Tres décadas de viaje al corazón del país más desconocido de Europa. 

Debido a su aislamiento durante el régimen comunista, entre los más crueles y cerrados, pero también por ser pequeña y pobre, Albania ha sido y sigue siendo el país más desconocido de Europa. Su nombre tiene resonancias de enigma. Pero es su realidad, en etapas diferentes, lo que explora, con bastante éxito, Recuerdos de un albanosaurio (Mémoires d’un albanosaure, lettre-préface d’Ismail Kadaré 1965-1991, Edilivre, París).

Su autor, Melhem Mobarak, es libanés y vive en Canadá. Procede de una familia de diplomáticos: el padre fue ministro de Asuntos Exteriores a comienzos de los 50, y su hermano ha sido hasta hace poco embajador en España. A diferencia de ellos, su actividad son los negocios, pero es un hombre de curiosidad intelectual y con múltiples intereses culturales. Esa intensa, insistente curiosidad le empujó desde muy pronto a coordenadas y experiencias colectivas de lo más diversas. A mediados de los 60, Albania entró de pronto en su campo de visión, como por casualidad, al toparse en el mapa de Europa, casi en su centro, con un espacio en cuyas fronteras se interrumpían los caminos. Y decidió adentrarse en ese espacio. Así comienza la historia de su pasión albanesa, una historia que se prolonga en el tiempo.

El libro, que se inicia con una introducción de Ismail Kadaré, el más famoso de los escritores albaneses y último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, está estructurado en cuatro partes, que corresponden a los cuatro viajes del autor, coincidentes con momentos históricos muy interesantes para entender el país: 1967, 1978, 1990 y 1991. Entre el primero y el segundo, como entre el segundo y el tercero, aparecen sendos capítulos en forma de intervalo que sostienen la continuidad del relato. De este modo, la descripción de los viajes es precedida y seguida de la enumeración de las peripecias para conseguir visado de entrada, para eludir los obstáculos absurdos empleados por los funcionarios albaneses, que se alimentan de fantasías paranoicas sobre las agencias extranjeras de espionaje.

El primer viaje, tras una espera de siete meses a causa del visado, tiene lugar en el periodo en el que Albania realiza su propia revolución cultural, espoleada por su amistad con China,aunque con especificidades propias. En paralelo con este proceso, en el que destaca sobre todo el cierre de todas las instituciones religiosas, se produce una glorificación nacionalista de las figuras históricas y de las tradiciones culturales, una sorprendente aleación del izquierdismo maoísta con la tradición, pero que en todo caso estaba al servicio del autoaislamiento y de la intensificación del control sobre la sociedad. En este ambiente, por supuesto, al visitante extranjero se le mantenía al margen del contacto directo con la vida de la gente. De este modo, a Melhem Mobarak le acompañan en sus viajes de forma constante representantes de las autoridades, que ponen un coche a su disposición, y visita las principales ciudades o aldeas apartadas, aunque requiriendo el permiso pertinente y sin posibilidad de hablar con los habitantes ni sacar fotografías. El objetivo es presentar una realidad ficticia, prefabricada por la propaganda oficial. Lo mismo puede decirse de su segundo viaje, e incluso hasta cierto punto del tercero, en 1990, cuando el sistema había comenzado a descomponerse.

Pese a los esfuerzos del régimen, el autor tiene una preparación previa, no sólo por su cultura política, sino también por la lectura de análisis especializados sobre la realidad albanesa a cargo de estudiosos extranjeros. Además, y esto es lo más importante, su aguda visión le permite ver más allá de la cortina de la ficción oficial y crearse sus propias impresiones sobre la vida cotidiana de la gente normal del país. El autoaislamiento lleva como compañero de viaje al delirio de grandeza del dictador, Enver Hoxa, su empeño en ser admirado, a ser posible a escala planetaria. Y, tras salir de Albania, el autor escribe una serie de artículos para un periódico libanés editado en francés. Como él mismo afirma, se cuida de no hacer críticas al régimen, concentrándose sobre todo en la vida cotidiana. Pero los artículos no gustan a las autoridades, que incluso reclaman que se corrija a sí mismo: una especie de autocrítica en público.

A pesar de ello, el interés de Melhem Mobarak por Albania continúa. Desea visitarla de nuevo, y, de forma particular, siente como una cuenta pendiente no haber podido entrevistarse con el dictador, que continúa ejerciendo sobre su imaginación la fuerza de atracción de un misterio. La oportunidad de un segundo viaje se presenta 10 años después del primero: la tumba de una de las personalidades del movimiento nacional albanés del siglo XIX se encuentra en Líbano, y Mobarak se compromete a ayudar para que los restos sean repatriados, merced a los contactos que mantiene en los círculos políticos libaneses. Es así como logra ser considerado amigo de Albania y el permiso de entrada tarda menos: unas semanas.

Tirana, entre tanto, se ha distanciado de China, lo que viene acompañado de una exaltación todavía mayor de la idiosincrasia política del autoaislamiento. En el paisaje albanés ha comenzado a aparecer un objeto que se hará famoso en el futuro: el búnker (a finales de los 80 habrá 200.000, y los planes preveían otro medio millón). Es la versión albanesa de la Gran Muralla, pensada para defender el país del ataque simultáneo de las dos superpotencias. Esta vez la visita es más breve, pero valiosa, para que el visitante complete y enriquezca sus impresiones sobre la realidad humana del país. No obstante, él no alcanza a saber –ni tenía cómo hacerlo– que los años precedentes han sido de los más oscuros en la historia de Albania: el país ha vivido una ola de terror estatal que ha involucrado a todos los sectores de esa sociedad y ha supuesto que se triplique la población del gulag local en el plazo de cinco años. Tampoco ahora se le proporciona la posibilidad de entrevistarse con el dictador.


Albania realiza en un año lo que podría denominarse la “desestalinización”, un proceso que en el resto de los países del bloque comunista llevó más de tres décadas


Entre el segundo viaje y el tercero transcurren los años, el autor se traslada a Canadá, hecho que le proporciona y refuerza sus contactos culturales indirectos con Albania gracias a la diáspora de ese origen que está presente en Estados Unidos. Es una parte del mundo intelectual albanés, aunque prohibida por el régimen de Tirana: borrada o negada. Esos tratos le perjudican y se ve obligado a una muy larga espera para conseguir un nuevo permiso de visita.

Al final, en 1990, escribe directamente a Sali Berisha, sucesor del dictador, muerto en 1985. Esta vez encuentra a Albania en trance de transformación. El régimen totalitario todavía se mantiene, pero ya se han abierto las grietas que conducirán a su completo derrumbe. En el plazo de un año, el país realiza lo que puede denominarse la “desestalinización”, un proceso que el resto de los países del bloque comunista llevó más de tres décadas.

En 1991, para su cuarto viaje, el país ha cambiado por completo. La dictadura ha muerto de forma definitiva. Pero, más que una democracia, puede decirse que lo que existe es una pluralidad anárquica. De todos modos, dentro de esa anarquía se cuela la libertad. Los contactos se abren, y de este modo el autor consigue entrevistarse y conversar con una serie de personalidades culturales, así como con otros representantes de la sociedad. Destaca de modo particular su conversación con la viuda del dictador, una mujer que, hasta poco antes, ha detentado un poder extraordinario, ahora perdido.

Y, de modo general, al leer este capítulo, mediante el contraste con los capítulos relativos a los viajes anteriores, se transmite la fuerte sensación de que se ha cumplido un sueño en el que nadie se había atrevido a creer. Pero no es un milagro, es un despertar doloroso. A partir de aquí se tornan más comprensibles las dificultades que atravesaría Albania en los años sucesivos de la transición postcomunista.

Dos palabras a modo de conclusión. Las objeciones que pueden hacérsele a este libro son de carácter secundario, relacionadas con la inexactitud de algún dato, o con alguna interpretación política, como por ejemplo sobre el papel del sucesor de Enver Hoxha, que aparece como un reformador más activo de lo que ha sido en realidad. Pero su valor consiste en la presencia simultánea de una aguda mirada crítica que expone las verdades amargas de un país y también de la empatía cargada de sinceridad hacia sus habitantes.

Traducción del albanés: Ramón Sánchez Lizarralde