de inspiración para las generaciones venideras.

En cualquier caso, la desaparición de Bin Laden de la escena no acabará
con la presencia de combatientes islámicos.

"Los ‘yihadistas’ quieren destruir Occidente
para imponer un Estado islámico mundial"

Falso. El principal objetivo de los
combatientes islámicos no es conquistar, sino contraatacar a un Occidente que
consideran agresivo, que, en su opinión, está intentando culminar el proyecto
–iniciado durante las Cruzadas y los periodos coloniales– de denigrar,
dividir y humillar al islam. El objetivo secundario es establecer el califato,
un solo Estado islámico, en los territorios que comprendía, aproximadamente,
el imperio islámico en su época de mayor expansión, a finales del primer siglo
y principios del segundo. Hoy, dicho Estado abarcaría Oriente Medio, el Magreb,
Andalucía, Asia central, partes de los Balcanes y posiblemente algunos territorios
islámicos en Extremo Oriente. No está claro cómo funcionaría ese califato utópico.
Los combatientes creen que, si todos los musulmanes actúan de acuerdo con una
interpretación literal de los textos sagrados islámicos, se producirá una transformación
casi mística en una sociedad justa y perfecta. Los islamistas radicales quieren
debilitar a EE UU y Occidente porque son obstáculos para lograr ese objetivo.
Durante los años 90, los activistas de países como Egipto, Arabia Saudí y Argelia
empezaron a dirigir su atención hacia el extranjero a medida que crecía su frustración
por la imposibilidad de cambiar la situación en sus propios países. Pensaban
que atacar a los patrocinadores occidentales de los regímenes árabes (al enemigo
lejano
, en vez del enemigo próximo) sería la mejor manera de mejorar
las condiciones locales. Esta estrategia, de la que son fervientes partidarios
Bin Laden y quienes le rodean, sigue siendo objeto de discusión entre los radicales,
sobre todo en Egipto. Ahora bien, como demuestran los atentados del 11 de marzo
en Madrid, los ataques al enemigo lejano pueden tener un gran efecto.
Al atentar contra España antes de sus elecciones, los militantes radicales enviaron
a los Gobiernos occidentales el mensaje de que su presencia en Oriente Medio
va a tener un terrible precio político y humano.

"Los combatientes rechazan las ideas modernas y prefieren
el islam tradicional"

No. Aunque los islamistas más
fanáticos desean regresar a la existencia idealizada del siglo VII, no
tienen reparos en utilizar las herramientas que les proporciona la modernidad.
Su supuesto medievalismo no les ha impedido hacer un uso eficaz de Internet
y el vídeo para movilizar a los fieles.
En el plano ideológico, destacados pensadores, como Sayyid Qutb y Abu
Ala Maududi, han tomado prestados numerosos elementos de las tácticas

organizativas de los revolucionarios laicos, tanto de derechas como de izquierdas.
Su concepto de la vanguardia está influido por la teoría leninista. La obra
más importante de Qutb, Ma’alim fi’l-tariq (Hitos), es casi una especie
de Manifiesto Comunista islámico. Una palabra árabe muy usada en los nombres
de los grupos militantes es hizb (como en el grupo libanés Hizb Allah
o Hezbolá), que significa "partido", otro concepto moderno. De hecho, muchas
veces, los radicales envuelven sus quejas en términos tercermundistas familiares
para cualquier activista antiglobalización. Un documento reciente que supuestamente
procede de Bin Laden critica a EE UU por no ratificar el acuerdo de Kioto. El
dirigente militante egipcio Ayman al Zawahiri ha proclamado que las compañías
multinacionales son un gran mal. Mohamed Atta, uno de los secuestradores del
11-S, le dijo una vez a un amigo que le indignaba un sistema económico mundial
que hacía que los agricultores egipcios tuvieran que dedicarse a cultivar fresas
para los mercados occidentales, mientras la población del país no podía comprar
pan.

En todos estos casos, los radicales enmarcan unas preocupaciones políticas
contemporáneas, entre ellas la justicia social, en una narración
mítica y religiosa. No rechazan la modernización en sí,
pero sí les molesta el hecho de no beneficiarse de ella.

Además, dentro del contexto de la observancia islámica, estos
nuevos militantes suníes no son tradicionalistas, sino que se les considera
reformistas radicales, porque rechazan la autoridad del clero establecido y
exigen el derecho a tener su propia interpretación de la doctrina, pese
a que, en general, las figuras principales, como Bin Laden o Zawahiri, carecen
de las credenciales académicas necesarias.

"Desde el ascenso de Al Qaeda, los islamistas moderados
están marginados"

No es cierto. Al Qaeda representa al
sector más fanático del pensamiento político en el mundo islámico. Aunque el
alqaedismo ha crecido de forma significativa en los últimos años, sólo
sigue su doctrina una pequeña minoría de los 1.300 millones de musulmanes del
mundo. Muchos simpatizan con Bin Laden y se sienten satisfechos por su capacidad
de golpear a Estados Unidos, pero eso no significa que deseen vivir en un Estado
islámico unificado y gobernado estrictamente con arreglo al Corán. Y tampoco
los sentimientos contra Occidente se traducen en un rechazo de los valores occidentales.
Los sondeos de opinión pública en el mundo árabe realizados por organismos como
Zogby International y el Centro de Investigaciones Pew para el Pueblo y la Prensa
revelan un firme apoyo a los Gobiernos elegidos, la libertad individual, las
oportunidades educativas y las opciones económicas.

Ni siquiera quienes consideran que "el islam es la solución"
están de acuerdo en cuál puede ser exactamente dicha solución
ni en cómo lograrla. Los militantes radicales como Bin Laden quieren
destruir el Estado y sustituirlo por una cosa basada en la lectura literal del
Corán. Sin embargo, algunos políticos islamistas desean apropiarse
de las estructuras del Estado e islamizarlas (en diversos grados), normalmente
con el fin de fomentar más justicia social y ganarle la batalla a los
regímenes autoritarios y antidemocráticos. Un ejemplo es el movimiento
paquistaní Jamaat e Islami (JI), dirigido en la actualidad por el veterano
activista Qazi Husein Ahmed.

JI representa a un sector importante de la opinión pública paquistaní
y, aunque está teñido de enorme antisemitismo, se ha enfrentado
a Bin Laden y los talibanes siempre que le ha sido políticamente posible.
Con frecuencia, como ocurre en Irak, Jordania y Turquía, estos grupos
son relativamente moderados y pueden ser interlocutores útiles para Occidente.
No hay que rechazarlos de plano por ser islamistas; la negativa a negociar con
ellos no sirve más que para permitir que los extremistas dominen el discurso
político.

"El conflicto palestino-israelí es un elemento
central de la causa islámica"

Falso. No hay duda de que las imágenes
televisadas de las tropas israelíes que reprimen con violencia a manifestantes
palestinos en los territorios ocupados refuerzan el mensaje de que las tierras
del islam están siendo atacadas y todos los musulmanes deben levantarse en armas.
Sin embargo, aunque la resolución del conflicto palestino-israelí contribuiría
a aliviar las tensiones políticas en la región, no acabaría con la amenaza del
islam combatiente.

Las raíces de la militancia suní contemporánea no pueden reducirse a un solo
problema, por espinoso que sea. Los combatientes creen que la umma
está cercada. En su opinión, Israel no es más que el puesto adelantado más visible
de Occidente, igual que lo fue en el siglo xii, cuando se convirtió en reino
cruzado. Si el Estado israelí desapareciera, los islamistas seguirían luchando
en Chechenia, Cachemira, Egipto, Uzbekistán, Indonesia y Argelia. Sus prioridades
suelen depender de los agravios locales, a menudo de larga historia. Por ejemplo,
aunque Bin Laden pedía el boicot a los artículos estadounidenses ya a finales
de los 80, para protestar por el apoyo a Israel, nunca había intervenido en
ningún ataque contra objetivos israelíes, hasta hace poco. Su meta fundamental
ha sido siempre derrocar al régimen de su país natal, Arabia Saudí. Igualmente,
el voluminoso libro publicado por Zawahiri en 2002, Caballeros bajo la bandera
del Profeta
–en parte autobiografía, en parte manifiesto militante,
y publicado previamente por capítulos en 2001–, presta una atención casi
exclusiva al Egipto natal del autor.

Además, gran parte del apoyo a la causa islámica nace de la sensación de humillación
de los musulmanes. Una solución al conflicto israelo-palestino consistente en
dos Estados dejaría intacta la entidad sionista y, por consiguiente,
ofrecería escaso alivio tanto al orgullo herido de cualquier fervoroso combatiente
como al de la comunidad que apoya y considera legítimos el extremismo y la violencia.

"Si se arregla Arabia Saudí, el problema desaparecerá
"

No. Arabia Saudí ha contribuido de
forma significativa a la difusión del radicalismo gracias a la exportación de
la corriente wahabí del islamismo radical, subvencionada por el Gobierno. Esta
política surgió a partir de la confusión de finales de los 70, cuando la indignación
por la corrupción gubernamental y la decadencia de la familia real empujó a
cientos de radicales islámicos a ocupar la Gran Mezquita de La Meca. La revolución
chií de 1978-1979 en Irán era una amenaza para la posición dirigente de los
saudíes en el mundo musulmán y les enseñó el destino que podía aguardar a la
Casa de Saud. En un esfuerzo por atraer a los conservadores religiosos y contrarrestar
el régimen iraní, la familia real dio a los clérigos wahabíes más influencia
dentro del país y el mandato de exportar su ideología al extranjero.

Desde entonces, el dinero saudí, canalizado a través de organizaciones
cuasi gubernamentales como la Liga Mundial Musulmana, ha construido cientos
de mezquitas en todo el mundo. Los saudíes pagan los sueldos de los clérigos
radicales y ofrecen incentivos económicos a quienes estén dispuestos
a olvidar formas anteriores de culto. En Pakistán, el dinero del golfo
Pérsico ha financiado la enorme expansión de las madrazas (escuelas
coránicas), que adoctrinan a los jóvenes y les imparten un dogma
violento y antioccidental.

Este proselitismo financiado por los saudíes ha causado tremendo daño
a las tradiciones islámicas históricas de tolerancia y pluralismo
en África oriental y occidental, Extremo Oriente y Asia central. El wahabismo
era prácticamente desconocido en el norte de Irak hasta la entrada masiva
de misioneros procedentes del Golfo a principios de los 90. Y muchas de las
mezquitas identificadas como radicales en Alemania, Reino Unido y Canadá
se construyeron con donaciones privadas y oficiales de Arabia Saudí.

Las desigualdades del sistema saudí –en el que la mayoría
de la gente es muy pobre y está gobernada por una camarilla inmensamente
rica– siguen haciendo que la población se sienta desposeída,
y eso permite que florezca el extremismo. Muchos de los predicadores más
combativos (y varios de los secuestradores saudíes de los atentados del
11-S) proceden de tribus y provincias marginadas. Una forma de gobierno más
abierta y una redistribución más justa de los recursos quitaría
legitimidad a los combatientes locales y les impediría obtener nuevos
reclutas. Pero, aunque dichas reformas podrían retrasar la difusión
del wahabismo y otras corrientes similares fuera de Arabia Saudí, en
gran parte del mundo, el daño ya está hecho. Arabia Saudí
no es más que una de las muchas causas del activismo islámico
moderno, pero no la única culpable.

"El uso de armas de destrucción masiva es sólo
una cuestión de tiempo"

Tranquilidad. Aunque los combatientes
islámicos (incluido Bin Laden) han intentado acumular un arsenal químico o biológico
esencial, sus esfuerzos no han tenido mucho éxito, debido a la dificultad técnica
de crear dichos materiales, y no digamos de convertirlos en armamento. Yo fui
uno de los primeros periodistas que entró en los laboratorios del campamento
de Darunta, Afganistán oriental, en 2001, y me sorprendió lo primitivos que
eran. La supuesta fábrica de armas químicas del grupo terrorista Ansar al Islam
en el norte de Irak, que inspeccioné al día siguiente de su captura en 2003,
era todavía más rudimentaria. Los supuestos intentos de un grupo británico de
elaborar veneno de ricina resultarían grotescos si no fuera por la evidente
gravedad del propósito.

Tampoco existen pruebas contundentes de que los combatientes estén a
punto de crear una bomba sucia (un explosivo convencional envuelto en material
radiactivo). La afirmación de que José Padilla, un presunto agente
de Al Qaeda detenido en EE UU en 2002, intentaba colocar una bomba sucia ha
quedado descartada; era una aspiración, más que un plan práctico.
Construir una bomba sucia es más difícil de lo que se imagina.
Si bien el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA)
advierte de que más de cien países poseen un control insuficiente
del material radiactivo, sólo un pequeño porcentaje de ese material
es suficientemente letal para causar daños graves. Y hace falta una complejidad
técnica considerable para construir un dispositivo capaz de esparcir
material radiactivo. Algunas fuentes han expresado también su temor de
que los combatientes puedan obtener una cabeza nuclear preempaquetada y en funcionamiento
de Pakistán. Pero esa situación sólo sería verosímil
si llegara al poder un régimen islámico o si en el Ejército
paquistaní hubiera más simpatía hacia los extremistas islámicos
que en la actualidad.

El atentado con gas sarín cometido por Aum Shinrikyo en 1995 en Japón
muestra las dificultades de los grupos terroristas para emplear armas de destrucción
masiva. A pesar de poseer mil millones de dólares, el grupo tuvo nueve
intentos fallidos, antes de lograrlo en el metro de Tokio. Ante semejantes obstáculos,
los combatientes islámicos son más propensos a emplear bombas
o dispositivos convencionales y usarlos de forma imaginativa, como en el 11-S
y las bombas en trenes españoles el 11 de marzo de 2004.

"Occidente está ganando la guerra contra el
terrorismo"

Desgraciadamente, no. El componente
militar de la guerra contra el terrorismo ha obtenido varios triunfos importantes.
Muchos de quienes se relacionaron con Bin Laden entre 1996 y 2001 están ya muertos
o en la cárcel. Él mismo ha visto muy disminuida su capacidad de encargar e
instigar atentados. Una mayor cooperación entre los servicios de información
de todo el mundo y el incremento de los presupuestos de seguridad han hecho
que a los terroristas les cueste mucho más mover su dinero de un país a otro,
así como organizar y ejecutar atentados. Sin embargo, para ganar la guerra contra
el terrorismo, es preciso erradicar a los enemigos sin crear otros nuevos. Es
preciso impedir que los combatientes con los que es imposible negociar cuenten
con el apoyo de las poblaciones locales, lo que les ayuda a cometer sus acciones
y les da legitimidad moral.

Para que los países occidentales puedan vencer, deben combinar la dureza
de la fuerza militar con la suavidad del atractivo cultural. Es un método
que no tiene nada de débil. Cualquier militar con experiencia en la guerra
contrarrevolucionaria sabe que es la actitud más sensata. La invasión
de Irak, aunque fue completamente justificable desde el punto de vista humanitario,
ha hecho que este aspecto resulte todavía más acuciante. Bin Laden
es un propagandista y dedica sus esfuerzos a atraer a los musulmanes que hasta
ahora han ignorado su mensaje extremista. Sabe que la participación masiva
en su proyecto es la única forma de tener alguna posibilidad de triunfar.
Su visión del mundo tiene muchísimo más apoyo en todo el
mundo que hace dos años, para no hablar de hace 15 años, cuando
comenzó a desplegar en serio su campaña. El objetivo de los países
occidentales es eliminar la amenaza del terrorismo o, al menos, afrontarla de
una forma que no afecte demasiado a la vida de sus ciudadanos. La meta de Bin
Laden es radicalizar y movilizar. Y está más cerca de alcanzar
esa meta que Occidente de detenerle.

¿Algo más?
Jason Burke ha llevado a cabo
el más completo análisis y la más compleja investigación periodística
sobre la nebulosa que gira en torno a Osama Bin Laden en Al
Qaeda: Casting a Shadow of Terror
(I.B Tauris, Nueva
York, 2003). Para una reflexión filosófica sobre lo que significa
este fenómeno, que, contra lo que pudiera parecer, no es un movimiento
conservador, sino revolucionario, resulta muy revelador el ensayo
de John Gray, profesor de la prestigiosa London School of Economics:
Al Qaeda y lo que significa ser moderno
(Paidós, Barcelona, 2004). La yihad: expansión y declive
del islamismo
(Ed. Península, Barcelona,
2002), de otro gran especialista, el francés Gilles Kepel, es un
relato perspicaz y detallado de la historia reciente de la militancia
y el activismo político en el islam, aunque la tesis central del
libro, que afirma que el islamismo radical estaría en decadencia,
se ha revelado infundada. Olivier Roy, profesor del Centro Nacional
de Investigación Científica de París y otro de los grandes arabistas
franceses, analiza el papel de la religión musulmana en la sociedad
actual en Islam, terrorismo y orden internacional
y en El islam mundializado: los musulmanes en la
era de la globalización
(ambos libros editados por
Bellaterra, Barcelona, 2003). El periodista español Javier Valenzuela,
gran conocedor del mundo árabe, investiga las redes islámicas en
la península Ibérica en España en el punto de mira:
la amenaza del terrorismo islámico
(Temas de Hoy,
Madrid, 2002).Terrorismo global (Taurus,
Madrid, 2003), de Fernando Reinares, ofrece un agudo análisis de
este fenómeno internacional, igual que Terrorismo religioso:
auge global de la violencia religiosa
(Siglo
XXI de España Editores, Madrid, 2001), de Mark Juergensmeyer. The
Age of Sacred Terror
(Random House,
Nueva York, 2002), de Daniel Benjamin y Steven Simon, es una presentación
autorizada e inteligente de la política estadounidense durante el
enfrentamiento de la Administración Clinton con Al Qaeda. The
Road to al-Qaeda: the Story of Bin Laden’s Right-hand Man

(Pluto Press, Sterling, 2004), de Montasserr al-Zayyat, ofrece la
perspectiva interesante de un militante reconocido.

Para comprender las causas que desembocaron en los atentados neoyorquinos
del 11-S, los lectores deben consultar Ghost War. The
secret history of the CIA, Afghanistan and Bin Laden, from the Soviet
Invasion to September 10, 2001
(Penguin Press, Nueva
York, 2004) de Steve Coll, editor gerente de The Washington
Post
, y Contra todos los enemigos
(Taurus, Madrid, 2004), el polémico libro de Richard Clarke, ex
director del Grupo de Seguridad Antiterrorista de la Casa Blanca,
en el que acusa al presidente George W. Bush de ignorar sus advertencias
sobre el peligro que representaba Al Qaeda.

 

Jason Burke es jefe de reporteros
en el semanario británico The Observer y autor de Al Qaeda: Casting a
Shadow of Terror (Al Qaeda: la sombra del terror) (I.B Taurus, Nueva York, 2003)
y de Al Qaeda: A True Story of Radical Islam (Al Qaeda: Una historia verdadera
del islam radical), de próxima aparición.