El presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi, saluda con la mano en la ceremonia de apertura del nuevo Canal de Suez, agosto de 2015. Khaled Desouki/AFP/Getty Images
El presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi, saluda con la mano en la ceremonia de apertura del nuevo Canal de Suez, agosto de 2015. Khaled Desouki/AFP/Getty Images

El Presidente egipcio ratifica su mano dura nacional y diplomacia global mientras avanza su campaña antiterrorista.

La capacidad de Egipto de estar en continuo movimiento no deja de ser una realidad. Tras años de revolución, inestabilidad política y económica y mucha incertidumbre, el país norafricano está hoy “en guerra,” según el primer ministro Ibrahim Mahlab. Ese mensaje de miedo y amenaza es el que repite el Gobierno liderado por el presidente, el general Abdelfatá Al Sisi, y que tiene una gran acogida entre los millones de simpatizantes del régimen.

Egipto está lejos de la situación de guerra por la que atraviesan países vecinos como Libia, Yemen, Siria o Irak, pero los llamamientos a la lucha contra el terrorismo y la seguridad nacional se hallan tan presentes en el discurso de Al Sisi desde las elecciones de junio de 2014 que parece como si Egipto estuviera pasando los mismos estragos que estos Estados árabes. Desde su investidura el líder egipcio ha afirmado que la estabilidad ha regresado, ha impulsado reformas económicas, anunciado mega proyectos nacionales y ha logrado que el dinero de las petromonarquías del Golfo vuelva a fluir a las arcas del Estado. Con todo ello, tras meses de una calma relativa, la lucha contra el terrorismo y la supresión de movimientos disidentes ocupan hoy el punto de mira del régimen.

Lejos quedan los días en los que los emblemas que la sociedad egipcia cantaban en las calles – pan, libertad y justicia social– puedan ser el eje de conducción del país. El continuo conflicto armado entre las fuerzas de seguridad y los grupos insurgentes y extremistas encabezados por el grupo Wilayat Sina, la filial egipcia del Estado Islámico, tiene su foco en el norte del Sinaí. De todas formas, episodios violentos en el resto de Egipto como el asesinato del fiscal general Hisham Barakat en la capital o el secuestro de un ciudadano croata, son el pretexto perfecto para dar un nuevo empujón a una ley antiterrorista que llevaba tiempo encima de la mesa. Una vez firmada la ley, que tiene al país en vilo, marcará la senda a seguir para la Administración de Al Sisi y el devenir de la política nacional egipcia de los próximos años.

Su electorado lo ve como algo necesario para proteger el país dado que, entre otros medidas, la ley impondrá la pena de muerte a los acusados de financiar organizaciones terroristas. Otros tantos, desde activistas a periodistas, lo consideran una forma ideal para atajar libertades civiles. Una “draconiana ley antiterrorista que amplía el férreo control de las autoridades egipcias sobre el poder,” es como la ha calificado Amnistía Internacional. El Gobierno se ha visto forzado a modificar el artículo 33 del proyecto de ley, que hubiera impuesto una pena de dos años de prisión a periodistas por “comunicar información falsa sobre ataques terroristas que contradijera a los comunicados oficiales.” En su lugar a los periodistas se les impondrá una multa que puede llegar a alcanzar los 58.000 euros; un cambio de pena que aun así constata que informar en el Egipto de hoy no es tarea fácil.

Las posibles consecuencias de esta ley, una vez aprobada, solo agravarán la situación que viven hoy activistas y organizaciones de derechos humanos. Miles de activistas están siendo detenidos arbitrariamente, recluidos y encarcelados y otros tantos se han visto forzados a huir. “Egipto se ha convertido en un república del miedo, en la que la política está ausente y el actual Gobierno controla todo el proceso político sin supervisión ni transparencia”, dijo Bahey el din Hasán, el director del Instituto de El Cairo para Estudios de Derechos Humanos en un discurso ante el Parlamento Europeo en mayo.

Aunque el devenir del país no esté nada claro y entre los egipcios se haya instaurado una sensación que mezcla miedo y frustración por el retroceso experimentado, el día a día en el país continúa su ritmo. El 8 de junio se celebró un año desde que el actual presidente Al Sisi llegara al poder. Poco después, en un gesto de gran simbolismo, se reabrió la céntrica estación Sadat de metro, en la emblemática plaza Tahrir tras casi dos años cerrada por “cuestiones de seguridad”. Este suceso ocurrió tras la dispersión de protestas a favor del entonces presidente del país y líder de los Hermanos Musulmanes Mohamed Morsi en agosto de 2013. Un mes antes Morsi había sido depuesto del poder por su ministro de Defensa, el actual presidente Al Sisi. Desde entonces el devenir de los Hermanos Musulmanes ha ido en la camino opuesto del que siguieron tras la revolución de 2011 hasta su ascenso al gobierno en junio de 2012. Fueron declarados organización terrorista (en diciembre de 2013); meses después, en agosto de 2014, una corte disolvió al Partido Libertad y Justicia (FJP), el ala política de los Hermanos; en junio de este año el ex presidente Morsi fue condenado a pena de muerte por un tribunal egipcio. A lo largo de ese tiempo cientos de sus simpatizantes han sido asesinados y hasta 20.000 han sido detenidos, lo que muchos consideran una persecución para erradicar al movimiento islamista más antiguo de Egipto. Se dice que en el país hay hasta 40.000 prisioneros políticos encarcelados por el régimen.

El terrorismo y el deseo de acallar a los Hermanos Musulmanes no son los únicos frentes que Egipto tiene abiertos y que están marcando el devenir del país y, hasta cierto punto, de la región. A nivel nacional Egipto se caracteriza por la ausencia de un Parlamento. Desde que el Tribunal Constitucional dictaminara inconstitucionales dos leyes electorales a mediados de marzo, las elecciones parlamentarias programadas para finales de ese mes se han pospuesto sin fecha concreta. El país lleva sin un Parlamento desde junio de 2012 y no hay certeza de que se celebren antes del final de este año. Pese a que el camino se allanara recientemente con la modificación de una de las leyes electorales, todavía no hay una fecha concreta para su celebración. Los rumores apuntan a que se llevarán a acabo en octubre.

En cuanto a su política exterior el Presidente Al Sisi se ha embarcado en una diplomacia por doquier en búsqueda de inversiones y acuerdos comerciales para legitimarse en la escena internacional y posicionar a Egipto como país idóneo para el negocio. Por un lado se encuentra Estados Unidos, gran aliado durante la era de Hosni Mubarak. Tras años de tensión, la visita del Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, a principios de este mes de agosto marcó el reestablecimiento del diálogo estratégico entre ambos países, interrumpido desde 2009, y la confirmación de que las ayudas militares, con la reanudación del suministro de armas, y económicas van viento en popa. Por el otro, Al Sisi se ha centrado en estrechar relaciones con el presidente de Rusia, Vladímir Putin, con el que ha mantenido varias reuniones bilaterales, tanto en Moscú como en El Cairo y ha firmado varios memorandos de entendimiento entre ellos uno para la construcción de la primera central nuclear de Egipto.

En su año de mandato Al Sisi ha hecho visitas oficiales a, entre otros, China, Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, España, Francia, Alemania, Hungría, Chipre, Etiopía o Suráfrica, además de personarse en la asamblea general de Naciones Unidas y de dar una de las principales ponencias en el Foro Económico Mundial de Davos en enero. Su activa vida diplomática es una forma ideal para financiar grandes mega proyectos de infraestructura nacionales y presentarse a los ojos de la comunidad internacional como la solución perfecta para encauzar a Egipto en la senda correcta y liderar la lucha en la región contra los movimientos extremistas que la acechan.

Una presencia global que cuaja muy bien con el deseo de Al Sisi de convencer a los egipcios de que la mano dura contra las supuestas fuerzas que quieren el mal para Egipto, es decir, los elementos extremistas en el país y cualquier voz que dude de los ejes de actuación del régimen. Mientras tanto el líder egipcio calma a los suyos con mega proyectos económicos como la apertura del nuevo canal de Suez el 6 de agosto; “El regalo de Egipto al mundo,” ha sido su campaña publicitaria global. El futuro a corto plazo del país está escribiéndose este año a base de mano dura, grande promesas, legitimación internacional y un anhelo de poder que evoca a tiempos pasados y no necesariamente mejores.