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El estudio fallido de hoy podría llevar a la buena política de mañana, si lo permitimos.
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A todo el mundo le gusta leer sobre investigaciones que tienen éxito. Pero en ocasiones puede resultar más útil saber qué falla. En ningún otro caso esto es más verdad que en las ciencias sociales, a las que la comunidad política recurre a menudo. La cuestión es que, por cada estudio que ve la luz, un investigador se deshace de un cajón de ha-llazgos que no apoyan sus teorías. Los editores y los lectores no aceptan descubrimientos poco concluyentes, que no confirmen hipótesis o no puedan ser explicados con facilidad por las teorías existentes. Estos resultados negativos quedan enterrados, pues publicar respuestas equivocadas es mal marketing. El Journal of Spurious Correlations, que contribuí a fundar, ha recibido numerosos artículos que hacen mella en la sabiduría convencional y que no podrían publicarse en otra parte. Por ejemplo, un artículo no logró demostrar una correlación concluyente entre la presencia de mujeres en el Gobierno y una menor corrupción, poniendo en entredicho la antigua noción de que las mujeres son menos corruptas que los hombres. Otro reexaminó un estudio canónico que de-mostraba que los niveles elevados de desigualdad de renta en países moderadamente ricos socavaban la democracia. Cuando se utilizaron nuevos datos para comprobar el viejo paradigma, los resultados no fueron concluyentes. Es probable qu...
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