¿En qué está equivocándose Berlín?

 

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Figuras caricaturizas de Angela Merkel y miembros del Gobierno español en las Fallas de Valencia, marzo 2013.

 

La reacción de muchos países vecinos contra la agenda de Angela Merkel ha empezado a preocupar seriamente a sus compatriotas. Der Spiegel la acusó de rigorista y de arruinar la construcción del proyecto europeo que había ocupado a todas las generaciones anteriores, mientras que Deutsche Welle se ha preguntado recientemente por qué las calles de España, que siempre había manifestado una opinión favorable hacia Alemania y que no sufrió las agresiones del nazismo durante la II Guerra Mundial, han empezado a llenarse de protestas contra ellos.

China aprovechó la crisis de 1997 para apuntalar su liderazgo moral en Asia y convencer al mundo de que se trataba de una potencia responsable. Fue algo parecido a lo que hizo Estados Unidos a finales de los 80 gracias al impulso de los bonos Brady ante el colapso de Latinoamérica y, después, con la ayuda que le procuró a México cuando descarriló en 1994. La crisis de la eurozona, sin embargo, está desatando la ira contra su gran potencia regional a pesar de que ha financiado la mayor parte de los rescates. ¿Qué hicieron Washington y Pekín para salir reforzados y en qué está equivocándose Berlín?

Estados Unidos creó en 1989 una novedosa estructura financiera que, utilizando como garantía cupones del Tesoro americano a 30 años o títulos con alta calificación crediticia depositados en la Reserva Federal de Nueva York, permitiría que sus vecinos del sur reestructurasen rápidamente sus deudas, que volviesen a los mercados internacionales y que los bancos, sobre todo estadounidenses y tras aceptar una quita considerable, pudiesen reducir su exposición a países como Argentina o Brasil. Habían nacido los populares bonos Brady.

Este comportamiento contrasta claramente con la negativa de Alemania no sólo a la posibilidad de los eurobonos, sino a considerar cualquier solución temporal y creativa que no sea el rescate y que alivie la presión de los países que deciden acometer durísimas reformas. Aunque los Brady eran más ambiciosos que los eurobonos porque se canjeaban por la deuda total de los países, también es cierto que nadie esperaba que fuesen permanentes.

Cuando estalló la llamada “Crisis del Tequila” en México en 1994, el país norteamericano no sólo recibió 40.000 millones de dólares en préstamos y swaps de divisas de los que casi la mitad procedían de Estados Unidos, sino que fue el entonces inquilino de la Casa Blanca, Bill Clinton, quien presionó al Fondo Monetario Internacional, el Banco de Pagos Internacionales y el Banco de Canadá para que se implicaran en el programa de ayudas. El líder de Arkansas fue capaz de escenificar una profunda generosidad ante su vecino del sur, mientras toleraba que el FMI le impusiera un programa drástico de austeridad fiscal y recibiera por ello la ira de toda la región.

Esa estrategia se parece a la que China utilizó durante la implosión en cadena de muchas de las economías asiáticas en 1997, aunque, por supuesto, el paralelismo tiene limitaciones. Es verdad que, con un PIB inferior al de Francia, Italia y Reino Unido, carecía de influencia para presionar a las instituciones internacionales como Estados Unidos, pero también lo es que influyó en su decisión de intervenir aportando al FMI alrededor de 4.000 millones de dólares que debían servir para apartar del precipicio a muchos miembros de la ASEAN. Por otro lado, la dureza y características de los programas de austeridad y reformas estructurales fueron muy similares por ejemplo en México y Corea del Sur.

Pekín fue capaz de denunciar las dramáticas medidas de ajuste que estaba haciendo posibles y de subrayar al mismo tiempo, como recuerda su Ministerio de Asuntos Exteriores, que había actuado con gran generosidad ofreciendo “a Indonesia y a otros países créditos a la exportación y envíos gratuitos de medicinas de emergencia”.

Alemania, sin embargo, ha seguido un camino bien distinto en el descarrilamiento de la eurozona. Irónicamente, aunque ha financiado con seguridad una proporción mayor que China de los rescates y la contribución de Estados Unidos para salvar a México no habría alcanzado ni para recapitalizar la banca española, Berlín se ha implicado decisivamente en las intervenciones y ha asumido, por lo tanto, la enorme impopularidad de los recortes y las subidas de impuestos que prescribían la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional.

Pero los líderes comunistas no se limitaron a llamar la atención de las instituciones mundiales, a financiar parte de los rescates o a facilitar ayudas de emergencia o créditos blandos. Aunque las divisas de sus vecinos se estaban derrumbando y volviendo menos competitivas las exportaciones del gigante asiático, ellos se negaron a devaluar el renminbi a pesar de que, entre 1996 y 1999, la reestructuración de las empresas públicas se tradujo en una media de siete millones de despidos anuales. En un contexto en el que los mercados internacionales parecían haber perdido la fe en el modelo asiático, China tuvo que compensar la erosión del comercio exterior y el frenazo de la inversión extranjera con más gasto público y animando la demanda interna.

Pekín apostó por estimular el crecimiento con inversión y consumo y por manipular el valor de la moneda para suavizar la caída de sus vecinos, mientras Angela Merkel no ha sido capaz de hacer nada parecido aunque se lo han pedido una y otra vez  economistas, reguladores y líderes políticos comunitarios. Ha rechazado que el Banco Central Europeo rebaje profundamente los tipos de interés, lo que ha forzado a muchos de sus socios a la devaluación interna, es decir, a multiplicar las cifras de paro y a recortar drásticamente los salarios para recuperar competitividad. Tampoco ha realizado más que tímidos avances en la ampliación de su gasto público o al recortar los impuestos y engordar las escuálidas nóminas de sus trabajadores.

En definitiva, Alemania puede aprender del ejemplo de Estados Unidos y China y aprovechar esta crisis para consolidar su liderazgo en la eurozona en vez de perderlo. Para ello, deberá contribuir a aligerar el peso y el precio de la deuda en los países que acometan las reformas, rebajar su exposición mediática en las intervenciones y programas de austeridad de la Comisión Europea, el BCE y el FMI, y, finalmente, aceptar que Estados frágiles como España o Portugal necesitan un euro más débil y una demanda mayor por parte de los consumidores germanos para que sus exportaciones les permitan salir vigorosamente de la crisis y no caer en una espiral de inestabilidad política y depresión económica que ha llenado sus calles de protestas contra Berlín.

 

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